_
_
_
_

Memoria de Ignacio Prat

¿Diez, doce años? Acaso llevaba más tiempo sin verle. La memoria retiene, en el patio claustral de la facultad de Letras, la imagen de un muchacho pelirrojo. No visto, ni aún entonces, con demasiada frecuencia: lo más usual, lo más tiempo oído, era la voz por teléfono. Esa voz no varió. Era la misma, en la conversación última, en el teléfono de hace pocos meses. ¿De qué se hablaba? Lo dicho y la dicción resultaban inseparables. Sólo, quizá, en aquella voz tenían sentido aquellas palabras. Así parecen ser, en mi recuerdo, su poesía, su prosa de sorprendente creación.Diríase que esta obra extensa, insólita y, en gran parte, inédita sólo podrá quizá tener cabal sentido para quienes tratamos en algún momento a su autor, y que éste, a sabiendas, eligió tal destino. Pero aquí debemos suspender el juicio. Porque, de buenas a primeras, todos tendemos a creer que Ignacio Prat, deliberadamente, oscureció el ámbito irradiador de su palabra poética, la ciñó a coloquio con un número no ampliable de iniciados.

Una cosa, sin embargo, no ofrece duda: en el caso de que esa obra tenga algún sentido para quienes no reconocieron a Ignacio Prat, en el caso de que nuestro recuerdo sea engañoso y no se halle despojada de un valor perceptible para todos, la poesía de Ignacio Prat tendrá el valor más alto. No hay término medio: o es impenetrable o es sublime. Los otros -la posteridad- deberán decidir.

Está luego el ensayo. Ahí sí es todo claridad meridiana; ahí es íniposible no ver en acción a una de las mentes más brillantes de mi generacíón hispana. No había yo experimentado un sentimiento tan punzante de mutilación intelectual para un país y para una época desde que, diez años atrás, desaparecía Gabriel Ferrater. No establezco en modo alguno un paralelo. Me limito a indicar, con este referente temporal, la dimensión de la pérdida. Irrecuperable, además, aun contando con lo mucho y bueno que queda publicado -los trabajos sueltos, la monografía sobre Jorge Guillén- y con lo presumiblemente muy valiloso que se halla inédito todavía -el trabajo sobre la juventud de Juan Ramón-. En vida, Ignacio Pral, fue el principal obstáculo para el afianzamiento pleno y amplio de su propia reputación como estudioso y crítico: había en él, no diré un pudor, pero sí una incompatibilidad con lo que tuviera el más leve viso de aceptación social generalizada de cualquier imagen de sí mismo que a él le pareciera convencional. Sin duda, aquí el poeta conspiraba contra la carrera pública del estudioso, aunque no, desde luego, contra la calidad de su trabajo. Y, muy conscientemente, se aplicaba a emplear otra voz, acaso él hubiera dicho otro falsete. Todos contábamos con que el tiempo trabajaría a su favor. Lo hará, acaso, de otro modo: retroactivamente, en la ultratumba.

Pecamos de ingenuos: hubiera debido prevenirnos aquella sensación que, hablando con él, se tenía constantemente de habérselas con alguien que no formaba enteramente parte de este mundo, con alguien tan notable que su simple existencia, su simple supervivencia física, parecían vulnerar las leyes del planeta. Y eso se sabía desde siempre; no era cosa de salud o enfermedad.

Teníamos que estar preparados para la desaparición de Ignacio Prat, y ya era mucho para nosotros, en cambio, avezar el oído a su diapasón. Fue, si se quiere, nuestro Jacques Vaché, y no es seguro que nosotros merezcamos o sepamos ser su André Breton. Mas, merecida o no, debemos aceptar esta amarga encomienda que nos confía hoy el tribunal sombrío de la historia.

Pere Gimferrer es poeta y ensayista catalán.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_