Estricto control en las aduanas polacas para impedir entradas y salidas del país
El deseo de miles de periodistas occidentales de pisar tierra polaca sólo se puede realizar, durante dieciséis horas, a partir del puerto sueco de Ystad, desde donde un ferry polaco zarpa cada cuatro días rumbo al puerto polaco de Swinoujscie. El transbordador recorre los 130 kilómetros de mar Báltico que la separan de Swinoujscie en algo más de siete horas.
Basta comprar un billete de ida y vuelta y pasar la aduana sueca, minutos antes de las doce de la noche, para poder embarcar a bordo del Wawel junto con algún que otro periodista y centenares de polacos que salieron de su país antes del golpe militar de la semana pasada y ahora regresan con maletas y automóviles repletos de bidones de gasolina, jabones, tampones, champús, pasta de dientes y, sobre todo, víveres.Junto a los vehículos con matrícula polaca hacen cola en el muelle, para entrar en el transbordador, ambulancias y camiones de la Cruz Roja o de otras organizaciones humanitarias que también transportan alimentos a Polonia. Esta noche, hasta un coche funerario danés cargado de medicinas se ha sumado a la comitiva. Hasta hace poco, otro transbordador, el Pomerania, efectuaba también el trayecto entre ambos países. Pero el golpe militar en Varsovia llevó a diecisiete miembros de su tripulación a pedir asilo político en Suecia el pasado 14 de diciembre. Desde entonces, un solo transbordador sigue navegando y la frecuencia del enlace es ahora, a duras penas, bisemanal.
Los altavoces retransmiten el programa de radio Varsovia -primero el boletín informativo, y después, himnos militares entrecortados con música clásica-, pero los comensales no se muestran dispuestos a entablar conversación con extranjeros a propósito de las últimas noticias.
"El miedo ha vuelto a Polonia", comenta un periodista no ruego, "hace tan sólo un mes hice este mismo trayecto y todos discutía mos de política, ahora, en cambio, temen ser vistos hablando con nosotros".
Pero por prudentes y resignados que estén ahora, los polacos no han perdido su interés por la situación política. Prueba de ello, cuando algún periodista sintoniza la BBC en p leno comedor, un miembro de la tripulación se apresura en desconectar lo que retransmite radio Varsovia, mientra otros se agrupan tímidamente en torno al transistor.
Es apenas de día cuando el Wawel, tras haber navegado a lo largo de una base anfibia en la que están atracados guardacostas polacos y tres vetustos barcos de guerra soviéticos, que los periodistas se han apresurado a fotografiar, amarra en un muelle de Swinoujscie.
Tras caminar doscientos metros en territorio polaco, los periodistas enseñan, con cierta timidez, sus pasaportes en el barracón frío de la aduana polaca, situada al final del muelle. Durante unos minutos tendrán incluso la ilusión de ser autorizados a cruzar la frontera cuando oficiales de la milicia les ofrecen asiento y les entregan para rellenar formularios de solicitud de visados.
Pese a ello, no hay nada que hacer. Extranjeros, con o sin visado polaco, o incluso, ciudadanos polacos residentes en el extranjero, son sistemáticamente rechazados. Sólo aquellos cuyo visado ha sido expedido después del golpe militar del 13 de diciembre están autorizados a entrar en Polonia, pero este visado sólo lo poseen miembros de las organizaciones seleccionadas.
Desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche -hora en la que el Wawel zarpa de regreso a Ystad-, los indeseables en Polonia podrán, con una temperatura de dieciséis grados bajo cero, pasear por la cubierta del transbordador, que la nieve helada ha convertido en pista de patinaje, o por el muelle, estrictamente vigilado en cada punta por milicianos, o regresar a sus cabinas. A ambos lados del río-estuario se extiende la ciudad de Swinoujscie, que nunca podrán visitar. La tripulación, que a pesar de las visitas de milicianos a bordo guarda celosamente en sus compartimientos los carteles de propaganda de Solidaridad, baja a la ciudad, de donde trae la Prensa local y los últirnos rumores.
Poco antes de las doce, unos veinte pasajeros, miembros de organizaciones humanitarias y algunos polacos residentes en Escandinavia, suben a bordo para efectuar la travesía hasta Ystad, mientras, en el muelle, milicianos con perros pastores alemanes inspeccionan los automóviles que regresan a Suecia para impedir que algún polaco se fugue.
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