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La Administración Reagan lamenta la firma del acuerdo franco-soviético para el suministro de 8.000 millones de metros cúbicos anuales de gas

Mientras el secretario de Estado, Alexander Haig, dialoga, en Ginebra con su homólogo soviético, Andrei Gromiko, con una agenda acortada y centrada sobre la crisis polaca, los grupos ultraconservadores de la política norteamericana acosan a Alexander Haig por sus debilidades a la hora de enfrentarse con los soviéticos.

La Administración Reagan, que lamentó la firma del acuerdo franco-soviético para el suministro de gas siberiano, hecho que aporta elementos suplementarios para las quejas de las fracciones más conservadoras de la política exterior norteamericana, afronta una delicada situación en sus relaciones con la Unión Soviética.

Las sanciones impuestas hasta el momento por Washington a Moscú se ven parcialmente cortocircuitadas por el respeto de los calendarios y volumen de compras del gas soviético por parte de casi todos los países europeos miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La falta de solidaridad de los países europeos incrementa las corrientes de la política exterior norteamericana, partidarias de actuar unilateralmente, al margen de la OTAN, en su acción de presionar sobre la URSS, debido a los acontecimientos de represión en Polonia.

Flaquezas de la Administración

Durante el pasado fin de semana, Washington fue escenario del encuentro entre políticos e intelectuales conservadores, de ambas partes del Atlántico, que en el foro del comité para el mundo libre critican abiertamente las flaquezas de la Administración Reagan, y en particular, las de su secretario de Estado, Alexander Haig, a la hora de marcar la política hacia el Kremlin.El ex secretario de Estado, Henry Kissinger, fue el tenor de la reunión, ilustrando las tendencias que, incluso dentro de la Administración Reagan, quieren mano dura ante los soviéticos. Sigan o no los Gobiernos aliados de Europa occidental cada vez más opuestos a las estrategias de Washington, ya sea en relación con la URSS o en otros puntos conflictivos del globo, como Oriente Próximo, Centroamérica o Africa.

También surgen dudas sobre el proyecto de una cumbre Reagan-Breznev para el año en curso. Aunque, como dijo el propio presidente Reagan, se considera vital el diálogo al más alto nivel con los soviéticos, sobre todo en época de crisis, comienza a especularse en Washington sobre la oportunidad de una reunión Reagan-Breznev.

Publicaciones conservadoras, como la revista Human Events, piden, sin más, el cese para Alexander Haig, a quien consideran un hombre inadecuado para el puesto, caricaturizándolo como un simple gatito que continúa la misma política de debilidad que utilizó la Administración Carter frente a los soviéticos.

La flojedad de la Administración Reagan, la insolidaridad de los países europeos de la Alianza Atlántica, ilustrada con la firma de acuerdos para compra de gas soviético en la República Federal de Alemania, Bélgica y Francia -a la espera de otros más, incluida España-, exaspera a los partidarios de posturas surperfirmes ante la URSS, llegando a considerar como inevitable la crisis de la OTAN, y de ahí la necesidad de que Washington debe seguir su propio camino con menos consideraciones para los dudosos aliados europeos.

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