Marchais capitalizará la presencia comunista en el Gobierno para su reelección
Georges Marchais, el actual secretario general del Partido Comunista Francés (PCF), será reelegido el próximo domingo, al término del XXIV congreso nacional que inician hoy los comunistas en Saint-Ouen, una barriada obrera parisiense. A pesar de que el PCF vive la crisis más grave de sus 62 años de existencia, su participación en el Gobierno le sirve a la dirección actual para enmascarar los problemas y fracasos acumulados durante los dos últimos lustros por la práctica de la llamada línea Marchais.En junio pasado se dijo que los comunistas franceses habían llegado al poder gracias a su fracaso electoral. El mismo razonamiento, al comienzo del congreso del PCF, es aplicable a la dirección del partido: su fracaso, aparentemente disimulado por los cuatro ministros comunistas del Gobierno del presidente François Mitterrand, le permitirá muy probablemente, el domingo próximo, ser reelegida unánimemente por los 2.000 delegados, tras la aprobación de su gestión pasada y de su programa para el futuro.
En junio y ahora, las razones de esa coherencia, entre el fracaso y la victoria, son las mismas: desde que, hace diez años, los comunistas iniciaron su polémico coqueteo con los socialistas en la que se denominó unión de la izquierda, el monolitismo que garantizaba hasta entonces el centralismo democrático continúa funcionando férreamente, pero sólo en apariencia.
Los acontecimientos interiores e internacionales han erosionado la ideología marxista-leninista y multíplicado sus prácticas. Y el que fue el partido de la clase obrera francesa, hoy, o no tiene identidad, o sus identidades son múltiples. Por todo ello, Georges Marchais, protagonista máximo de la tormenta que se abate sobre el PCF desde que, hace once años, fue nombrado secretario general, continuará en el timón de un barco sin rumbo cierto.
Retrocesos en las urnas
El PCF cometió su más grave error, respecto a la ortodoxia comunista, en 1972, el día que firmó el programa común con el Partido Socialista (PS) de François Mitterrand. Cada uno de los dos partidos de izquierda, en su fuero interno, pretendía ocupar el terreno electoral del otro. Por esto, en 1977, los comunistas decidieron romper la unión de la izquierda para, acto seguido, desplegar su feroz campaña contra el giro a la derecha de Mittterrand y de los socialistas, lo que, más tarde, no les impediría entrar en el Gobierno.Pero la apuesta la ganó este último, como lo demostraron los comicios presidenciales del pasado mes de mayo, en los que el PCF perdió la cuarta parte de sus votos tradicionales. Un sondeo reciente, realizado por el partido comunista para uso interno, aseguró que, en el momento actual, sólo votaría comunista un 11 % del electorado galo, es decir, la mitad de los efectivos del partido en 1969, cuando Marchais llegó a la cabeza de la dirección.
A este episodio mayor en el plano de la política nacional, consecuencia de una táctica sectaria, se une -tras unos momentos de euforia eurocomunista- el prosovietismo de su diplomacia, con la aprobación de la invasión de Afganistán y del golpe de Varsovia.
El resultado tangible de esta política, interior y exterior, lo arrojaron las elecciones presidenciales del pasado mes de mayo, con la pérdida del 5% del electorado. Ese declive parece que la propia dirección lo reconoce y teme que se acentúe, puesto que en las cuatro elecciones parciales legislativas de hace tres semanas el PCF decidió no presentar candidatos.
Pero los efectos de la línea Marchais también han desconcertado o desencantado al partido. Oficialmente se asegura que el PCF cuenta con algo más de 700.000 militantes, cifra que doblaría el censo real. La Prensa comunista se vende mal (su órgano oficial apenas llega a los 80.000 ejemplares de tirada), la militancia, se reconoce en las propias esferas del PCF, ha disminuido sensiblemente. Durante los tres meses de preparación del congreso, las discusiones en las células y conferencias federales, en ocasiones, se celebraron en salas semivacías.
Las volteretas intermitentes de la dirección, en el interior, como en el exterior, han generado corrientes: la estalinista, encabezada por la viuda del ex secretario general, Maurice Thorez; la de los althuserianos, partidarios de la dictadura del proletariado; la eurocomunista, de Henri Fisbinz, que, según la dirección "se ha situado fuera del partido", como otros intelectuales y responsables excluidos, y, puntualmente, las críticas a la dirección, por su actitud ante el asunto polaco o el afgano, surgen diariamente.
Según el proyecto de resolución que presentará Georges Marchais, esta crisis se reconoce en parte, pero se atribuye a un retraso de 1956, "diluyendo así las responsabilidades de los últimos años en veinticinco de historia" escribe un militante crítico en L'Humanite.
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