El fin del escándalo
Es la más efímera de las mitologías, pero es el más constante de los mitos. Se trata de uno de esos signos que cada cierto tiempo, y desde los años cincuenta, conviene jalear para no perder el rumbo de lo cotidiano. Es un mito-prueba. ¿Suben, bajan? ¿Se mantienen los valores de lo joven en el hipermercado de la actualidad? Hace no tanto tiempo había una extraña unanimidad sobre el asunto de la juventud. Los diagnósticos eran globales y coincidentes. Los fervores seniles de los intelectuales de moda y los escándalos de la buena sociedad adulta resultaban simétricos. Ahora ya no son posibles juicios tan redondos.Los de la sociedad mercantil, por un lado, nos dicen, a través de las publicidades de sus jeans, refrescos, colores, tejidos e indumentarias para la temporada primavera-verano, que el fluido juvenil sigue vendiendo. Los publicitarios maquillan sus vallas, spots, carteles y escaparates de tiernos tonos adolescentes, y los productores de chismes, modas, ocios y humos posindustriales continúan halagando a baja edad fantástica.
Si la marca joven no parece haberse devaluado para los hombres de anónimas y limitadas, el mito de la juventud se debilita progresivamente en los escenarios de lo social, lo político y lo cultural. Los jóvenes todavía son los indiscutibles héroes del mercado, pero ya han dejado de ser los héroes de la historia contemporánea. Además de como ocurrió hace apenas una década, cuando ser el centro de una rentabilidad nada dudosa, también influían lo político, explicaban lo social, contaminaban las prosas, contagiaban a los filósofos, creaban modernidad a su alrededor: eran la metáfora dominante contra la ideología dominante.
Ha disminuido de forma notable la producción de teorías acerca del fenómeno juvenil. Los nombres de Marcuse, Goodman, Roszak y compañía apenas son nostalgia, lejanas anécdotas literarias. También ha cedido el interés por las jergas juveniles, sus indumentarias, los extremismos eróticos y políticos, los nuevos gestos callejeros.
Adiós a aquel nuevo periodismo que nació y sobrevivió de trabajar full time el. radicalismo de los jóvenes de los sesenta-setenta. Ni viajes con los Rolling, ni bandas de la casa de la bomba, ni supermercados espirituales, ni máquinas de follar burgueses, ni radical-chic, ni caballo loco. Con ese material ya no se gana el Pulitzer, ni siquiera se seduce al redactor jefe de colaboraciones literarias. Ahora hay que irse a investigar el programa atlético de la Universidad de Arizona y los sistemas de seguridad de las centrales nucleares, o tras los inmigrantes ¡legales, o viajar a las guerrillas centroamericanas, o infiltrarse en el living de Haig.
Más significativo del momento actual es el descenso espectacular de la producción de escándalos y miedos en la sociedad adulta por culpa de las provocaciones juveniles de turno. Sólo escandaliza el terrorismo y las formas límite de la violencia callejera. El resto se digiere en un santiamén: lo reconvierten en telefilme, gadget, decoración, tic, diversión de adultos: signo adulterado. Y sin alarmas y digresiones, con silencios y digestiones, lo joven carece de sentido provocador, pierde su potencialidad explosiva, incluso su necesaria y arcana función disuasoria.
Y, sin embargo, pocas veces las miserias de la juventud fueron más agudas que ahora mismo. Nunca llegaron. a estas cotas los índices de paro juvenil ni hubo tanta incertidumbre, desengaño, manipulación, marginalidad y paternalismo.
Por bastante menos ardieron un día los campus y se intentó la toma de la Bastilla, y los intelectuales dijeron que estábamos ante una nueva y devastadora clase social, y el mundo tuvo la impresión de que había sonado una inédita trompeta del apocalipsis.
Los problemas de la juventud siguen siendo similares al de aquellos años de ilusión revolucionaria. Lo que verdaderamente ha cambiado es la actitud de la sociedad adulta frente a las diversas mitologías del radicalismo juvenil. Ha ocurrido la astuta transformación del joven en un hecho audiovisual, se le ha concedido el privilegio de las imágenes y los sonidos a cambio de vetarle el derecho a la palabra. Esta reclusión de los jóvenes en el apartheid audiovisual explica que sean objetos de la moda, pero no los sujetos de moda.
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