Congeladas de momento las negociaciones directas entre Estados Unidos y Nicaragua
La apertura de negociaciones directas entre Estados Unidos y Nicaragua para la firma de un tratado de no agresión, en línea con el plan de paz para Centroamérica propuesto por el presidente de México, ha entrado en vía muerta, en parte por sus diferencias mutuas y también por la crisis de las Malvinas.
La principal dificultad estriba en que Washington exige como condición previa una renuncia nicaragüense a seguir enviando armas a la guerrilla salvadoreña. Tal como se plantea el tema, significaría el reconocimiento de que oficialmente se han suministrado armas, algo que los sandinistas rechazan y que Estados Unidos nunca ha podido probar convincentemente. La Administración Reagan estaría dispuesta incluso a reanudar la ayuda económica y a desalentar las acciones contrarrevolucionarias en territorio hondureño y en el suyo propio bajo esta única condición. Tampoco existe acuerdo sobre algunos aspectos formales de la negociación, aunque en este caso las diferencias parezcan superables.En primer término, Washington no quiere intermediarios, quiere un diálogo directo. Lo ha dicho bien claro en una nota del Departamento de Estado en la que agradece a México sus gestiones en esta fase previa y añade que considera terminado el papel mexicano. Por parte del Gobierno sandinista existen, sin embargo, suficientes recelos como para desechar al menos la proximidad de los diplomáticos mexicanos, buenos conocedores de su poderoso vecino del Norte. Managua no rechaza el diálogo directo pero propone que el encuentro tenga lugar en México, para poder acudir al consejo, y en cierto modo al amparo, de este país.
Otra diferencia se plantea en torno a la presidencia de las respectivas delegaciones. Estados Unidos no quiere quemar a Haig en este cometido y tiene además el argumento de su dedicación exclusiva a las crisis de las Malvinas. En su lugar propone a Thomas Enders, secretario adjunto para Asuntos Latinoamericanos, un hombre distante al que un diplomático de habla hispana describe como el virrey, que aún cree estar negociando con las tribus indias. Al mismo tiempo que propone a un subsecretario, Estados Unidos no quiere aceptar como interlocutor al ministro nicaragüense de Relaciones Exteriores, Miguel d'Escoto, por entender que no tiene la necesaria capacidad de decisión.
Desea tener enfrente a un hombre que sea capaz de tomar decisiones, al nivel de Daniel Ortega o Sergio Ramírez, miembros ambos de la Junta de Reconstrucción con categoría de jefes de Estado, lo que plantea un problema protocolario de difícil solución, al sentar en una mesa al máximo representante de un país frente a un subsecretario, por mucho que éste lo sea de la mayor potencia mundial.
Un incidente en el seno de la ONU ha venido a enturbiar el relativo optimismo existente semanas atrás sobre esta negociación. La presentación por parte de Panamá de una iniciativa en el Consejo de Seguridad para condenar el intervencionismo en América Central, con referencia explícita a EE UU, estuvo a punto de dar al traste con la labor de acercamiento realizada por México.
El propio Alexander Haig llamó telefónicamente el canciller mexicano, Jorge Castañeda, para advertirle que, si se llevaba adelante la propuesta, EE UU interpondría el veto y esto sería el fin de cualquier negociación.
El canciller mexicano habló esa misma noche por teléfono con Sergio Ramírez para exponerle la posición estadounidense. El dirigente sandinista le pidió un plazo de unas horas para hacer una consulta con los demás miembros de la Junta. Esa madrugada llamó a Castañeda para informarle de que no se podía detener la propuesta. Al parecer, el comandante Daniel Ortega habría mostrado una actitud inflexible. La propuesta fue vetada por Estados Unidos, pero en esta ocasión la crisis de las Malvinas vino a impedir mayores repercusiones en las relaciones mutuas.
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