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Tribuna:LA LIDIA
Tribuna
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Los picadores, el riesgo y la farsa de la suerte de varas

La profesión de picador, a veces parece la mejor pagada del mundo. Desde luego, es la única en la que el absentismo suscita los más encendidos aplausos. Salen a la plaza los picadores, hacen la farsa de picar, y lo más probable es que se ganen la ovación de la tarde.No siempre es así, por supuesto, y en ciertos casos el ejercicio de la profesión tiene el riesgo de la costalada brutal y aun de la cogida. Pero, a salvo Las Ventas y algún otro raro enclave donde el toro suele lidiarse íntegro, ocurre pocas veces.

VedIos aparecer: corpulentos, protegidos por pata de hierro y encaramados en caballo percherón, cuyo peso sobrepasa con mucho la media tonelada, el cual va envuelto en trapos, guata, colgaduras varias superpuestas unas sobre otras, más calzoncillos de raro corte. Caballo y caballero conforman una falla, o quizá una superfortaleza, que avanza con penosa lentitud y arrítmico golpear de cascos hacia donde jadea un toro con dos palmos de lengua fuera, cuya fatiga lo tiene a morir.

Llega la falla. Chilla el público. Embiste entre tropezones el toro, que se estrella en la guata, mientras el picador clava, artero, su puya, generalmente por los lomos atrás; dobla las patas el toro; el jinete de pata-hierro levanta la vara; aplaude el público este curioso absentismo laboral: el matador se desmontera para pedir cambio de tercio; el presidente responde a la solicitud como un autómata y saca el pañuelo; suena el clarín; y esto es todo.

Como así suele ser el tercio en la mayor parte de las corridas país adelante, hay quien pretende reglamentarlo de acuerdo con semejantes pautas. Sería un error de funestas consecuencias. Si la suerte de varas es una farsa la fiesta misma es también una farsa. En opinión de taurinos, el toro de hoy sólo soporta un puyazo. La verdad es incompleta pues deberíamos añadir que sólo soporta un puyazo de hoy.

De unos años a esta parte los toros se pican a estilo carnicero: lanzazo atrás, así caiga en el es pinazo o en las costillas, y esa es la gracia del de aúpa, que no parece tener más oficio. Alguien debería explicarle que en toda la historia del toreo (hasta que llegó el taurino mendaz con su picaresca) los toros se picaban en el morrillo, salvo error o atropello.

Picar con un mondadientes

A Antonio Salcedo, un picador experimentado y con influencia, temible dialéctico, le oímos esta argumentada protesta en una reunión sobre la reforma de la suerte de varas: "¡Señores': algunos pretenden que piquemos con un mondadientes, subidos en un caballo de cartón protegido por un papel de fumar! ¡La, fiesta no puede reglamentarse al milímetro, porque no es una partida de ajedrez!". Sus compañeros de profesión le coreaban. Forman una piña. No hay estamento más unido que el de los picadores. Sólo ellos consiguieron paralizar toda una feria de San Isidro, para defender su conveniencia. Fue cuando el famoso pleito de los manguitos, que ésa es otra.

Está claro que no se trata de lo que teme Salcedo. Se trata de que la suerte de varas se haga en regla. El puyazo verdadero era en el morrillo, para sangrar sin matar, ahormar y detener (o impedir que el toro hiriera al caballo). Como ahora el peto defiende al caballo, ya no es necesario detener. Por tanto, se supone que picar será más fácil y no debería haber razón para que los picadores no apunten al morrillo y acierten. Pero reivindican más facilidades aún, y puesto que el toro, en uso de un derecho inalienable, mueve el cuello al cabecear, meten el lanzazo en campo más amplio, inmóvil y blando, que es desde la almohadilla dorso-lumbar hacia atrás, donde, por añadidura, quebrantan al animal. En lugar de sangrar, destrozan; en lugar de ahormar, infligen graves lesiones traumáticas. Y a vivir. Bueno: pues este atropello es el que deben impedir autoridad y reglamento. Si es que la pervivencia de la fiesta importa.

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