El viejo Darío Fo

El viejo Darío Fo... Y sus médicos, sus policías, sus militares, sus personajes dobles, sus equívocos, sus enredos, las trampillas en el decorado, las puertas abiertas para la sorpresa, los disparos... Un Jardiel Poncela tardío y de izquierdas -radical-, con un lenguaje insolente y vivo, un recuerdo permanente del cine mudo y del teatro cómico.

Siempre fiel a sí mismo, a su fórmula. Y hace bien: tiene un ingenio fértil; el secreto de lo que en otros tiempos se llamaba carpintería teatral y el desparpajo suficiente como para que el público no le pida otra lógica. Probablemente es el autor extranjero más representado en España en estos tiempos. Su mentalidad, su mensaje, su inconformismo se presta al trabajo de los grupos independientes, que, al mismo tiempo, le encuentran comercial.

Uno de estos grupos, el de la compañía La Favorita, trae ahora a un teatro comercial -el Marquina- una obra de Fo, Tenía dos pistolas con los ojos blancos y negros. La interpreta, como ya es costumbre: sobreactuando, exagerando la caricatura y los efectos.

El brujo -Rafael Alvarez- es popular en esos medios por sus cambios de voz, sus gestos y su manera de retorcerse, que recuerdan las de los antiguos actores cómicos de las revistas del Martín; se supera a sí mismo. Gloria Muñoz está bien y Felipe R. Gallego realiza el personaje doble.

La dirección de José A. Ortega no consigue el suficiente ritmo, que no siempre consiste en la sobreactuación y las carreras por el escenario. La obra decae hacia la segunda mitad: el autor la alarga demasiado, busca una anécdota diferente y termina por aburrir. El público del estreno tuvo muchos aplausos para todos.