"Estados Unidos estaba dispuesto a llegar a una tercera guerra mundial para defender a Israel"
Nasser murió el 28 de septiembre de 1970. Ese día, el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, se encontraba en el Mediterráneo visitando la VI Flota, que estaba realizando maniobras.En aquella época, las relaciones entre Egipto y Estados Unidos eran muy tensas, reflejando el odio que había nacido a raíz de nuestra derrota en junio de 1967. Egipto acusaba a Estados Unidos de apoyar a Israel con armamento; Esta dos Unidos creía que Egipto estaba en manos de la Unión Soviética y se había convertido en una ame naza a los intereses norteamerica nos en el área. Los periódicos norteamericanos estaban llenos de informaciones que Egipto consideraba ofensivas e impropias.
La visita de Nixon a la VI Flota venía a suponer más o menos un despliegue de fuerzas. Nadie tenía intención de atacar los intereses norteamericanos en el Mediterráneo. Todo lo contrario; tras su gran victoria sobre los ejércitos árabes y su ociapación de amplios territorios de tierra árabe, Israel, el principal aliado de Estados Unidos en la zona, estaba atravesando sus mejores años, y Estados Unidos participaba en su felicidad y regocijo. Estidos Unidos estaba dispuesto a amenazar con pasar a la acción, llegindo incluso a una tercera guerra mundial, contra cualquier país que amenazara la seguridad de Israel.
En contraste con Israel, las naciones del mundo árabe estaban atravesando el peor momento de su historia, después de haber sufrido una dura derrota que resultaba intolerable a su pueblo. Tenían que soportar las burlas de todo el mundo, que se reía de ellos por no haber sido capaces de derrotar a un pequeño Estado cuya población era menor que la de una capital árabe de tamaño medio.
Los egipcios éramos los que más dolor, pena y amargura sentíamos. Eramos el Estado árabe mayor y más poderoso, y habíamos sufrido el mayor desastre de nuestra historia, antigua o moderna.
Regocijo de amigos
Más doloroso que la burla de nuestros enemigos era el regocijo de nuestros ainigos, cuya malicia no servía más que para agravar el desastre. El ciudadano egipcio ya no creía en la batalla; había perdido toda esperanza en las consignas que había gritado o en las victorias que había esperado. De repente, parecía que nos habíamos quedado todos huérfanos.
Ese día, con el presidente norteamericano a bordo del buque insignia y la flota norteamericana cerca de nuestras costas, los periódicos norteamericanos declararon que la finalidad de las maniobras era que "Nasser oyera el sonido de nuestros cañones". Era una provocación y demostraba el mayor desprecio hacia los sentimientos de los egipcios, que todavía no se habían recuperaido de los horrores que nos habían acaecido.
Pero, antes de que comenzara el rugir y el tronair de los cañones de Estados Unidos quería hacer oír a Nasser, llegó ante Nixon un mensajero con una noticia de una sola línea: "Nasser ha muerto hace una hora", decía.
Nixon no creyó la noticia inmediatamente. Cuando Golda Meir, la primera ministra israelí, oyó que Nasser había muerto, también se negó a creerlo. "Déjate de tonterías", le ordenó al mensajero que le trajo las nuevas.
Pero la noticia era cierta. De todas partes llegaban confirmaciones. Los rumores de la muerte de Nasser habían comenzado a circular a las siete de la mañana, pero el anuncio oficial no se hizo hasta las once, cuando personalmente de la noticia por la televisión.
Quedaban tan sólo unos minutos para el comienzo de las maniobras de la VI Flota, pero, sin dudarlo, Nixon las suspendió en señal de respeto por el gran dirigente egipcio. Decidió volar inmediatamente a Belgrado, adelantando en un día su visita al presidente Tito, de Yugoslavia.
