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El Salvador: catorce meses de guerra civil / 1

Únicamente la negociación puede poner fin a la pesadilla

ENVIADO ESPECIALLa guerra civil de El Salvador dura ya más de catorce meses sin que nada haga prever un rápido final. El Ejército tiene, sin duda, más hombres y mejores armas, pero su aparato militar se mueve con la lentitud de una apisonadora. La guerrilla tiene a su favor el conocimiento del terreno, la sorpresa y la rapidez, aunque por ahora deba limitarse al hostigamiento, la emboscada y el sabotaje, tácticas con las que sólo a largo plazo se gana una guerra. Unicamente la negociación podría poner término a esta pesadilla, pero será después de las elecciones constituyentes, convocadas para el próximo domingo, cuando se decida si es o no posible.

Por ahora, la guerra sigue más intensa que nunca, con algunos perfiles bastantes nítidos. Las ciudades y los pueblos están bajo el control del Ejército, pese a los recientes ataques urbanos del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Pero los destacamentos militares de Chalatenango, Morazán o San Vicente se sienten a menudo tan sitiados, que sólo por helicóptero pueden ser aprovisionados de armas y alimentos. Así ocurre en Arcatao o en Cinquera.Sólo con grandes movilizaciones, siempre superiores a los mil hombres, se aventura el Ejército por estas zonas del país, donde la guerrilla controla caseríos, cerros y junglas. El campo es del FMLN, al menos en un tercio del territorio. Cuando llega la gran apisonadora, con sus tanques y sus miles de hombres, no hace sino retirarse a lugar más seguro, hasta que escampe, para regresar después.

Sabotaje sistemático

Las grandes operaciones del Ejército se conocen con tanta an telación que el Ministerio de Defensa ha optado por anunciarlas ocasionalmente en los periódicos. Esto ocurrió con la última ofensiva de Morazán. La consecuencia fue que la guerrilla destruyó el puente de Torola, cortó caiminos y cruzó coches. Dos días tardaron las Fuerzas Armadas en recorrer dos cientos kilómetros y nunca pudo alcanzar su objetivo.

El sabotaje sistemático de carreteras y veredas que conducen a los últimos santuarios de la guerrilla hace cada vez más difícil el desplazamiento de grandes efectivos militares hacia el oriente y el norte del país. Según cálculos del Banco Nacional, siete de cada diez puentes han sido volados o seriamente dañados. El Ejército se ve forzado a vadear ríos o construir puentes.

La noche es la gran aliada de la guerrilla. Un ingeniero italiano que trabaja en la construcción de una enorme presa sobre el río Lempa, a la altura de San Lorenzo, dijo haber visto, días atrás, por lo menos quinientos guerrilleros caminando en la oscuridad hacia el volcán San Vicente.

El derribo del puente de Oro, en la carretera del litoral; el corte frecuente, a veces por un día entero, de esa misma carretera, de la Panamericana o de la del Norte, que son los tres sistemas viarios básicos, demuestran que el Ejército ni siquiera puede mantener las grandes rutas.

La sorpresa de los ataques guerrilleros ha obligado al Gobierno a distraer miles de soldados en las tareas de combate para destinarlos a la custodia de puentes, edificios públicos, instalaciones eléctricas, ingenios azucareros y fábricas.

Si se añade la dotación de guardia permanente de los cuarteles, se concluirá que el Ejército salvadoreño, que cuenta con unos 12.000 efectivos, a los que suman otros 8.000 de las distintas policías, rara vez puede movilizar en un solo frente más de 3.000 soldados.

'Empate militar'

Muy pocos hombres frente a una guerrilla que empieza a utilizar, ocasionalmente, columnas con más de un millar de hombres, conocedores del terreno y siempre con el factor sorpresa a su favor.

Alexander Haig, secretario de Estado norteamericano, fue el primero en hablar, meses atrás, de un empate militar entre el Ejército y la guerrilla. Trataba, sin duda, de presionar al Congreso para que autorizase nuevos envíos de armas al Ejército salvadoreño, pero, a la vez, estaba definiendo con raro acierto el balance de esta guerra.

