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Una relación vacilante

Los resultados de la visita que ayer inició a nuestro país la delegación del Gobierno nicaragüense que preside Sergio Ramírez serán un muy adecuado medio para conocer con exactitud el momento de las relaciones entre nuestro país y Nicaragua, que han seguido en los últimos tiempos una trayectoria ondulante y difusa. Ramírez y sus colaboradores buscan en Madrid apoyo oficial al plan de paz para Centroamérica presentado en Managua, a finales de febrero, por el presidente de México, José López Portillo, que en Europa, hasta ahora, solamente ha obtenido el respaldo formal de Francia.Es muy posible que las autoridades nicaragüenses hayan decidido esta iniciativa diplomática al calor de la última toma de posición española sobre los problemas de Centroamérica, realizada por el ministro de Asuntos Exteriores, José Pedro Pérez-Llorca, y que, en opinión de los observadores, supuso un cambio cualitativo de cierta relevancia en la tradicionalmente tibia postura de nuestro país con respecto a los conflictos de la zona.

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Pérez-Llorca, que en febrero viajó a Panamá y México, donde mantuvo una reunión con todos los embajadores españoles en el área, hizo unas manifestaciones públicas que resultaron, por primera vez, clarificadoras. El ministro español aseguró que los principios en los que se basaría la política con respecto a América Latina serían los de mantener relaciones con todos los países, con especial énfasis en los regímenes democráticos y respetuosos de los derechos humanos, el apoyo a las vías del diálogo como medio para superar los conflictos bélicos y el de la no intervención, aplicado tanto a Estados Unidos como a la Unión Soviética.

En esa misma ocasión, el ministro español manifestó la preocupación de nuestro país por el avance de algunas tendencias totalitarias en el sistema político nicaragüense, y pidió aclaraciones sobre la calidad del proceso electoral que la Junta ha prometido realizar en 1985. En este punto, la posición española es marcadamente próxima a la de Estados Unidos.

Durante los últimos años de la dictadura, España envió cuantiosa ayuda al Gobierno de Anastasio Somoza. Este utilizó el material de transporte enviado, que incluía camiones, jeep y aviones, quebrantando los acuerdos entre los dos países, que impedían la utilización bélica de dicho material.

En la guerra nicaragüense, nuestro país no creyó en la victoria sandinista prácticamente hasta el momento en que las columnas del FSLN se encontraban a las puertas de Managua. A pesar de que la postura oficial era otra, el entonces embajador español, Pedro de Arístegui, ahora gobernador civil de Guipúzcoa, realizó tibios contactos con representantes, del bando al final vencedor, y nuestro país fue uno de los primeros en reconocer oficialmente al nuevo régimen. Esta actitud, los esfuerzos humanitarios desplegados por nuestra representación diplomática (una de las escasísimas que permanecieron abiertas hasta la caída de Somoza) durante los últimos meses de la guerra y la masiva presencia de cooperantes españoles en la primera fase del Gobierno sandinista motivaron el agradecimiento de las nuevas autoridades de Managua, que vieron la posibilidad de que España se convirtiera en un sólido pilar de apoyo del Gobierno.

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