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Tribuna
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La reventa

En una acera dan cocido y en la de enfrente dan entresijos. En una acera dan chopitos a la hora de alterne y el mucho picar, y en la otra dan oreja de cerdo. En una acera están los revendedores vocacionales, lobos esteparios de la isidrada cruenta, y en la otra acera acampa la fondona taifa de los revendedores sin vocación, con el chaleco de punto por los hombros o la cintura, como excursionistas, y que se ve que vienen del subsidio, o sea, del paro.La calle Libertad, entre Cruz y la Carrera, en un tranco de corridas antiguas y estraperlo turístico. La calle Libertad o de la Libertad, entre la estrecha fluvial calle de la Cruz y la cosmopolita y violenta Carrera de San Jerónimo, es una trenza de hombres, una mitología cansada de toreros y el tiempo parado para siempre en una foto de Antonio Bienvenida con el sepia de los cuarenta. La reventa no es un negocio, una chance, una manera de vivir que no da para vivir ni un costumbrismo aplaciente, aunque po aquí tuvieran tertulia de antaño don José María de Cossío, con la risa verde, como los sapos buenos de los cuentos, y don Antonio Díaz-Cañabate, el último hombre de fe que creyó hasta la muerte en que Madrid existía. Las taquilla de los toros se abren hacia las cinco, que ahora las corridas empiezan a las siete, en Ventas, y terminan siempre con bombilla encendida, en un entredosluces que le gustaba mucho a don José Gutiérrez Solana, a don Pablo Picasso e incluso hasta a lord Bacon, el maricón genial del expresionismo gestual, que pinta boxeadores en vez de toreros.

Colistas de la cola

Los colistas de la cola se ve que son los legitimistas de la fiesta, los que van con el dinero estrujado en el puño, tal como se lo diera su señora al salir de casa. Ellos no pagan abusos, robos ni trapicheos. Los hombres de la reventa passan mucho de ellos, porque su avío está en el turista de Harvard con rebeca colorada al hombro y en el Mercedes de provincias, reventón de señoras que traen toda la marcha de la doctora Aslan, con un franquista sociológico al volante de marfil. (Solamente sociológico, conste.) Los hombres de la reventa son cincuentones, puestos y escuetos como una sota de don Heraclio Fournier con mucho testiculario. Los hombres de la reventa son los que le dijeron primero a la madre y luego a la hembra que ellos de currar nada, que ellos se buscaban la vida, y el buscarse la vida no era sino la madre o la hembra, porque la reventa no es una manera de trabajar o no trabajar, sino una manera de estar en el mundo. El que manda en el mostrador se ve que se quedó bajetillo para el toro, pero ha debido andar en lances, porque tiene la cara talabarteada y desatranca los fregaderos continuamente -estos pinches sbn unos hippies sin amor al oficio, oiga- con la autoridad que da el haberle tenido la espuerta de cal ya prevenida a Cocherito de Madrid.

Qué sabrán estos. A las fotografías se asoma un Cordobés adolescente y virgen. Las señoras remorenas y vagamente taurinas se han metido en juerga y piden etiqueta negra, mucha etiqueta negra, mientras la más atórnica pone un disco en la máquina. Si quieres saber algo, niña, en cuestiones de amor, yo te enseñaré para que lo practiques mejor. Lo bailan o insinúan con el franquista sociológico de manoletinas, que tiene un alma de ojo de perdiz. Y ríen con una risa bien apuntalada de prótesis dental. La reventa ya no es un negocio, ni este Madrid es Madrid. Salvo que todos estamos en reventa.

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