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CINE

El absurdo de la guerra

Era lógico que el entusiasmo que ahora vive el nuevo cine alemán se tradujera también en películas de gran espectáculo y alto presupuesto, una vez sobre todo que su cine de autor se distribuye por casi todo el mundo. El submarino no es más que un avance de esta nueva producción, que tendrá en La montaña mágica, cuyo estreno se anuncia para mayo, una prueba definitiva.

El submarino quiere conducir el espectáculo propio del cine de aventuras por los caminos de la reflexión y la denuncia. Durante la segunda guerra mundial 43 alemanes deben atravesar subrepticiamente el estrecho de Gibraltar. El panorama de sus dificultades y heroísmos tiene ese tono miserabilista de las películas antibélicas, recalcado en las últimas imágenes cuando se comprueba, una vez más, el absurdo de la guerra, la sinrazón de hazañas que costaron vidas humanas.

El submarino

Guión y dirección: Wolfgang Petersen, según la novela de Lothar-Gunther Buchheim. Fotografía:Jost Vacano. Música: Klaus Doldinger. Intérpretes: Jürgen Prochnow, Herbert Grönemeyer, Klaus Wennemann, Hubertus Bengsch. Alemania Federal, 1981. Drama bélico. Locales de estreno: Bulevar, Salamanca, Palace.

El patetismo de El submarino se subraya desde el principio, en el ánimo derrotista de los soldados alemanes, intuidores ya, según la película, de su derrota final. Wolfgang Petersen no ha rechazado, sin embargo, una cierta ambigüedad que le permite ofrecer junto a las secuencias donde los tripulantes del submarino demuestran su preferencia por músicas francesas o norteamericanas, el capitán del barco grite patrióticamente a los enemigos que celebran su victoria: "No, aún no, aún no lo habéis conseguido". Una sutileza necesaria para los espectadores alemanes, no habituados a contemplar películas locales que juzguen negativamente la actuación de sus soldados.

La versión que en España se ofrece es ligeramente más breve que la estrenada en la República Federal de Alemania, lo que no impide que su proyección supere las dos horas y, lo que es peor, el tiempo que Petersen necesita realmente para contar su historia. Su afán por estirar la narración acaba haciéndola reiterativa y aunque precisamente el autor haya elegido el interior del submarino como casi único decorado como ejercicio de virtuosismo, y contagiar a través de la claustrofobia de los marinos su angustia por no conocer los peligros del exterior, ese decorado se hace monótono. Como monótonas son también las vivencias de los protagonistas que se distinguen sólo por cuatro pinceladas generales que repiten los moldes del cine de catástrofes que los norteamericanos han realizado calcándose siempre a sí mismos: chico triste con novia, intelectual asustado, maquinista histérico, capitán con fotografía de señora y niños... el esquema no da para más, sin poder captar la emoción del espectador.

El submarino se contempla, pues, fríamente como algo ajeno aunque el trabajo de Petersen es, sin duda, riguroso y hábil, eficaz el de los actores y arriesgado el del equipo de cámara.

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