El gas soviético y el proyecto Segamo, dos pilares de la política de diversificación energética para España
España se apresta a marchas forzadas a tomar el tren del gas natural que, por razones de complicada justificación, dejó pasar en la última década mientras la Europa comunitaria se reservaba un asiento en primera clase. Ahora, en la revisión del Plan Energético Nacional, que está a punto de enviarse al Parlamento, los responsables de la política energética han proyectado un cuidado programa de desarrollo gasista que, para garantizar su éxito, requiere acciones inmediatas y arriesgadas, pero necesarias. Dos de ellas, complementarias, ya están en marcha conversaciones con la Unión Soviética para la compra de gas natural siberiano y el primer estudio serio de la viabilidad técnica del proyecto Segamo, es decir, la construcción de un gasoducto submarino desde el cabo de Gata en Almería, hasta Orán, en Argelia, nuestro principal suministrador de gas.
El eventual inicio de conversaciones con la Unión Soviética para hacer llegar a España el gas siberiano es, sin duda, el acontecimiento más relevante en el sector energético nacional desde hace varios años. Nadie, hasta que la crisis energética se instalara permanentemente en la vida cotidiana de Occidente, podría imaginar que recibir gas natural por un gasoducto, desde una distancia superior a los 5.500 kilómetros, fuese alguna vez rentable.Y, sin embargo, el gas natural siberiano se ha convertido para los países europeos en una cuestión tan decisiva que, prácticamente, ninguna nación del continente ha dudado un momento en arriesgar sus históricos lazos con Estados Unidos a causa del tema.
La Administración del presidente Reagan, cogida en mitad de su nueva política hacia la Unión Soviética, ha visto fantasmas y deserciones políticas generalizadas en la reticente actitud europea hacía sus posiciones, completamente contradictorias con la visión americana del problema.
La campaña de Reagan
Así se explica que Reagan, a través del Departamento de Estado, haya puesto en marcha una de sus más orquestadas campañas para impedir que el gas siberiano alcance a sus potenciales clientes europeos. Su argumento central es que Europa, si se decide por el gas soviético, sólo va a cambiar Guatemala por Guatepeor al provocar una simple sustitución de dependencias (petróleo OPEP por gas soviético), pero con un matiz político muy diferente y, a su juicio, imprevisible.
El último escalón de la campaña estadounidense se ha producido muy recientemente con una nueva advertencia a varios países europeos (extensible a España, según algunas fuentes de difícil confirmación) de que las empresas filiales de las multinacionales con base en Estados Unidos corren el riesgo de hacer frente a una prohibición expresa de transferencia de tecnología norteamericana si ésta se usa, vía Europa, en la construcción del gigantesco gasoducto.
Pero la posición europea al respecto está bien definida desde que Washington se viera incapaz para ofrecer una alternativa viable al gas siberiano. En menos de un mes, y en mitad de la crisis polaca, los soviéticos han llegado a acuerdos con los tres países europeos que más gas quieren comprar a la URSS: la República Federal de Alemania, Francia e Italia. Entre los tres han agotado 27.000 de los 40.000 millones de metros cúbicos anuales que la Unión Soviética está dispuesta a vender por ahora.
El caso españolEl último país que se ha sumado a esta carrera europea para recibir gas sovíético ha sido España. A raíz de la firma el pasado verano de un protocolo entre la Empresa Nacional de Gas (Enagás) y Gaz de France, por el que las dos partes expresaban su deseo de unir los respectivos gasoductos, el Instituto Nacional de Hidrocarburos (INH), siguiendo las directrices de política energética marcada desde el Gobierno, ha ultimado los estudios técnicos necesarios para concretar qué gas puede venir a España vía esa unión.
Los estudios del INH han llegado a la misma conclusión que los expertos de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), que en un interesante estudio del pasado diciembre concluía que, en el horizonte de mediados de la década, sólo dos países del área podrían estar en posición de suministrar gas a Europa: la URSS y Noruega.
Por eso, habida cuenta del largo tiempo que lleva preparar la infraestructura necesaria, las negociaciones con la URSS han pasado a ser una cuestión prioritaria para los objetivos españoles.
Claudio Boada, presidente del INH, reconocía el pasado diciembre que España está interesada en adquirir entre 2.000 y 3.000 millones de metros cúbicos de gas soviético por año. La cifra no es una cantidad caprichosa. Para que el transporte del gas soviético a España sea rentable se necesita, por lo menos, un suministro mínimo de entre 1.000 y 2.000 millones de metros cúbicos anuales.
Para que España pueda diversificar su suministro y no quede desamparada ante una eventual suspensión de las ventas por parte de Moscú, requiere asimismo que el gasoducto sea capaz de transportar una cantidad superior, no inferior, a 3.000 millones de metros cúbicos.
