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Tribuna
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Allá ellos

Para que se sepa, diré que estuvo presente un servidor por encargo de este periódico. La llamada fiesta nacional (¿fiesta?) a mí no me va ni de lejos. Por lo visto, ya tampoco le va a Cándido. De modo que no soy el único, lo cual no quiere decir que uno, como estudioso de esta entrañable Iberia, no acuda a veces al ruedo. Pues si a los ingleses no se les puede comprender sin doctorarse en las sutilezas del inefable cricket, ¿cómo diablos vamos a saber lo que son los españoles si no hacemos un esfuerzo por adentrarnos en el fenómeno tauromáquico?A Las Ventas, pues, dispuesto a dejarse empapar de ambiente typical spanish, a ver y a escuchar. Es un hecho que en la plaza de toros se dicen y oyen cosas esenciales. Si quieres, cierra, los ojos, pero ten el oído agudizado. "Hoy no, podrán torear por el viento", me dice el de al. lado. Recia sentericia hispánica. Y es cierto que: un viento juguetón levantaba faldas y papeles, y, ya iniciada la corrida, se enredaba, a guisa de poltergeist, entre los pliegos de las capas. Como vivimos en una sociedad consumista, no podía faltar la consabida avioneta que sobrevolara nuestras cabezas para que no nos olvidásemos de cierto establecimiento especializado en aparatos electrodomésticos. ¡Hay que vender! Pero sospecho que fui yo de los pocos espectadores que observaron cómo se posó en la arena, mientras José Mari Manzanares, "el fino torero alicantino", hacía lo que podía,que no era mucho; otro avión -avión común, por más señas-, que parecía no darse cuenta de la gravedad de la ocasión.

No volver más

Lo que yo vi de la corrida, que era poco, pues me fui después del segundo toro, me decidió a no volver más, ni por encargo. ¡Qué le vamos a hacer! No cabe duda de que el toro es un animal poco inteligente, por no decir tonto. ¿Cómo es posible que, después de tantas generaciones, no ha aprendido nada? Pero aún así, la lidia, de estar el toro en condiciones, resultaría por lo menos más equilibrada. Pero, claro, raras veces está en dichas condiciones el toro. Los dos que vi ayer eran poca cosa. El primero, más manso que una paloma, a pesar de sus muchos kilos; era evidente que no sabía. qué hacer, pobrecito. Miraba de un lado para otro, perplejo, abstraído, como pidiendo que alguien le explicara de qué iba aquello. El segundo tenía al principio más arrojo, pero tampoco pudo mucho, lo cual no impidió que muriera mal, pues el diestro, a la hora de la estocada, fue todo menos diestro, logrando al tercer intento, eso sí, hundirle la espada hasta el pescuezo. "Toro bien matado no sangra por la boca", me comenta el vecino de marras. Y era cierto que el animal. todavía en Die. vomitaba penosamente

¿Y por qué hace falta el picador? Asqueroso espectáculo ver hundirse la vara en las carnes del noble animal, ver la tupida mancha de sangre que le va cubriendo los costados. ¿Es que el torero no se atreve a enfrentarse con su enemigo a menos de que éste haya perdido ya gran parte de su peligrosidad?

Dijo García Lorca que no quería ver la sangre de Ignacio sobre la arena. Yo, por mi parte, prefiero no ver tampoco sobre ella la de los toros.

En esto soy muy portugués. La corrida puede ser arte, claro está. Y cultura. También los combates de gladiadores podían ser arte y cultura (se puede matar al hombre: con arte, como se sabe). Ello no es razón para estar de acuerdo con tales prácticas, pues hay también una virtud humana que se llama amor.

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