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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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La Magdalena

Ayer era el Ateneo (no pude ir a almorzar al Escuadrón con Fernando Chueca), Prometeo mal encadenado por el franquismo, que al fin va a ser liberado/liberalizado en unas elecciones democráticas. Hoy es el Instituto de Béjar, como ha informado María del Mar Rosell, desde Salamanca (y como me informa personalmente Pepe, el motorista del periódico), torreón de perfil árabe que fue represaliado por Franco después de la guerra, por la oposición de Béjar al Alzamiento. Y ahora, ahora mismo, cuando acabo de hablar con Pina López Gay, secretaria de Raúl Morodo, es La Magdalena de Santander (la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo), primero alfonsina, luego republicana, relativamente autónoma durante los 40/40, gracias al liberalismo señor de Francisco Yndurain, y en la actualidad plenamente «internacional», según su nominación, por la pluralidad de cursos y lenguas que Raúl ha concitado allí, en flor revuelta y armónica, con la colaboración de mujeres como Pina y hombres como Bobillo.

El alcalde de Santander, uno de esos alcaldes intelectualmente pedáneos, que están viviendo el centrismo ucedé como un postfranquismo interminable, ha decidido municipalizar la Universidad (que yo cifro en el bello, convencional y sentimental palacio de La Magdalena), alegando juridicidades improbables, como alegan siempre quienes no se atreven a decir su nombre, su más profundo nombre moral, que en este caso es el de integrismo. La Magdalena, torre en el mar, viñeta cantábrica de la cultura europea, palacio en cantado y encantador de irás y no volverás sin saber una cosa más, hay que salvarla del cerco edilicio, consistorial y local.

Parece que la guerra civil fría de la cultura se está librando en España cuerpo a cuerpo, casa por casa, en una bayoneta intelectual calada que en Madrid hace hoy echar fuego de oratoria por las ventanas del Ateneo, y en Santander hace peligrar las hortensias rilkeanas que a mí me han visto crecer o morir, durante quince años, más que yo a ellas. Y en Béjar, lo que queda dicho, pues en Béjar ocurre que. El último curso de La Magdalena, el verano/81, comprendo que fue como demasiado, una hecatombe gloriosa de la cultura. «Hecatombe», incluso en el sentido remoto de sacrificar cien bueyes a algo superior, pues que hubo un curso sobre la producción lechera santanderina, simultáneo del curso surrealista protagonizado por Calvo Serraller, Gómez de Liaño, Luis Racionero, Ángel González y tantos otros. Santander fue la capital cultural del verano español, con sus cuarenta cursos a tope, y esto palpitaba no sólo en la Universidad, naturalmente, sino en el Paseo de Pereda, Puerto Chico y hasta en los más clausurados jardines de la ciudad, donde la sombra se blasona de silencio y tiempo. ¿Cómo puede molestarle a un alcalde esta movida, cuando Morodo consiguió incluso que no lloviese? (Yo pienso que estos milagros, hoy, sólo puede hacerlos la tecnocracia ilustrada.) Hay un alcalde de Zalamea, más que de Santander, un alcalde calderoniano y lopesco que recela la innovación, la revolución cultural y las lenguas, que está queriendo clausurar Santander dentro de «lo santanderino», como el Ateneo de Madrid ha permanecido secuestrado siglos por «lo madrileño ». De estos reduccionismos vivía la cultura que no vivía y, como me decía anoche, cenando, un hombre interior a la transición, esto es un delicado equilibrio gracias al cual ya estamos durando más que duró la República.

Uno, más lírico o más épico, ve la ilíada democrática como una batalla cultural casa por casa, y ahora hay que salvar de «las represalias» esa casa en el mar, insólita como un Magritte, culta y plural como las «Salamancas de luz» que viera el poeta: La Magdalena de Santander.

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