Ocupado en esta visita, el presidente Tito no pudo asistir a los funerales de su querido amigo Gamal Abdel Nasser, en El Cairo. No puedo negar que me sorprendió la actitud de Tito. Esperaba que le pediría a Nixon que pospusiera su visita para poder despedir a su amigo. No le hubiera supuesto ningún problema, ya que Nixon había suspendido unas maniobras navales en señal de respeto por el fallecido dirigente.
La no asistencia de Tito al funeral de Nasser me molestó sinceramente. Estaba sorprendido por su conducta, especialmente cuando recordaba el amor que sentía Nasser por él y los fuertes lazos de amistad que les habían unido desde hacía muchos años.
No era una cuestión secreta que Nasser era un gran admirador personal de Tito y que estaba profundamente influenciado por la larga lucha del presidente yugoslavo por llevar la felicidad a su pueblo y la libertad a su país.
Me viene inevitablemente a la cabeza una de estas ocasiones, cuando Tito vino a El Cairo, dos meses después de nuestra terrible derrota de 1967. No tenía por qué venir; no había nada que hiciera necesaria una reunión entre Tito y Nasser. No obstante, vino sin dar ninguna razón concreta.
En su crucero Ghaleb se dirigió hacia Alejandría, donde le recibi mos con inmensa alegría. Destro zados por el dolor y la derrota, te níamos la sensación de estar solos en el mundo, rodeados de gente que nos odiaba. La llegada de Tito tuvo sobre nosotros un efecto mágico. Imaginaba que estaba senta do en mi casa en el poblado de Mi Abul Kom, pensando en el desastre que nos había acaecido cuan do, de repente, entraba Tito como un padre, como un hermano mayor, un amigo querido que venía a compartir mi pena, a consolarme a aliviar mi dolor, a darme ánimos a socorrerme.
Todavía tengo unos recuerdos inolvidables de esa visita de 1967 Celebramos una serie de conversaciones en el palacio Ral El Tin, las dos delegaciones frente a frente, sentada cada una a un lado de una larga mesa de conferencias; yo estaba sentado a la derecha de Nasser y Tito se sentaba frente a nosotros.
Nasser enfermo
Nasser comenzó a hablar, expresando su intensa ira por los problemas que estaba teniendo con los soviéticos en la cuestión de reorganizar nuestro derrotado Ejército. Recuerdo que miré el brazo de Nasser y noté, alarmado, que se había vuelto amarillo. Sabía que nuestra derrota había agravado la diabetes de Nasser, que hasta entonces había podido controlar.
Estaba, pues, preocupado por su salud mientras explicaba sus problemas a Tito. Los soviéticos habían detenido sus envíos de armas diciendo que nos llevaría tres años aprender a utilizar las que ya nos habían enviado. En cinco meses nuestros oficiales y soldados habían sido adiestrados en su uso y pedimos más abastecimientos. Nasser le dijo a Tito que las necesitábamos urgentemente para poder establecer una línea defensiva de Port Said a Suez, pero los soviéticos enviaron su inevitable respuesta: "No podemos darles una respuesta; todos nuestros dirigentes están en Crimea".
El malestar de Nasser aumentó cuando le dijo a Tito: "Te ruego que vayas inmediatamente a Moscú y les repitas a los dirigentes soviéticos lo que nos has oído. Diles que estamos tan descontentos que sería preferible rendirse a Israel o a Estados Unidos y menos vergonzoso que el tratamiento que nos están dando".
Nasser le dijo estas palabras a Tito en un arranque de rabia y frustración, pero Tito no dejó de cumplir nuestra solicitud. Volvió a su país en el crucero Ghaleb, y a continuación voló a Moscú, donde le escucharon los dirigentes soviéticos. (Aunque no hicieron nada hasta principios del año siguiente.)
Cito esto como prueba de la calidad del presidente Tito como dirigente y amigo, adoptando nuestra causa y defendiéndola fervientemente. Tito nos dijo que no éramos los únicos que sufríamos por los soviéticos. El mismo había librado terribles batallas contra Stalin por negarse a ser un satélite soviético. No perdió el valor. Ni se retiró ni se sometió. Todo lo contrario; sacó fuerzas del pueblo que tenía a sus espaldas.
