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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Cara y cruz de la LAU / 1

La universidad española no es tan mala como se empeñan en presentarla los propios universitarios, tal vez por cierto derrotismo en la autocrítica, según el autor de este artículo, para quien el nivel de la actual institución universitaria es el más alto de toda la historia de nuestra universidad moderna. En su opinión , tampoco se han querido ver las luces que la LAU presenta junto a sus innegables sombras. Entre las primeras, encuentra el mérito de que se trata de un proyecto de ley que podría ser el inicio de la reconstrucción universitaria.

Durante el ya largo periplo del proyecto de la LAU se han formulado un gran número de opiniones sobre las diferentes versiones que éste ha conocido. La inmensa mayoría de esos comentarios, los cuales casi globalmente han sido negativos sobre el valor del proyecto, creo que han sido expuestos con un inmenso tinte de subjetivismo y repletos de un cierto masoquismo y de un evidente sectarismo corporativista, según el status que se posea en la universidad.Sortear las servídumbres

En lo que a mí concierne, voy a tratar de sortear tales servidumbres. Por supuesto, la objetividad no existe en este mundo en tanto que categoría absoluta, pero sí existe la voluntad de ser objetivo, que es la que voy a intentar adoptar en las siguientes líneas.

Así, en primer lugar, me gustaría señalar que, a pesar de las innumerables críticas que desde fuera -y autocríticas desde dentro- viene sufriendo nuestra universidad, fruto de un cierto derrotismo propio de nuestra idiosincrasia nacional, creo honradamente que el nivel de la actual institución universitaria es el más alto de toda la historia de nuestra universidad española moderna.

Lo cual no quiere decir que sea plenamente satisfactorio, pero sí que, en muchos aspectos, el actual arsenal de profesores y el repertorio de publicaciones científicas se acerca bastante al existente en el resto de las universidades europeas o americanas, algunas de las cuales conozco bien porque he vivido en ellas varios años.

Buen nivel medio

Con ello no quiero decir ni que dispongamos en España de primeras figuras científicas de talla mundial ni que todos los cursos que se imparten o todas las publicaciones que se editan sean de una calidad excelsa. Pero, si comparamos la actual situación con la del pasado, no hay más remedio que concluir en que existe un nivel medio de profesores y de publicaciones que se encuentran próximos a los estándares de los países universitarios de punta y muy por encima de nuestros mejores momentos del pasado. Claro está que habría que matizar en cada caso y en cada especialidad. Pero valga un ejemplo respecto a mi propio campo profesional. En los tres primeros años de vigencia de la Constitución de 1931 no se escribieron en España más de diez trabajos sobre esa norma fundamental, y de ellos sólo uno o dos poseían un cierto valor.

En la actualidad, a los tres años de existencia de la Constitución de 1978, contamos ya con más de mil publicaciones sobre la misma, y algunas de ellas de gran calidad y originalidad científica. Ya sé que habría que rela tivizar las cifras en función del número de profesores de entonces y los de ahora, pero aun así la diferencia sería apabullante. Pues bien, me cuesta trabajo pensar que esto que sucede en mi sector de enseñanza e investigación no ocurra también en otros campos y especialidades. Con todo, no voy a negar que no es todavía satisfactoria la enseñanza que se imparte y la investigación que se realiza en nuestras universidades. Ahora bien, la causa de tal insuficiencia hay que buscarla, a mi juicio, en tres concretas razones. Primero, en la masificación que se ha producido en los últimos años, casi de forma instantánea, en nuestras aulas, ya que hemos pasado en muy corto espacio de tiempo de 40.000 estudiantes universitarios en los años cincuenta a cerca de 800.000 en la actualidad. Muy pocos países, si es que hay alguno, hubieran podido responder a este desafío de una manera totalmente satisfactoria.

Segundo, en la desastrosa Política educativa que se ha seguido en los últimos años y que ha dado lugar al caos organizativo que sufrimos en la actualidad, en donde no rige ninguna norma.