Esto permitiría disponer de la alternativa de otros suministradores complementarios de la Unión Soviética. Lo que, en concreto, se está pensando es reservarse la posibilidad de hacer pasar por el mismo gasoducto gas de distinta procedencia, concretamente el del mar del Norte (noruego y británico), que, según todos los expertos, puede estar listo para su comercialización en Europa a finales de la década.
El interrogante del precio
Todo este planteamiento, sin embargo, está sujeto al factor precio. La nueva política de precios del gas de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), adoptada en el verano de 1980 a instancias de Argelia, ha trastocado todos los planteamientos económicos en los que se basaba la política europea de expansión del uso del gas natural.
Mientras que, históricamente, el gas natural ha resultado más limpio, barato y de mayor valor añadido que el crudo, la equiparación de sus precios a los del crudo ha dejado dudas muy serias sobre el futuro de este hidrocarburo.
Hay que tener en cuenta a este respecto que el informe de la Organización de Cooperación y, Desarrollo Económico, de distribución ejecutiva solamente, recomendaba a los países pertenecientes a la Agencia Internacional de la Energía (AIE) que no se pagara un precio superior a los 4,10/4,60 dólares por millón de BTU (british
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termal unit). Este precio sería el mínimo, ya que luego habría que añadir los derechos de paso y, por último, los impuestos.
Los factores precio y fiscalidad, junto al enorme desembolso inversor en la infraestructura, es precisamente el aspecto más débil de una política gasista que, por otra parte, debe ser irreversible, según opinan la mayoría de los expertos.
Por el Sur, los argelinos
España, frente a la CEE, tiene un desequilibrio alarmante en su estructura de energía primaria en relación al gas. En 19 81, por ejemplo, la participación del gas natural en el consumo de energía primaria apenas llegaba en España al 3%, mientras que este porcentaje era de casi el 18% para la Europa comunitaria, y llegaba en algunos países, como Holanda, a más del 40%.
Con estos datos en la mano, la política de expansión gasista es difícilmente atacable, y es comprensible a este respecto que exista un consenso entre todos los partidos políticos españoles sobre la necesidad de materializar las inversiones previstas e incluso de aumentarlas. En esta tesitura se encuentra, obviamente, el proyecto Segamo y el esperanzador desarrollo de las fuentes nacionales de gas natural, al parecer las únicas entre los hidrocarburos que ofrecen un potencial a medio plazo.
El proyecto Segamo ha vuelto al candelero esta última semana con la entrega por una firma estadounidense de un estudio de viabilidad técnica. Según dicho estudio el proyecto es realizable a medie plazo, aunque no sin cierta dificultad.
Las conclusiones del estudio, realizado por la empresa Bechtel, parten de una postura favorable en conjunto al gasoducto, aunque plantean dos problemas concretos que requieren todavía un estudio más detallado con el fin de encontrarles soluciones adecuadas. Se trata del sistema de unión de las diferentes secciones de la tubería, que estaría sometida a altas presiones sobre el mar y en el proceso de tendido a fuertes ángulos de tensión y del sistema de reparación y mantenimiento del gasoducto en aguas profundas.
El tendido alcanzaría profundidades máximas de 2.160 metros, condiciones en las que no existe todavía técnica adecuada para eventuales reparaciones. Para resolver estas dos dificultades técnicas será necesario proseguir los estudios durante un plazo aproximado de un año.
El proyecto Segamo une Orán con el cabo de Gata en la provincia de Almería, y en él participan Argelia con un 50%, Francia con un 25% y España con el otro 25%.
En principio, la tarea de enlazar doscientos kilómetros de mar profundo (unos 2.000 metros por término medio) es difícil de por sí y requerirá el desarrollo de una tecnología especial. El coste, a su vez, puede ser importante, y por eso sólo un acuerdo estable con Argelia lo haría factible.
Dualidad de suministros
Para España, sin embargo, la entrada de gas por el Norte y por el Sur es fundamental antes de lanzarse a una política ambiciosa de extensión de la actual red de gasoductos. Esta red es muy limitada, como reducidos son los recursos actuales, basados exclusivamente en los suministros de gas licuado procedente de Libia y Argelia y que apenas superan los 2.000 millones de metros cúbicos anuales.
Pero, además, la dualidad de suministros es un factor fundamental para limitar las tensiones políticas que pesan sobre la incertidumbre de los suministros de gas. El mantenimiento de las distintas opciones exteriores, junto a la búsqueda de gas natural propio, no sólo permitirán ampliar el grado de independencia energética española frente a factores exteriores, sino que puede representar un beneficio económico intrínseco al permitir a la industria nacional utilizar en su provecho los enormes recursos financieros que necesariamente se movilizarán.
Para Europa, el proyecto Segamo significaría también asegurarse un importante suministro de gas natural por el sur, complementando el suministro de gas siberiano, que llegará desde la URSS en su día en un gasoducto gigantesco.
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