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La súbita desaparición de 'Las bicicletas son para el verano'

El Ayuntamiento de Madrid está haciendo con el teatro español -con el teatro- algo que no se puede hacer. Una de las posibles definiciones de nuestro tiempo es esta: se ha perdido el sentido de lo que no se puede hacer; esa manera de obligarse a sí mismo, de mantener la responsabilidad, de trabajar para vencer las dificultades en lugar de dejarlas seguir adelante con resignación impotente. Es una forma de corrupción moral que parte, de un lado, por la falta de respeto a los demás; de otro, por el abandono de sí mismo. El Ayuntamiento de Madrid (embarcando en esta mención desde el alcalde hasta los responsables directos del caso) anuncia para el día 30 el final de las representaciones de Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán-Gómez, probablemente el mayor éxito de la temporada.Se irá, calculo, con unas treinta o 32 representaciones a teatro lleno, y se irá quizá para siempre. No sale en gira; no serán fáciles las gestiones hechas ayer mismo, con prisas y con miedo, para reunir de nuevo a esta compañía y abrir la temporada en septiembre (si se abre en septiembre). Desaparece por tanto, una obra importante; desaparecen también los millones de pesetas -los que sean- que ha costado su montaje y sus ensayos, y se dejará una frustración para los madrileños que no han podido ver una comedia que tanto afectado (lo cito porque se trata del Ayuntamiento) a Madrid, a su historia y a su presente.

Ya había sucedido lo mismo con La vida es sueño, en la versión del director-actor José Luis Gómez: se le dieron más representaciones, pero se fue también, y también para siempre, con el teatro lleno. Y también con un rastro de millones de pesetas populares sin amortizar o, por lo menos, sin justificar.

Para tapar estos grave s rotos se han echado los remiendos de algunas representaciones nocturnas de otros espectáculos, también efimeros, baratos y destinados al olvido (no hablo de sus calidades artísticas, que las tuvieron). No se tapa nada. Queda todo ostensible.

Imprevisión

El teatro municipal fue el que más tarde abrió su temporada -terminando el mes de diciembre-, el que antes la cierra, el que ha dejado un mayor vacío de teatro cerrado en el interregno entre sus dos estrenos. Algo que podrá repetirse la temporada que viene, para la que no parece que haya previsiones.

Todo tendrá sus justificaciones. La retirada de la obra de Fernán-Gómez estaba prevista desde antes de estrenarla (no importaba el éxito posible; o no se creía en él por quienes la habían programado) para dejar paso a un programa extraordinario de junio, metido quizá en la alucinación del Mundial. Se trata de la presentación de cinco espectáculos de algunos días de duración cada uno: dos de ellos únicamente -el del Taller de Lovaina, el italiano de La Máscara- teatrales; los otros tres, conciertos de música.

Este año es también el primero que se ha otorgado el Premio Lope de Vega con unas nuevas bases en las que se omite la obligatoriedad de estrenar la obra premiada. Omisión inútil, porque el Ayuntamiento -éste y los anteriores- han hecho lo posible por no estrenar las obras premiadas, por no cumplir con una obligación contractual.

Parece que en muchos casos se ha estimado que las obras premiadas eran inviables, que no gustaban a los directores, y que cuando las programaban lo hacían -como en el caso de Femán-Gómez- en la cola de la temporada, para acabar con ellas pronto. Es posible que en algunos de los casos haya habido errores del jurado, por las razones que fueran.

Lo que se debe hacer en este caso es nombrar un jurado competente, serio, responsable, que huya de presiones, que sea capaz de dejar el premio desierto si no es posíble que encuentre algo suficiente. Se prefiere, en su lugar, omitir la obligación del estreno. Y esta omisión va a coincidir precisamente con un Premio Lope de Vega que resulta ser la mejor obra de la temporada, deliberadamente muerta. Y puede que en esa decisión previa a su estreno entren también el desdén y los prejuicios contra los premios Lope de Vega.

Habrá, lógicamente, un.cúmulo de justificaciones: dificultades laboiales con el personal del teatro, problemas de realización de decorados, imposibilidad de transportar estos decorados a provincias, compromisos de los actores contratados con el cine o con otras empresas de teatro... Todo ello entra en esa pérdida general del sentido de lo que no se puede hacer y, sin embargo, se hace. Se abandonan, de una manera inmoral, las obligaciones para con el pueblo, para con los presupuestos, para con la cultura. El Ayuntamiento, el director del teatro, el delegado de Cultura podrán ufanarse de haber dado dos grandes éxitos en la temporada. Es cierto. Pero han ido acompañados de la desidia, el deádén, la muerte prevista de esos éxitos.

Podría incluirse en esta lista de agravios el funcionamiento del Centro Cultural de la Villa de Madrid, que ha conseguido estar completamente desprestigiado por una programación que, salvo en algún caso excepcional, ha sido nefasta; y que se ha visto desertado por el público. No se ha podido llevar peor, con menos esfuerzo, con más desprecio. Como la sin duda bien intencionada campaña de teatro de verano, que instala tinglados en plazas ruidosas y calcinadas y arrastra pobres compañías con pobre programación

Parece que nadie reflexiona ya sobre sí mismo y sobre el cumplimiento de sus deberes. Parece que hemos heredado de la dictadura -hasta los más eneiñigos de ella, hasta los más reflexivos- esa sensación de que la autoridad no está obligada a responder de sus actos, la de que los funcionarios deben estar siempre protegidos. Y si por azar se encuentra alguna crítica en la Prensa, suelen volverse las armas -la irritación, el falso pundonor, la autoridad- contra la Prensa. Porque parece que aceptar una crítica es algo así como un deshonor, como una pérdida de autoridad y de solvencia.

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