Tercero, en la insuficiencia de medios con que contamos, los cuales son a todas luces insuficientes para encauzar el desmesurado colectivo de alumnos y profesores (la gran mayoría no numerarios).

Luces y sombras

Y aquí entramos ya en la propia temática de la LAU. Como voy a tratar de exponer, el último proyecto que conozco (dictamen de 4 de marzo) posee, como toda obra humana, luces y sombras. Pero, por encima de ello, tiene el enorme mérito de que al menos se trata de un proyecto de ley que podría ser el inicio de la reconstrucción universitaria. SI, como he dicho, nuestro personal profesoral y el nivel de investigación son mucho mejores de lo que se piensa y, en cambio, el nivel de las enseñanzas no es satisfactorio, se debe principalmente, entre las tres causas que he señalado, a la falta de una organización racional, explicitada en una norma vigente. Aquellos que atacan in totum la LAU están incurriendo así, a mi juicio, en un estéril nihilismo, en un cerril corporativismo o en una enorme irresponsabilidad. La LAU es absolutamente necesaria hoy si no queremos que el caos actual se hipertrofie indefinidamente. Rechazarla en estos momentos sería algo que tendríamos que pagar con un precio muy caro. Por un lado, porque, de no aprobarse antes del verano, ya no será posible que tengamos otra antes de dos o tres años, y entonces las cosas estarán mucho peor que ahora. Por otro, porque no existe ley perfecta, y menos respecto de la universidad, en donde cada uno de sus miembros lleva en su mochila su propia ley universitaria. Por último, porque más vale una ley pactada, como es el caso, entre los dos grandes partidos del país, cediendo cada uno algo, que esperar, según la ideología de cada uno, a que una sola formación política disponga de la mayoría suficiente para imponer al colectivo universitario, plural y crítico, una concepción unilateral que contentaría a unos, pero que no aceptarían los otros. De ahí el reconocimiento que se debería hacer del esfuerzo y la paciencia que han venido demostrando los negociadores del partido de la oposición y el sector más avanzado del partido del Gobierno, en donde los trogloditas abundan, por desgracia.

Defensa matizada

En consecuencia, si defiendo matizadamente el proyecto de la LAU se debe, pues, además de lo ya expuesto, a algunas razones fundamentales. Ya he dicho que su primer mérito es el de introducir racionalidad en el caos. Pero aun admitiendo que sea una ley con defectos técnicos, demasiado progresista para los reaccionarios y demasiado reaccionaria para los progresistas, no es más que una ley que puede ser corregida, en un sentido o en otro, en base a dos datos que frecuentemente se olvidan. De una parte, dependerá del Gobierno de turno y de su política educativa la orientación progresiva o conservadora; de otra, existe un amplio margen de maniobra para orientar sus dictados en la confección de los estatutos de cada universidad.

Universidad 'sui géneris'

En el mismo sentido, pienso que con sus defectos y ambigüedades nos acerca más a los modelos europeos vigentes hoy. Hoy la universidad española, en su caos organizativo, es tan sui generis que ni siquiera podemos encontrar un revoltijo parecido en las universidades del Tercer Mundo.

Acabo de regresar de pronunciar varias conferencias en algunas universidades latinoamericanas y puedo asegurar que, a pesar del bajo nivel de muchas de estas universidades, la mayoría posee una organización más racional que el laberinto español, por la simple razón de que al menos siguen un modelo de los existentes hoy en el mundo. El modelo que configura la LAU rompe así con nuestra atipicidad y, con todos sus defectos subsanables, nos acerca a los cánones existentes en otros países de nuestra área cultural.

Pero, en cualquier caso, conviene recalcar que la ruptura organizativa que representa la LAU no será visible hasta dentro de algunos años: sus efectos, en contra de lo que se tiende a creer tan frecuentemente en esta tierra de aspiraciones taumatúrgicas, sólo se podrán apreciar después de cierto tiempo, al mismo tiempo que se podrá ir orientando, y hasta reformando, muchos de sus postulados, hoy insatisfactorios.

Jorge de Esteban es vicedecano de la facultad de Derecho de la Complutense.

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