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La quiebra del comunismo

La autoocupación de Polonia por su Ejército, aunque deja sin respuesta muchas cuestiones vitales (¿se someterán los obreros, o resistirán?, ¿ha sido despojado del poder el partido comunista, o mantenido en él?, parece que ofrece la confirmación final del hecho de que los regímenes comunistas de la Europa del Este nunca podrán cambiar hasta que, o a menos que se produzca algún cambio radical en la propia Unión Soviética.Con excepción de Yugoslavia, todos esos Gobiernos comunistas han sido impuestos por el Ejército soviético. Y con excepción de Hungría, donde el Janos Kadar parece gozar de cierto apoyo popular, ninguno ha sido capaz de alcanzar esa especie de legitimidad que solamente concede el consenso.

El porqué esos regímenes totalitarios han fallado tan estrepitosamente en la obtención de un consenso es casi un misterio. Muchos dirigentes totalitarios han alcanzado popularidad. En la propia Unión Soviética, el comunismo por lo menos ha llegado a ser aceptado casi como una realidad incambiable. Pero eso no significa que sea realmente popular (de hecho lo desconocemos), pero por lo menos es aceptado bajo condiciones, totalitarias, soviéticas.

Crisis institucionales

En los otros países de la Europa del Este, los partidos comunistas en el poder no han podido siquiera conseguir tal tipo de aceptación realista. Este desigual fallo histórico se debe a dos motivos: el comunismo en sí es algo que ha fallado, y además en la Europa del Este todos estos regímenes son cuerpos extraños impuestos por el imperialismo extranjero.

Cada uno de esos regímenes ilegítimos ha tenido que afrontar en distintos momentos una crisis institucional. Cada vez que esto ha sucedido en cada país alguna fuerza espontánea trabajó por el cambio. Algunas veces, como en Checoslovaquia en 1968, el propio partido se convirtió en el principal vehículo para el cambio, y este proceso produjo una legitimación temporal del comunismo con rostro humano.

En Polonia, las fuerzas del cambio estaban fuera del partido: la Iglesia, los trabajadores, Solidaridad. El partido fue demasiado débil para resistir el cambio y trató de subirse al vagón revolucionario, con cierto éxito. De haber sido dejado a su aire quizá hubiera alcanzado un éxito total: pero el poder soviético lo frenó en su intento de aceptar aquellos cambios radicales necesarios.

Muchas experiencias históricas, en América Latina y otros lugares, muestran invariablemente que la liberalización de un régimen totalitario es un proceso muy difícil: parece ser una empresa imposible en la Europa del Este. El Kremlin no reconoce la absoluta soberanía de esas naciones y ha actuado de acuerdo con su doctrina, aun antes de proclamarlo.

En Polonia, sin embargo, había ciertas razones especiales que hacían esperar a la nación polaca, y al mundo democrático, que se podría conseguir algún cambio radical en la estructura del poder, sin provocar una intervención militar soviética. El propio hecho de que tal intervención hubiera sido insinuada y pospuesta tantas veces demostraba que incluso el Kremlin reconocía la dificultad de aplicar esta regla general en este caso especial.

Compromiso imposible

Pero al final -aun cuando puede que quizá no haya llegado el fin- la disgregación espontánea de la autoridad del partido fue tan clara, y el aumento de la voluntad revolucionaria del pueblo polaco tan fuerte, que todo tipo de compromiso imaginable se hizo imposible. Y un general decidió que la autoocupación sería mejor que una revolución que condujera a una ocupación soviética, pasando por un conflicto sangriento. Todavía no sabemos si tendrá éxito.

Pero aun existiendo dudas sobre si el golpe militar es el punto de llegada de la tragedia polaca, como si todavía está por llegar lo peor, lo ocurrido en los últimos días parece demostrar, de una vez por todas, que no puede haber cambio alguno en la Europa del Este hasta que haya un cambio real en Moscú. Si incluso los polacos han fracasado en su intento de hacer una revolución pacífica, ¿quién podrá esperar tener éxito?

Pero, ¿cambiará alguna vez la Unión Soviética? Naturalmente que cambiará un día: el fallo del comunismo en todas partes es un claro aviso a los dirigentes del Kremlin. Pero mientras se espera este colosal acontecimiento, ¿ha de abandonar toda esperanza el resto de la Europa comunista? .

¿Y podrá el mundo dernocrático hacer algo para ayudar a las fuerzas democráticas del Este? ¿Podemos continuar nuestras transacciones con la Unión Soviética como si nada hubiera sucedido? ¿Podemos seguir enviando enormes cantidades de trigo y otra ayuda material al régimen soviético, o debemos reducir y parar este comercio y ayuda para poner de manifiesto la debilidad interna del régimen? No tengo una respuesta apropiada a estas cuestiones, pero son cuestiones que es necesario formular y discutir.

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