Golpes bajos
Stalin hizo todo lo que pudo para deshacerse de Tito, utilizando los métodos más bajos, despreciables y brutales. Fue el instigador de una serie de intentos de asesinato contra Tito. "Stalin no dejó sin probar ni unsolo método para asesinarme", nos dijo Tito "Incluso, en más de una ocasión, intentó envenenarme la comida".
Tito nos contó esa historia mientras cenábamos en el Club de Oficiales de Zamalek, durante los primeros días de la revoltición egipcia. Ante nuestro asombro, se había traído a su propio cocinero, que le había preparado una comida diferente de la que le habíamos ofrecido. No estábamos acostumbrados a tratar con gobernantes y jef0es de Estado e ignorábamos estas cuestiones. Explicó que, izuando descubrió los complós de Stalin para envenenarle, había decidido comer sólo la coinida preparada por su cocinero privado, de confianza, y que le servía de detrás de su silla un conocido sirviente yugoslavo.
Tito nos informó que todos los jefes de Estado seguían el nlismo procedimiento, y nos aconsejó que siguiéramos su ejemplo. Nos reímos de su sugerencia, y ni por un instante pensamos en asign:arle a Nasser un cocinero y un sirviente especiales. No mucho después descubrimos un compló para envenenar la comida de Nasser. Sus enemigos habían comprado a uno de los camareros del Groppi, que había puesto veneno en el plito de Nasser durante una recepción. El compló fue descubierto en el último momento y desde ese día Nasser decidió seguir el consejo de Tito: sólo comería lo que le preparase su cocinero personal. Yeso es lo que hago yo ahora.
Nos entrevistamos con Tito en muchas ocasiones. Siempre se abría a nosotros contándonos sus problemas, sus sueños y sxi opinión de los acontecimientos internacionales. Nos habló deta.lladamente de sus diferencias con la Unión Soviética y de cómo se burlaba de las vacías consignas soviéticas, utilizando un latiguillo que repetía continuamente con sia delicioso acento inglés: "Socialismo, socialismo..., pero nada de comida".
Conocía bien a Tito y puedo decir que poseía unas cualidades poco comunes y una nobleza que hacía respetarle, admirarle y sentirse influenciado por él. Yo tuve mucho cuidado de mantenerle informado de nuestra situación militar y política cuando tomé las riendas del Gobierno.
Tito adoptó una postura jerdaderamente honorable cuando se estaba aproximando la hora convenida para la guerra de octubre de 1973. Había efectuado los preparativos necesarios para asegurarme de una postura árabe unificada. Quedaba el problema de los países no alineados. Afortunadamente, vi a Tito en la conferencia de países no alineados que se celebró en Argel, en septiembre de 1973, unas pocas semanas antes de la batalla. Reconocí que la guerra con Israel era inminente y que, efectivamente, se había señalado una fecha. Tito nos deseó suerte y no me preguntó cuál sería el día 0 ni me presionó con preguntas.
Más adelante, durante la guerra, Tito adoptó una postura aún más noble en nuestra defensa. La batalla se hallaba en su punto más violento: Egipto había perdido quinientos tanques, Israel mil y Siria había perdido 1.200 tanques en un solo día. Necesitábamos nuevos tanques urgentemente.
Sólo podía pedir ayuda a Tito. Le pedimos cien tanques el equivalente a una brigada acorazada, según nuestro sistema-. Tito, sin retraso, nos envió 140 tanques.
Fue un gesto asombroso y, tras el alto el fuego, decidí ir a Belgrado a darle las gracias personalmente. Lo que aumentaba mi respeto hacia él era que había enviado los tanques a un país que, según le había dicho la Unión Soviética, sería totalmente derrotado. Breznev le había asegurado que Israel nos destruiría en cuestión de días o de horas.
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