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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Las nuevas novelistas

El premio Nadal, llevado por Josep Vergés con finura de editor que además es lector vigilante e incluso escritor, ha tenido siempre un delicado instinto para orientarse y cargarse de porvenir, como lo prueba el que premie este año a una mujer, la asturiana Carmen Gómez Ojea, cuando la nueva novela femenina (y no digo femenina sólo como dato referencial) está refloreciendo en España.Hubo allá por los cuarenta/cincuenta una eclosión de escritoras, de Carmen Laforet a Ana María Matute (ambas, como tantas otras, descubiertas por el Nadal, que La Codorniz llegó a llamar premio Dedal, porque caía siempre en mujeres), que no se produjo caprichosamente. Los hombres, por entonces, estaban callados o acollonados, y fueron las mujeres, como en las gestas románticas, quienes se alzaron con la prosa y la protesta, y quienes encontraron, sobre todo, una tercera vía, que diríamos hoy, entre el imperialismo literario y el antifranquismo carcelario: esta vía fue sencillamente el intimismo, el lirismo de lo cotidiano, el patetismo sin peripatetismo. Como creo en la división de los sexos (si no, sería muy aburrido), creo que hay dos géneros literarios específicamente femeninos: la novela y el epistolario. Ellas han escrito grandes cartas y grandes novelas en todos los tiempos, desde madame De Staël a Virginia Woolf, porque la mujer es muy narrativa y siempre minutísima, y la novela está hecha de minucias, de «gigantescas miniaturas», como decía Jean Cocteau. Cuando Pilar Primo de Rivera y la Sección Femenina acuñaban una imagen convencional y paternal de la mujer española, Carmen Laforet y Ana María Matute desmentían esa mentira con el sencillo testimonio personal de una vida y una prosa que las distanciaba absolutamente de las Madres Lactantes del Imperio.

La mujer media española eran ellas y no las de Pilar. Hoy, Montserrat Roig, Rosa Montero, Marina Mayoral, Beatriz de Moura, Esther Tusquets, Elena Santiago, Lourdes Ortiz, Nuria Pomepia, Ana María Moix, Lola Salvador, Pilar Miró, Teresa Marquina, Maruja Torres, las nuevas escritoras catalanas de El Món, bello y reciente semanario del que ya he hablado aquí, constituyen una nueva generación femenina de escritoras que sí importa enfatizar como femenina, ya que por ahí me parece que van sus razones últimas y sus vínculos comunes: realismo, intimismo, historias familiares, marginaciones sociales. ¿Por qué, casi siempre, la mujer es realista, en literatura, lejos del tópico que la supone evanescente y mentalmente errática? Porque la mujer española, hoy, tiene mucho que decir, mucho de qué protestar, y cuando uno tiene que reclamar algo, procura decirlo claro. Esto da el realismo. El intimismo es ahora, en casi todas ellas, un intimismo crítico, si se me permite acuñar esta expresión, ya que no se gozan en los dulces lazaretos de sus madres y abuelas, sino que los denuncian. Nos cuentan casi siempre historias familiares -también Carmen Gómez Ojea, la reciente Nadal-, porque la familia es para la mujer, como para la Teresa de François Mauriac, «una cárcel de rejás humanas». Y me refiero, naturalmente, a la mujer joven y alienada por el padre nicotinado y el reloj de pared, a la malcasada o vendida en matrimonio, etcétera. La mujer no es más que el etcétera de nuestra sociedad, y contra eso se levantan ahora feministas y novelistas. La marginación social y sutil, mejor que los panfletos feministas, de Flora Tristán a Valerie Solanas, la denuncia una buena escritora escribiendo bien, como Virginia Woolf cuando pide tan sólo «una habitación propia» para luchar contra el mundo patriarcalista de Eva Figes.

Quienes hemos tenido momentáneo acceso, más sociológico que sentimental, a esas habitaciones propias de las mujeres solas y escritoras, comprendemos que su corazón da a un patio interior, que es adonde las ha confiado/confinado el patriarcalismo (palabra que prefiero a machismo). Las nuevas novelistas son, más que un suceso literario, un escándalo social. Maravillosamente escandalosas.

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