El número del caballito
Y llegó el número del caballito. Tan inevitable como una tarde de lluvia torrencial en la Feria de San Isidro. Tan potencialmente espectacular como tradicionalmente sosa. Tan del gusto de mujeres, niños y militares sin graduación.A pesar de los ímprovos esfuerzos de gentes tan buenas como Carlos de Rojas, el aficionado a los toros no acaba de entrar por el aro del rejoneo. Se le considera, quiérase o no, el género chico de la fiesta. Se aprovecha su ocasión como paréntesis, y el habitual de los tendidos, del asistente sempiterno (como el actor Chiro Bermejo, cuyo entusiasmo por la fiesta es irreductible), usa días como el de ayer para cumplir con la parienta o llevar a los niños al zoológico.
Descansan hasta la autoridad de la plaza, que puede presidir el espectáculo con serias garantías de que no tendrá que devolver un toro a los corrales ni enviar a un diestro al calabozo ni levantar acta de un conflicto de orden público. El personal de las corridas de rejones no discute en los tendidos, ni nadie levanta su ira hacia el burladero de la empresa. Los vendedores expenden más helados que cubatas y Pepi Fernández apenas coloca claveles. Todo es amable, versallesco. Incluso los pitos a los caballeros, que siempre hubo, tienen un timbe más tenue, menos irritado. Ni siquiera molesta lo mismo que las tres máquinas de escribir que llegó a haber en la sala de Prensa de la plaza se hayan concentrado en una. Tan sólo se ven algunas caras conocidas. Las barreras están pobladas de familiares de los actuantes y de compromisos del empresario. Las localidades de la crítica están ocupadas por los segundos.
Y sin embargo es bonito, reconozcámoslo, el espectáculo. Es plásticamente más bello, si se quiere, el rejoneo que el toreo a pie. El espacio y el ritmo tienen más protagonismo. Hay más ocasión para la floritura y el adorno.
Pero, ¡ay!, le falta la emoción, la morbosidad de los pitones rozando una femoral o un gaznate; no existe la lucha entre toro y torero por robarse mutuamente los terrenos; no se ve la mano llevando prendido en la muleta el hocico del animal. Peligro tiene, claro, el rejoneo. Pero casi todo para el caballo, no se olvide. Por muy bonita y garbosa que sea la jaca, da menos dolor que Dámaso González, aunque el hombre sea bastante feo y desastrado.
Babelia
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