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El Gobierno francés advierte al Parlamento europeo sobre la colonización cinematográfica que ejerce Norteamérica

En un informe confidencial que acaba de presentar el Gobierno francés ante la comisión de cultura del Parlamento europeo, y que ha difundido la agencia France Presse, se dan cifras preocupantes sobre la penetración del cine norteamericano en Europa. Según tales cifras, el 92% del mercado cinematográfico inglés depende de las distribuidoras norteamericanas, que, a su vez, dominan el 70% del mercado holandés, el 80% del griego, el 50% de Alemania Federal, el 45% de Francia y Bélgica y el 30% de Italia.

El volumen de esta penetración, que en los últimos años aumenta aceleradamente, trae a primer plano el fantasma de una singular forma de colonización. El problema es más que cinematográfico. Desde hace mucho tiempo, el cine es una de las puntas de lanza del mercado norteamericano considerado en sentido global. Los casi ochocientos millones de espectadores potenciales que el cine norteamericano cuenta en los países de la CEE son más que simples receptores de cine: son adelantados de una plataforma de aterrizaje para una operación política, cultural y económica de altos vuelos.El informe de la delegada francesa en la comisión de cultura del Parlamento europeo, Marie-Jean Pruvot, recuerda una frase del presidente Hoover, que ahora adquiere una inesperada relevancia: "Allí donde penetran nuestras películas, vendemos más automóviles; allí donde se ve cine norteamericano, se compran fonógrafos norteamericanos".

La conciencia de que el cine es, para Estados Unidos, más que una simple venta de imágenes se remonta a los años dorados de Hollywood. Hoy, como fábrica de filmes, Estados Unidos es una sombra de lo que fue. Sin embargo, pese a que en este país se hacen menos y mucho peores películas que antaño, su capacidad de penetración en los mercados internacionales se ha multiplicado.

El informe francés llega incluso a hablar de "procedimientos contrarios a la libre concurrencia y al Tratado de Roma, que han provocado el cierre masivo de cines de barrio en Europa y deja ya entrever consecuencias político-económicas inquietantes". Se trata, a juicio de la señora Pruvot, de una invasión monocultural, eufemismo que expresa una estrategia colonial encubierta. El otro lado de la moneda está en el férreo hermetismo que el mercado interior de Estados Unidos ofrece a la penetración del cine europeo.

Las grandes distribuidoras -Columbia, Fox, Metro, United Artists, Warner y Paramount- no tienen desde hace tiempo sus sedes en un Hollywood fantasmal, ya una reliquia del pasado, sino en los consejos de administración de los grandes bancos. El volumen de su negocio es astronómico. Estas marcas compiten entre sí, pero dejan a salvo en su lucha los puntos clave de una estrategia común, que ha sido expuesta con nitidez en el informe de la señora Pruvot. Las que hace décadas fueron legendarias marcas de produción de filmes, hoy son enormes oficinas, sin sede precisa, de una multinacional con siete cabezas en pugna, pero con un único cuerpo de intereses comunes intocables.

La estrategia de este consorcio multinacional reposa sobre varios eslabones. El primero es la conquista del mercado de la capital de cada país, con desprecio hacia el mercado periférico, que viene a sus manos por sí sólo una vez dominado éste. El segundo eslabón es, dentro de esta tendencia a concentrar esfuerzos en las grandes urbes, dominar en ellas sólo las cadenas de cines de estreno, dejando los restantes a su propia inercia. Esto es mortal para los cines de barriada, que tienden a desaparecer bajo la competencia, por un lado, de las explotaciones en exclusividad, y, por otro, de la presión de las emisiones masivas en, la televisión de viejas películas. Al desaparecer los cines de barriada, las distribuidoras norte americanas tienden a copar el mercado considerado globalmente, como ocurre ya en el Reino Unido y Holanda. Y el tiempo trabaja a su favor en el resto de los países europeos, España incluida.

El tercer eslabón es la llamada política de lotes, en virtud de la cual las marcas norteamericanas concentran sus presupuestos en muy pocas películas, llamadas locomotoras o cabezas de lote, e imponen a los dueños de las cadenas de exhibición la compra de estos éxitos seguros condicionada a la adquisición en la misma operación de otros filmes de más difícil salida. De esta manera, las salas de exhibición que deseen una importante película norteamericana, se comprometen a llenar casi todo el resto de su programación con filmes norteamericanos de dudoso o nulo valor: son las llamadas películas satélites o vagones.

Las locomotoras o cabezas de lote obtienen por las distribuidoras un tratamiento publicitario exhaustivo. Es el cuarto eslabón de la cadena. Una producción norteamericana puntera puede llegar a tener un presupuesto publicitario casi tan alto como el de producción. El informe de la señora Pruvot habla de seis millones de dólares en publicidad para películas de diez millones de coste de producción. No hay competencia posible ante estas brutales cifras.

El sexto eslabón de la cadena consiste en saturar a las cadenas de televisión privadas -y TVE se comporta en esto como si así fuera- con un enorme retén de viejos filmes norteamericanos. La función de éstos es doble. Por un lado, mantener, con la reposición masiva de admirables películas del viejo Hollywood, una capacidad de convocatoria con la que se benefician los nuevos y muy inferiores filmes norteamericanos. Y por otro, romper el reclamo de las cadenas estatales, que tienden a ofrecer espacios obviamente con menos audiencia que un filme de Greta Garbo o de John Wayne. Una sola cifra: las emisoras privadas de Roma han ofrecido, en las dos últimas semanas, más de doscientos filmes norteamericanos.

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