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Reportaje:El proceso por la rebelión militar del 23 de febrero

Manual de disciplina

El proceso por la rebelión militar del 23 de febrero La 21ª sesión de la vista contra los 33 procesados por el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, transcurrió ayer con los interrogatorios de los capitanes Pérez de la Lastra, Lázaro Corthay y Bobis, de la Guardia Civil, y el capitán Cid Fortea, del Ejército de Tierra. Al contrario que el primero de ellos, que afirmó que fue al Congreso por iniciativa propia, Lázaro y Bobis declararon que Tejero les ordenó acudir a un servicio público en la Plaza de Neptuno. El capitán Bobis dijo que cuando fue a pedir a Tejero permiso para evacuar a un diputado enfermo, éste hablaba en una habitación con Armada. Aseguró que cuando preguntó a Tejero qué es lo que pasaba, éste le indicó, señalando a Armada: "La otra noche me ordenó que actuara en el Congreso, y hoy me ofrece un avión". La vista se reanudará mañana.

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El procedimiento procesal convierte este juicio en una suerte de ducha escocesa: alta temperatura a cuenta de las declaraciones de los acusados más próximos a esa verdad inaprensible del 23 de febrero y friolencia, desinterés, ante la argumentación en tomo a unos capitanes y tenientes que se van a quedar sin estatua pase lo que pase en Campamento. Y el de ayer fue uno de esos días procesalmente fríos -fueron interrogados tres capitanes de la Guardia Civil (Pérez de la Lastra, Lázaro y Bobis) y un capitán de Intendencia de la Acorazada: Cid Fortea)-, desapacibles (ese viento del Guadarrama que no apaga un pábilo pero mata a un hombre llevó la desolación a esa especie de patio de armas donde pasea la extraña familia de Campamento) y proclives a la melancolía y la reflexión sobre el tiempo perdido y acerca de unos soldados anclados en un concepto de la displina anterior al proceso de Nuremberg.Semidesiertas las bancas de la Prensa, ausencia de varios defensores titulares que permite la primera intervención de una letrada -la sustituta del defensor del capitán Acera- y de Jesús Barros de Lis, antaño esperanza de la democracia cristiana bajo el franquismo y ahora suplente del defensor de Milans. Una carrera. Escapadas intermitentes a los carromatos de intendencia y en su rededor chistes, bromas y hablillas, temblando de frío. Que si Tejero se acoge al paro porque lleva un año sin dar ni golpe o que si algún letrado elevará recurso de casación porque el escudo -con águila- del repostero que preside la Sala no es igual al escudo de la bandera instalada a la derecha del Presidente -sin avechucho- o que si los encausados en su sala común han cubierto el retrato oficial del Rey con otro de Franco. La escombrera mental de más de un mes de juicio y de cansancio en el que todos hemos escuchado la historia de la ocupación del Congreso un número de veces elevado a la enésima potencia. Y, prácticamente, nada novedoso sobre lo ya sabido el día antes del inicio de esta causa.

Los tres capitanes de la Guardia Civil interrogados ayer ofrecieron una versión plana y a ratos esperpéntica de los autos: tonalidades de expresión humildes, modestas y sumisas y continua remisión moral e intelectual a una obediencia no ya ciega sino irracional, que, a lo que se escucha, es todavía requerida en este Cuerpo. El capitán Pérez de la Lastra drena su corazón y su tristeza ante la confusión, el engaño o "algo peor si me apuran" de que fueron objeto la tarde del 23 de febrero. Depone contra Armada en los siguientes términos: en el automóvil que le conduce junto con Tejero a la Dirección General del Cuerpo para la entrega, el muñidor de golpes le comenta: "Armada me vino con historias de aviones cuando hace días me ordenó en Juan Gris entrar en el Congreso". Ramón Hermosilla, defensor del general Armada, se pasó la jornada haciendo la misma pregunta. "¿Y por qué se acuerda ahora de este asunto?; ¿por qué no declaró esto ante el juez instructor en su día?" Preguntas que recaban respuestas sobre falsilla: "No me lo preguntaron entonces". El caso es que resulta difícil dejar de advertir el efecto de progresión geométrica de muchas declaraciones respecto de Armada y de Cortina; a medida que los justiciables conviven en su prisión preventiva y avanzan las indagatorias del plenario o la vista oral, va creciendo la inculpación del hombre del Rey y del agente secreto. La sospecha de una posible reconstrucción a posteriori de los hechos es, como poco, razonable.

El capitán Lázaro parece un hombre notable. Acaso por ello sus exculpaciones muevan a mayor asombro. Es un regalo escucharle; su pulcritud verbal denota un espíritu cultivado y superior, no precisamente arquetípico de lo que se entiende por un oficial medio de la Benemérita. Declara en su descargo que siguió a Tejero obedeciendo una orden impartida por un superior jerárquico, en activo, de uniforme, en acuartelamiento, dependiente de la Dirección General y aduciendo urgencia en el servicio. No le cupo duda de que tenía que obedecer. Se une así a la tropa de aluvión del teniente coronel Tejero -que enardece los ánimos aludiendo a un servicio de orden de alcance nacional- sabiendo que en el Congreso se está procediendo a una sesión de investidura y pensando que acaso van a sustituir a la Policía Nacional en algún servicio de protección, dado que se especulaba con una posible huelga de éste y otros cuerpos de la Seguridad del Estado por el asunto del etarra Arregui, muerto tras su paso por dependencias policiales.

