Isabel Pantoja y la punta de la espada
Hoy y mañana serán las dos últimas actuaciones dentro de la serie de galas que está dando la folklórica sevillana Isabel Pantoja en la madrileña sala Windsor. El pasado martes, noche de su presentación, la cantante provocó una crecida que ascendio hasta cerca de las cuatro de la madrugada. Ella, con sus brazos de suave vello y mínimos lunares, reinó en el agua sin perder el colorete abandante de sus mejillas. Dirigida por el maestro Solano y aplaudida por Rafael de León, hubiera podido conformarse con tal hazaña. Pero además se trajo a Paquirri, a manera de espejo sonriente, cegado de contínuo por los focos, por las miradas, por la flecha cantada: Estoy enamorada.Es la prueba definitiva del desierto, de la inundación, de la plaza de toros. Sus ojos brillan al rimar con Sevilla, de donde dice que salió para Madrid un día de abril. Como si despertara al refinamiento de la hoja del plátano, envuelta en color rosa y con alas, insiste en la diana de hoyuelos protectores: Te quiero, vida, te quiero. Lo confesional va más lejos, más hondo, más al bolsillo, pites indica que ya sabe que él está casao y que vive separao. El personal se ruboriza al escuchar: 'Yo te daré mi tesoro / si me llevas al altar". Paquirri, aunque muy atento a la jugada, permanece inmóvil. Paquita Rico observa de reojo.
Isabel Pantoja está. nerviosa, aturdida de zarpazos, de loco frenesí, de acanciarse un pezón al exclamar: "Aquí, en mi corazón". Poco a poco alcanza la calma, el gesto justo, el giro equilibrado de la boca. Primeros alaridos: "¡Guapa!". Desembarca de nuevo con bata negra de cola, con más eco que Police, con la guitarra por vajilla para la foto de elegancia hogareña: "Se murió Carmen Amaya / y España entera lloró". España entera aplaude al infinito. Isabel repite el tema. España no va a ser menos.
La hermosa voz de la Isabel Pantoja hace comestible el mensaje de la canción: "Te estoy queriendo en silencio, / pues si dejo de callar/ a las ánimas benditas/ con razón vas a llamar". Hace círculos sugestivos con los dedos, pasa del sisí al nonó en plan dialéctico, del clavel a la risa ante el piropo. ¡Agua fresca.!".
El avellano se mece cuando ella reaparece con traje blanco. Fuma. Juega con fuego, aunque bebe a menudo de espaldas al público. Y osa renunciar a su virginal tesoro para cantar Ramera: "Ramera, / vendo mi cuerpo a cualquiera. / A todos, / a todos menos a ti. A ti me doy por entera / desde el día en que te vi". Escalofríos multitudinarios. Sólo ella conserva tibia su piel lechosa.
Cuando interpreta Amante, Paquirri aplaude por vez primera. Hay espuma en la sala. Isabel Pantoja ha aprendido mucho desde su última actuación en este mismo escenario. Le falta llegar al temblor de Juanita Reina, al psicodrama de Marifé de Triana y a la calentura tenebrosa de Rocío Jurado. Pero ya anda por el buen camino.
Y átaja por derecho en cuanto escucha un soplo de burriqueo: "Dime de lo que te ríes, para que así me ría yo también".
Hay un hondo paréntesis de temas populares que ella recrea á su modo, mientras Paquirri le besa las manos. Luego, de amarillo y negro, desgrana sevillanas. Otro momento fuerte es cuando elogia, como si tal cosa, la punta de una espada adivinada. Aquello sigue entre piropos, aplausos, claveles. Sólo faltó que la sacasen a hombros.
Babelia
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