El 'Comandante Cero' vuelve a la guerra
EL COMANDANTE Cero -Edén Pastora- tuvo una participación que pareció decisiva en la revolución que derrocó en Nicaragua a la dinastía tiránica de los Somoza: el asalto al Ccongreso en octubre de 1978. Se vuelve ahora contra el Gobierno, pide una nueva revolución y llama a las armas a los suyos precisamente en el momento en que el país se encuentra en una delicada situación internacional por la consolidación de las derechas de los países vecinos y por la decidida posición de Washington. La Junta de Gobierno ha sufrido numerosas depuraciones, luchas internas, dificultades, divisiones, en los casi tres años de poder. Las revoluciones que se han comenzado por frentes amplios y alianzas de urgencia y ocasión sufren inevitablemente estos problemas. Ya lo enunció Pierre Vergniaud en la Revolución Francesa: "Hay razones para temer que, como Satumo, la revolución pueda devorar, uno a uno, a cada uno de sus hijos". Cada uno de los grupos que se integraron en el Frente Sandinista de Liberación Nacional tenía su propia idea de cómo reconstruir, gobernar, dirigir Nicaragua. Probablemente todas utópicas: la realidad posterior, las necesidades inminentes y los factores de presión condicionan siempre los ideales; y uno de estos factores de presión es el choque entre cada uno de los sueños. Había transcurrido apenas un año del triunfo, de la nueva Constitución y de la instalación de los órganos de poder -una Junta de Gobierno, un Consejo de Estado- cuando ya se acusaba de conspiración a un ministro y cuando las fuerzas moderadas se retiraban del Consejo de Estado. En marzo de 1981, los partidarios de la oposición acusaban al Gobierno de querer construir una dictadura comunista. Ahora es el Comandante Cero el que puede pasarse a la guerrilla otra vez o intentar una revolución en la revolución. Sus quejas inmediatas son las de un aburguesamiento de los dirigentes. Y una declaración acerca de sí mismo: "Llevo más de veinte años como revolucionario internacionalista". Podría interpretarse como un apoyo a la extensión de la revolución a El Salvador y Guatemala, precisamente lo contrario de lo que están pactando, o intentando pactar, los gobernantes nicaragüenses con Estados Unidos.Para Reagan, Nicaragua es una obsesión: la ve cada día como una nueva Cuba y, por tanto, como una sucursal de la URSS. Describe cada día Nicaragua como una fuente incesante de lo que él llama subversión; los nicaragüenses consideran que la invasión de Estados Unidos puede suceder en cualquier momento, por lo que declararon el estado de excepción el 15 de marzo y acaban de prorrogarlo hasta el 15 de mayo. Pero, mientras, hay conversaciones directas entre los dos países: se trata de pactar la no intervención de Nicaragua en El Salvador y en Guatemala, una reducción de su propio Ejército, una cierta seguridad de que Nicaragua continuará manteniendo un régimen de pluralismo de partidos y unas elecciones libres, y a cambio, una suspensión de las medidas de Estados Unidos contra Nicaragua e incluso una ayuda económica y técnica. Se entiende que los consejeros cubanos tendrían que salir del territorio; pero Nicaragua no ha reconocido oficialmente su existencia más que en cuanto a técnicos civiles que ayudan a la reconstrucción del país.
Si en estos primeros contactos se llega a un acuerdo -y numerosos Estados americanos y algunos europeos presionan a las dos partes para que lo consigan-, habría unas conversaciones formales entre personajes de alta representación quizá en México -a quien se debe, con Francia, un plan moderado de arreglo en toda la zona.
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