Así las cosas este oficial, en quien se adivina una mente afilada, pasa dieciocho horas en el Congreso secuestrado y parece que no se entera de lo que allí ocurre: desempeña su servicio, cumple sus órdenes sin otra reflexión intelectual y escucha como un "soldadito" de la Acorazada, al oir por radio que a los ocupantes del Congreso se les tilda de rebeldes y golpistas, da parte a sus jefes, y Zancada y Tejero redactan entonces el manifiesto que se intenta difundir por La Voz de Madrid y El Alcázar. Y un dato: cortados los teléfonos del Congreso, Tejero accede al coche del Presidente Suárez y por su sistema de comunicaciones habla finalmente con Valencia, de donde recibe la orden de rendición.

Este hombre, que no parece sumido en el sueño de la razón, confiesa sin pudor, correcto, amable, servicial y elegante, que la Guardia Civil siempre interviene en casos de alteración del orden público y que por ello se sumó a la reclama -"amplia operación policial"- de Tejero. NO es de extrañar que la doctora Echave (el ángel del Congreso aquella noche) declare que este capitán estaba estupefacto a medida que se sucedían los despropósitos. Del comandante Bonell, ayudante de Armada, dice que con lágrimas en los ojos se le ofreció para lo que pudiera necesitar en el futuro, tras informarle que el general Armada llevó al Congreso una, solución plenamente constitucional, "incluso lleva la Constitución en el bolsillo". Un oficial, en suma, humanamente desaprovechado, quizá por menosprecio del libre examen.

El capitán Bobis acude a la misma fuente: "Si tan alta magistratura pide el servicio" -por el Reyno le extraña lo precipitado y sorprendente del arranque de Tejero hacia el Congreso. Y otro barreno bajo la defensa de Armada: que, mientras aquel y Tejero se entrevistan en el despachito acristalado del Congreso, él entra y pide permiso para la evacuación de un diputado enfermo. Lo pide a Armada y éste con la mirada le remite a Tejero. El declarante los ve tensos y pregunta que qué pasa. "Nada, dice Tejero, que un avión y al extranjero". Y, por Armada, continúa dolorido: "La otra noche me dio la orden de actuar en el Congreso..." Será cierto, pero suena a escenificación de Boadella.

Hermosilla tuvo que volver a preguntarnos, preguntarse y preguntarle por qué se revelan precisamente ahora estas cosas que no se le contaron al juez instructor.

"No me lo preguntaron". Sí le preguntó el letrado Esquivel (defensor del capitán del CESID Gómez Iglesias) que si en un año de convivencia con el resto de los justiciables había escuchado algo que resultara de interés para el Tribunal. "Sí, pero me abstengo de manifestarlo". El capitán Bobis termina deparando una lección de Derecho Constitucional a la española:

"Si el Rey puede disolver las Cortes, también podía interrumpir con la Guardia Civil aquella votación de investidura".

Muy probablemente la mejor defensa de estos hombres se resume no en lo que afirman ellos o sus abogados, sino en los cuarenta años de obediencia arbitraria y atrabiliaria en los que han sido educados. Si lo manda el que manda, todo está bien. La disciplina para ellos parece un puñetazo en el estómago (algo sobre lo que no cabe reflexionar; se expele el aire y se intenta somáticamente respirar en un acto reflejo); es una disciplina ayuna de todo mérito moral y que a lo que parece recorta las facultades intelectuales hasta extremos increíbles. Ayer se presentó a Tejero como un director de servicios, figura que en la Guardia Civil, por su diseminación, representa el primer jefe superior que se encuentra ante un desastre o una emergencia.

Estamos asistiendo al juicio por un golpe de Estado; pues se nos asimiló el caso del hipotético jefe del Cuerpo que en un accidente ferroviario tiene que tomar el mando de una fuerza, aun cuando no sea su jefe natural. Hagamos el esfuerzo intelectual: llega Tejero en la tarde del 23 de febrero, aduce un caso de orden público a escala nacional respaldado por las más altas magistaturas de la nación, saca la fuerza, asalta de mala manera el Congreso de los Diputados en plena sesión de investidura, dispara, insulta, golpea, falta y pone a la décima potencia industrial del mundo a ras del caos político y social. Pues bien: estos guardias insisten en haber rendido un servicio de orden público. La obediencia por la obediencia, el reglamento por el reglamento, la disciplina como superior potencia del alma y mayor luz del intelecto.

Terminó la jornada con el interrogatorio de un capitán de Intendencia de la Acorazada: Cid Fortea. Se revistió de héroe de guardarropía -tono solemne y declamatorio- y el Presidente de la Sala le rompió su sable de cartón (metafóricamente hablando) en algunos pedazos. "Y quiero decir que comprendía al teniente coronel Tejero porque. "No procede". "Sabía aquella noche a donde iba con Pardo Zancada; no tenía la menor de las dudas. Pero déjenme que explique...".

"No haga glosas; eso déjelo para un libro". "Sí, sabía que los diputados estaban retenidos". "Mi querida Guardia Civil".

"Yo al lado de Pardo para lo que quiera".

Mucho viento pero no termina de embutir la guerrera del héroe.

Le mandaron callar. Y se calló.

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