Gibraltar: el aplazamiento inevitable
CON SENTIDO común y lógica encomiable, como corresponde a dos naciones europeas, civilizadas y democráticas que creen en el diálogo y no en la confrontación para resolver sus litigios, España y el Reino Unido acordaron ayer una suspensión temporal de sus conversaciones sobre Gibraltar, cuya iniciación estaba prevista para el próximo día 20 en la localidad portuguesa de Sintra. La suspensión lleva inevitablemente aparejado un aplazamiento, también temporal, del levantamiento de las restricciones impuestas por ambas partes a través de un enconamiento de décadas del contencioso gibraltareño, incluida la apertura de la verja que separa el Peñón de su área circundante.Aunque comprendemos que este acuerdo de los dos Gobiernos puede producir un sentido de frustración entre los habitantes del Campo de Gibraltar, principalmente entre los gibraltareños y la población de la Línea de la Concepción, que esperaban ansiosamente el restablecimiento de las comunicaciones directas desde hacía trece años, el corazón y la emotividad tienen que dejar paso, en este caso, a la cabeza y al frío análisis. Porque, si lo que de verdad se quiere es establecer las bases para un entendimiento permanente entre Madrid y Londres, que asegure unas negociaciones fructíferas que por primera vez desde hace más de dos siglos sienten las bases para una solución al problema de Gibraltar, que no puede ser otra que la lógica devolución de la soberanía del Peñón a España, con todas las salvaguardias necesarias para la población gibraltareña, ¿qué sentido tendría reunirse dentro de once días para iniciar unas conversaciones que coincidirían con la llegada de una poderosa flota británica a las aguas que rodean las islas australes, actualmente ocupadas por la Argentina?
¿Qué "ánimus negociandi" podría pedir la delegación española al nuevo secretario del Foreing Office, Francis Pym, que, supuesta su asistencia a Sintra, hubiera estado más pendiente de las noticias de su escuadra y de los diversos movimientos diplomáticos en las principales capitales del mundo que de los argumentos que pudieran exponerle los negociadores españoles?
Ante el desarrollo de los acontecimientos y la nueva situación planteada por la ocupación argentina de la colonia británica austral, lo sensato ha sido la decisión adoptada conjuntamente, y de común acuerdo, por los Gobiernos de Londres y de Madrid. Dos partes no pueden negociar con una mínima, seguridad de éxito cuando una tercera ha decidido ocupar por la fuerza un territorio de características muy similares al del objeto de la negociación. ¿Con qué ánimo hubiera acudido Portugal a una negociación con China sobre el futuro de Macao a los pocos días de producirse la ocupación por la fuerza de Goa por parte de la India de Nehru?
El sentido pragmático ha privado, por una vez, en una negociación internacional y esto constituye un hecho plausible que hay que reconocer. Al mismo tiempo que conviene aclarar para que no quede la más mínima duda de que, a pesar de algunas filtraciones procedentes de Londres en el sentido de que España ha sido la que ha sugerido el aplazamiento de las conversaciones, el acuerdo ha sido "conjunto y mutuo". El Foreing Office, a través de una declaración de un portavoz recogida por la agencia France Presse el pasado martes, manifestó que los británicos tenían intención de seguir adelante con las conversaciones angloespañolas, aunque, según el citado portavoz, "no sabían todavía a qué nivel estaría encabezada la delegación británica". La reacción oficiosa española no se hizo esperar: o la negociación se iniciaba al nivel acordado en Londres de ministros de Asuntos Exteriores, o España no acudiría a Sintra. El mensaje fue entendido a la perfección en Londres y el comunicado conjunto ha sido su lógica consecuencia.
El aplazamiento acordado abre, pues, un paréntesis de dos meses que permitirá no sólo un encauzamiento de la actual crisis de las Malvinas, sino que España y el Reino Unido podrán perfeccionar a su vez sus respectivas posiciones sobre el tema de Gibraltar, un tema que envenena y enturbia las relaciones de los dos países europeos más llamados a entenderse por su situación geopolítica, sus comercios complementarios y su historia, tan antagónica y común al mismo tiempo.
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