La ayuda a Guinea
GUINEA ECUATORIAL, de la mano de las Naciones Unidas y de España, ha entrado en contacto directo con la comunidad internacional. El mundo ya conoce los principales problemas de este país africano y ha mostrado interés en participar en su reconstrucción, protagonizada hasta ahora casi en solitario por España. Si bien los resultados de la Conferencia de Países Donantes de Guinea Ecuatorial, celebrada días atrás en Ginebra, son todavía modestos, España podrá, a partir de ahora, tratar con su ex colonia de un modo menos crispado.Las autoridades de Malabo se han comprometido a racionalizar la ayuda internacional y a materializarla eficazmente. La tensión entre Malabo y Madrid surgió por la preocupación española sobre la administración de la ayuda de nuestro país, enviada generosamente por España a su ex colonia, desde el primer momento en que fue derrocado el régimen hostil de Francisco Macías, en agosto de 1979.
El desarbolamiento del Estado ecuatoguineano por el dictador fue tan profundo, que el nuevo régimen de Malabo no ha sabido en estos tres años organizarse. Guinea Ecuatorial, que se encontraba sin siquiera corriente eléctrica cuando Macías fue derrocado, ha sufrido, desde 1979, tres años de incertidumbre forzada fundamentalmente por las carencias en las que le dejó sumida el régimen anterior. Además, las singularidades del nuevo régimen, que conserva aún el troquel que fraguó Francisco Macías, le han impedido arrancar de la situación en la que se hallaba postrado el país, con índices de mortalidad infantil, de enfermedades, de miseria, verdaderamente escalofriantes.
En estos tres años, tales calamidades han retrocedido sensiblemente. Pero el caudal de la ayuda exterior, primordialmente la de España, no ha sido bien canalizado. Corrupciones aparte, las autoridades de Malabo no han sabido dar curso eficaz a esta aportación, cifrada en unos 11.000 millones de pesetas. El deseo español de controlar sus ayudas ha sido legítimo, pero Malabo se negó en redondo a admitir la supervisión administrativa por parte de las autoridades de nuestro país.
A partir de la conferencia de Ginebra, todos los países que cooperen en el programa de reactivación, propuesto por Malabo y retocado seriamente por la comunidad internacional, podrán intervenir con voz y voto en las reuniones mensuales que se pondrán en marcha. El seguimiento de la ayuda parece pues asegurado, por lo cual el Gobierno español ha mostrado su satisfacción.
Tras lo logrado en Ginebra, el Gobierno español puede permitirse un respiro. En primer lugar, la reafirmación española de su deseo de seguir cooperando en la reconstrucción ecuatoguineana zanja definitivamente los recelos de aquellos que pensaban que la ayuda española ha sido una suerte de neocolonialismo. En segundo término, España puede comenzar desde ahora a compartir con una decena de países la responsabilidad en el despegue económico de su ex colonia.
La responsabilidad del éxito final depende ahora más que nunca de la aplicación que observe el Gobierno de Malabo en la ejecución del programa propuesto. Su primera tarea, según lo sugerido en Ginebra, será consolidar un Estado capaz de funcionar.
Malabo necesita una agilización política profunda. Las críticas contra el tribalismo de los partidos políticos de la posindependencia, vertidas por el presidente Obiang Nguema en Ginebra, deben hallar su primera muestra de rectificación en el propio presidente, rodeado casi exclusivamente por personas de su etnia y por familiares. Si bien la etnia Fang, a la que pertenece Teodoro Obiang, es mayoritaria en el país, nada explica la ausencia de los Bubis, de los Combes y de los Ndowes de los principales centros de decisión. Si acaso los proyectos políticos que sustentan unos y otros son diferentes, la inauguración de un diálogo constructivo entre ellos tiene ahora su ocasión de oro. Las promesas de dotar a la política ecuatoguineana de una carta constitucional, prevista para el próximo mes de agosto, han de recabar el mayor número posible de redactores cualificados.
Las riquezas potenciales que Guinea Ecuatorial encierra, sobre todo en los sectores energético y agrícola, no pueden deslumbrar a los dirigentes de Malabo. Conseguirlas va a exigir un esfuerzo arduo y colectivo, que implicará necesariamente profundas modificaciones políticas. Nadie va a ayudar más que los propios ecuatoguineanos a la puesta a flote del país. Rentabilizar en beneficio de todos los ecuatoguineanos aquellas riquezas -impidiendo la penetración interesada de las grandes potencias- es su principal tarea.
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