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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La Feria del Libro se sucede a sí misma

LA FERIA deI Libro abrió ayer sus puertas, mejor dicho, los gastados y desvencijados 235 módulos supervivientes de anteriores convocatorias. El certamen ha cambiado de nombre -la Feria Nacional del Libro se llama ahora Feria del Libro de Madrid-, pero la nueva denominación, heredera en sus contenidos de la anterior, sigue amparando la tradicional actividad que suele alegrar por estas fechas eI madrileño paseo de Coches del Retiro. En cualquier caso, esta muestra, organizada conjuntamente por libreros, distribuidores y editores, será compatible con la feria que los editores celebrarán rotativamente en Madrid y Barcelona, bajo el rótulo de Salón Internacional del Libro, para exponer, al estilo de los certámenes de Francfort y París, su producción y sus programas.El libro es insistente y se resiste a ser cambiado de sitio. La experiencia de 1979, cuando la feria fue trasladada a la Casa de Campo, resultó insatisfactoria y decepcionante. En efecto, carece de sentido trasladar los libros desde el centro de la capital a las afueras suburbiales y equipararlos a los productos de una muestra agrícola o industrial. Aun con los graves inconvenientes derivados de su aplazamiento hasta la segunda quincena de junio, el regreso al Retiro, el año pasado, mostró que la gente de a pie, los lectores o los simples curiosos, prefieren el escenario del paseo de Coches -que reemplazó, hace ya muchos años, al paseo de Recoletos- como localización del certamen.

Ha quedado probado, así pues, que el lugar elegido -el Retiro- y la fecha tradicional -de finales de mayo a mediados de junio- son los más adecuados para la feria madrileña. Pero también está demostrado que las Administraciones públicas -el Ministerio de Cultura y el Ayuntamiento de la capital- se resisten a poner fin a las deficiencias de infraestructura y organización de esta importante manifestación cultural, huérfana de la protección a la que tiene derecho. El paso de los años no hace sino agravar y aumentar esas carencias: inexistencia de los servicios mínimos a disposición de feriantes y paseantes, inadecuación de las instalaciones expositoras, escasez de actos culturales paralelos, batiburrillo de editores, libreros, distribuidores y placistas, yuxtapuestos sin orden ni concierto; cansina repetición de los mismos títulos en gran número de casetas, falta de puestos especializados en materias, etcétera. Mientras los días de calor la feria se convierte en un polvoriento zoco africano, las jornadas de lluvia anegan las destartaladas y desprotegidas casetas y obligan a los visitantes a cruzar casi a nado los grandes charcos. Dado que el número de casetas es inferior a las exigencias de la demanda, los solicitantes más retrasados no son admitidos, y buena parte de los inscritos se tienen que conformar con espacios inferiores a sus necesidades. Resulta en verdad increíble que el Ministerio de Cultura, del que depende el Instituto Nacional del Libro Español, no pueda hacer un hueco en sus presupuestos para el diseño y fabricación de casetas amplias, funcionales y dignas. Nadie pide que el Estado haga regalos a la iniciativa privada, ya que el alquiler de esos puestos lo pagan los feriantes a tocateja y a elevado precio, sino que la Administración, o bien se responsabilice hasta el final de sus tareas, o bien deje en libertad a editores, distribuidores y libreros para llevar a cabo un proyecto alternativo. Tampoco es comprensible que el Ayuntamiento de Madrid acumule inconvenientes para que el espacio dedicado a la Feria del Libro en el Retiro pueda ampliarse, a fin de dar cabida a mayor número de participantes, y que no ponga los medios para evitar tormentas de polvo o inundaciones y para que los visitantes y feriantes no tengan que caminar muchos cientos de metros y salir del arbolado parque cuando les apremia alguna necesidad reservada.

El aumento de la superficie dedicada en el Retiro a la Feria de Madrid, la renovación total de esas heroicas casetas que apenas se tienen en pie, la organización más racional de la oferta de libros en el interior del certamen, la especialización librera por materias como complemento de la exposición de los catálogos editoriales y la sustancial mejora de la infraestructura de los servicios son algunas de las asignaturas pendientes de la Administración central y local, pero no las únicas. Tal y como funciona la Feria del Libro, entre cuyos visitantes predominan de forma abrumadora los aficionados y compradores habituales, que en esos días dejan vacías las librerías, será difícil atraer a ese nuevo público del que puedan nacer lectores. No se comprenden las razones por las que el Ayuntamiento no ha cumplido sus iniciales promesas de instalar su carpa de festejos. con capacidad para 5.000 personas, en el recinto ferial. También brilla por su ausencia el apoyo del Ministerio de Cultura para la organización de actos paralelos protagonizados por escritores y artistas.

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Los cinco años de gobiemo de UCD no han alumbrado ninguna política del libro clara, coherente, definida y de largo alcance. El número y la dotación material y de personal de las bibliotecas españolas no compiten con Europa, sino con Africa. El momento crítico por el que atraviesa nuestro sector librero, atomizado, desorganizado y estancado, amenaza con ocluir los canales especializados y profesionalizados de información y venta y con condenar a los libros a su comercialización masiva e indiscriminada a través de los grandes almacenes y las organizaciones de venta a plazos o por correo. El Gobierno ni siquiera parece preocuparse de los aspectos puramente mercantiles del libro, a la vez bien cultural y producto manufacturado. El sector editorial español, que ocupa el quinto lugar en producción del mundo occidental, seguirá sorteando en solitario las tormentas, si el Gobierno permanece pasivo e indiferente, pero la Administración pública debería tener al menos el decoro de no utilizar los éxitos de la iniciativa privada para vestirse con plumas ajenas.

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