El jefe del comando sur de Estados Unidos, con sede en Panamá, teniente general Wallace Nuttin, fue aún más lejos al decir que los militares salvadoreños no estaban ganando la guerra y, en una contienda de este tipo, eso equivalía a irla perdiendo.

Por lo demás, el mismo presidente José Napoleón Duarte, que se enfada cuando se le habla de equilibrio militar, admite que para eliminar a la guerrilla haría falta un Ejército de 50.000 combatientes, a razón de diez por cada supuesto guerrillero. Esto significaría más que duplicar los efectivos.

El ministro de Defensa, general José Guillermo García, que durante meses ha manejado un vocabulario triunfalista, no quiso desmentir semanas atrás al comandante de la Primera Brigada de Infantería, coronel Edmundo Palacio, quien después de la última ofensiva sobre Guazapa afirmó que, por fin, el Ejército abandonaba la fase defensiva.

García lo explicó así: "Ustedes saben que, en una guerra como ésta, el enemigo tiene la ventaja de la sorpresa. Resulta difícil combatir a quien no se sabe dónde está. En este sentido, puede decirse que ahora, con mejor información sobre sus bases y movimientos, podemos pasar ya a la ofensiva".

Cuando el FMLN lanzó, el 10 de enero, su ofensiva general, puso en marcha una sorprendente máquina militar. El Ejército no le adjudicaba, entonces, más de 2.000 efectivos. Un año después, el jefe de la Guardia Nacional, coronel Eugenio Vides, le asigna ya 5.000 hombres, y eso que el Ejército afirma haberle infligido más de 4.000 bajas en lo que. va de guerra. Esto querría decir, siempre con sus cifras, que la guerrilla habría incorporado a sus filas, en catorce meses, más de 7.000 nuevos combatientes, el mismo número que el Ejército, sólo que éste tuvo que hacerlo con levas obligatorias entre la población campesina.

Ayuda norteamericana

La ofensiva general fue, pese a los errores tácticos, problemas de comunicación y divisiones internas de la guerrilla, tan seria que el entonces embajador norteamericano, Robert White, hoy convertido a la causa de la solución negociada, pidió urgente ayuda militir a la Administración Carter para un Ejército que decía tener munición sólo para tres días.

Helicópteros, tanquetas, fusiles, cañones y bombas de todo tipo han fluido, desde entonces, hacia El Salvador. Pero la victoria no llega. Desde el mes de julio, la guerrilla ha retomado la iniciativa con ataques esporádicos y el sabotaje permanente de instalaciones eléctricas, puentes, tendidos telefónicos y líneas de telégrafos. Desde sus bastiones iniciales de Morazán y Chalatenango, el FMLN ha extendido su acción a extensas zonas de los departamentos de la Unión, Usulután, San Vicente, Cabañas, Cuscatlán y La Paz, siempre con bases operacionales situadas en torno a los volcanes, con alturas entre 1.500 y 2.000 metros.

Para limpiar estas zonas, el Ejército puso en marcha, el pasado año, más de cuarenta grandes operaciones, con movilizaciones de más de mil hombres. Pero la movilidad de la guerrilla ha hecho que se trate casi siempre de ataques de ciego.

Desde comienzos de año, el FMLN, ya asentado en las zonas rurales, ha iniciado ataques a grandes ciudades, en lo que puede ser un ensayo general para la oferisiva final.

Durante los catorce meses de guerra, el Ejército ha sufrido cerca de un millar de muertos, sólo por las listas publicadas en los periódicos.

Un cálculo aproximado de tres heridos por cada muerto da un número total de bajas de unos 4.000, superior al de soldados que juraron bandera durante el año pasado.

Haig reconocía que un empate militar prolongado puede terminar inclinando la balanza en favor de la guerrilla por el deterioro de la situación económica y social deI país. Una prolongación indefinida de la guerra puede darle la razón.

El armamento estadounidense suministrado desde enero del pasado año no ha impedido que el FMLN tenga hoy un dominio territorial mucho mayor que el de entonces.

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