El exilio y la muerte es el destino de los intelectuales y los artistas en El Salvador y Guatemala
La cultura es materia de sospecha en ambos países centroamericanos
La Universidad Nacional de El Salvador es hoy un campo de tiro. Antes de su cierre, en julio de 1980, tenía más de 30.000 estudiantes, muchos están en las montañas, con la guerrilla; otros fueron simplemente asesinados. Como el último rector, Félix Ulloa. La cultura aquí es materia de sospecha, acaba siempre en el exilio o la muerte. Después de cincuenta años de regímenes militares (o civiles cooptados por el Ejército en elecciones perpetuamente amañadas), San Salvador es un desierto cultural, del que no se escapa al cine de exhibición, mezcla de sexo y violencia. Pensar por cuenta propia es un vicio tan peligroso como ser campesino y joven. En Guatemala ocurre prácticamente lo mismo.
En la Universidad de El Salvador es casi natural que el despacho del rector lo ocupe un comandante, y que los soldados, siempre que pueden, se lleven microscopios o máquinas de escribir o pantallas del ordenador (creyendo que son televisores) para venderlos en la calle y redondear así su sueldo. Esta Universidad cerrada le costó al Estado en 1981, aparte del saqueo directo, 52 millones de colones (más de 2.000 millones de pesetas). Debe ser la Universidad cerrada más cara del mundo. Otro tanto ocurre en Guatemala. La Universidad de San Carlo está aún abierta, pero su cuota de muertos empieza también con un rector y sigue con decenas de profesores y estudiantes. "Que más quisiéramos", dice el novelista guatemalteco Augusto Monterroso, "que existiera una censura, pero la censura es a menudo un balazo. Allá no hay hospitales de reeducación"."Es imposible que un intelectual que cumpla con su función pueda vivir en Guatemala", opina Luis Cardoza, uno de los ensayistas más agudos de su país. "Para el pleno ejercicio intelectual se necesita un régimen de libertad, un a situación civilizada que permita expresar públicamente la divergencia. En mi país no puede existir sino una caricatura de cultura".
Otro tanto ocurrió en Nicaragua antes de que cayera la dinastía Somoza. Es larga la lista de gentes de la cultura abatidas a tiros, a menudo sólo por el delito de practicar la crítica, sin haber llegado nunca a empuñar un arma: Humberto Alvarado (Guatemala), Leonel Menéndez, Herrera Rebollo (El Salvador), Fernando Gordillo y Leonel Rugama (Nicaragua).
La relación del exilio se haría interminable. La creación artística de Guatemala y El Salvador se hace hoy mayormente en México, París o Barcelona. Sólo los nicaragüenses han podido repatriar a sus creadores, que por lo demás jugaron un papel de primer orden en el aislamiento final de la dictadura somocista.
Medio siglo de represión
Con medio siglo de violentísima represión, la cultura en el interior de Guatemala y El Salvador ha quedado reducida a sus expresiones más elementales. Algunos cantos, pequeños poemas que se reparten en pasquines y teatros-relámpago en plazas. Pero a esta pobreza de la vida cultural urbana se contrapone en Guatemala el rescate de su propia identidad por parte de los pueblos indígenas (más del 60% de la población). "El indígena", dice Luis Cardoza, "se ha dado cuenta de que es protagonista de nuestra historia, por primera vez en cuatro siglos y medio. Su lucha de hoy será la recuperación de su cultura, mañana".
Cardoza cuenta que en 1944, cuando regresaba al país después de su primer exilio de catorce años, los periódicos editorializaban sobre la conveniencia de que la mayoría indígena no fuera alfabetizada, porque de lo contrario podría adquirir conciencia de su explotación y rebelarse. El índice de analfabetismo actual (55%) es sensiblemente igual al de entonces. El de El Salvador es sólo ligeramente más bajo. El de Nicaragua, a la caída de Somoza, era del 57%., Sólo dos años y medio después, está por debajo del 5 %. Pero el yermo cultural de Guatemala y El Salvador tiene también sus fisuras. Una, la circulación clandestina de libros editados en el exterior, un poco como la trastienda de las librerías de] franquismo. "Es alentador", dice el ensayista y crítico José Luis Valcárcel, "que las gentes que salen ahora al exilio lo conozcan a uno por sus escritos. Esto le permite a uno constatar su identificación con lo que sucede dentro del país".
Luis Cardozi, dos veces exiliado, 43 años fuera de Guatemala, opina que para la creación artística no existe el exilio. "Estoy a punto de cumplir ochenta años y sigo movido por la inteligencia y, los sentimientos adquiridos en la infancia, que es la edad definitiva". Lo mismo dice Augusto Monterroso, "la mayoría de los escritores guatemaltecos conservamos elementos culturales indígenas que no hemos podido adquirir fuera del país. El popol vuh, libro sagrado de los maya-quiches, tiene una tremenda influencia sobre casi todos". Junto a la creación del exilio existe en el interior, en las montañas o en los campamentos de la guerrilla, una literatura de lucha, una canción comprometida, que en ocasiones alcanza niveles estéticos notables. Los días de la selva, del guerrillero guatemalteco Mario Pajares, es algo más que una herramienta de combate, como lo fueron en su día los versos de Ernesto Cardenal.
Roque Dalton es con toda seguridad el poeta salvadoreño que mejor supo conectar con el alma salvadoreña y su lucha política. Fusilado en 1975 por una organización guerrillera que le acusó de colaboracionismo, su poesía se recoge hoy en calendarios.
En el lado opuesto, Nicaragua ha eliminado el analfabetismo, ha rescatado a sus creadores del exilio, ha hecho de la educación el segundo capítulo en los presupuestos del Estado, ha puesto en marcha un plan de talleres de poesía y teatro. Por boca de Sergio Ramírez ha definido como metas culturales del sistema la búsqueda de nuevas formas de expresión y el logro de mayores niveles de calidad. No faltan, sin duda, roces entre la creación individual y el dogmatismo de algunos de los que defienden el modelo revolucionario puesto en práctica. Pero con Somoza se fue la barbarie. Aún habrá quien diga (Ronald Reagan entre otros), que el peligro para la civilización viene de Nicaragua.
Babelia
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