Cartas a Ana
Polonia es un piano perdido entre la nieve. Eso es Polonia, Ana, y dos veces por siglo, o tres o cuatro, llega el militarismo de los rusos, el militarismo de los alemanes, el militansmo, y nieva fuego sobre el viejo piano, y a Chopin se lo llevan a cargar cajones en los astilleros.Kantor, el polaco Kantor, el polaco errante, Ana, el más grande poeta vivo del teatro moderno, el más grande poeta moderno del teatro vivo, estuvo hace unos meses en Madrid, nos abrió la habitación de su infancia, distribuyó perplejidades entre los profesionales de tu gremio anabelenizado, y paseó por la familiar alcoba de toda la historia de Polonia, que es la de España y que entendimos muy bien en polaco, Ana, que siempre el corazón habla polaco, cuando duele. Mas la estampa final de su función no era aquel mantel de nieve de una última cena expresionista -obispos, militares, muertos, judíos y desnudos-, sino la nieve, Ana, de este diciembre, la carta de la nieve que viene de Varsovia y nos avisa de cómo la reacción popular se descontrola de los invasores «que han invadido su propio país» (se dijo esta semana en el Hotel Convención, Ana: tú no estabas, que eres hija del aire y volarías). Polonia es un piano preso en la nieve, como el gato de Erico Veríssimo, Polonia tose tísica (España tose colza), y nos dan, a ellos y a nosotros (todos polacos), el remedio del susto, el estado de excepción, allí, o el Estado como excepción, aquí, que aún tenemos un Estado excepcional: no usual ni hacedero para el pueblo. No hay en tu gremio, Ana, escritores capaces, como Kantor, de escribir la coreografía de la verdad. Aquí, más bien, se nos presenta una verdad coreográfica, falsa.
Hay una creciente presencia soviética en Polonia. Polonia, Ana, no es un país: es una metáfora. Metáfora de un pueblo atormentado entre la cruz y la espada. O sea, como otros pueblos que tú bien conoces. Locos de misticismo y belicismo, no nos dejan vivir nuestra locura personal, particular, que es nuestra libertad de enloquecer: por ti, por la justicia, por la música . El estado de excepción, digo, es ya el Estado como excepción, en todas partes, cuando otro Estado dentro del Estado, cuando otro poder se desenvaina del Poder, cuando saca la espada del silencio, a callar todo el mundo, quietos, coño, y sobre todo usted, que le veo yo a usted muy vinader. Aquí Calvo Sotelo, que establece la normalidad por decreto, que sosiega en marengo el diluvio que viene (diluvio en seco, que son los peores, y no llueve), aquí Calvo Sotelo puede encontrarse un día con su piano Hammond perdido entre la nieve de Polonia, que un fantasma de condecorada nieve recorre Europa. Breznev ya no es Breznev, Ana, amor, sino que, a fuerza de acuartelar la Unión Soviética, ahora la Unión Soviética es ya sólo un cuartel donde Sajarov hace dieta por ser el premio Nobel más esbelto. Breznev es un cuartel con un abrigo. Lo mismo pasa en USA, con Reagan, que es el hombre /cuartel, el cuartelazo en un áura marlboro. El estado de excepción como excepción al Estado, en todas partes. Polonia, asunto interno. Guantánamo, asunto interno. Todos asuntos internos. Ya, el único asunto externo, Ana, cosa, va siendo este mi amor epistolar. Las formidables y espantosas maquinas de que quieren revestirse los civiles, un día andan por sí solas, les llevan a la guerra. Esto ya no es la lucha entre dos bloques. Es la pugna cruenta entre la mística de la paz y la mística de la guerra (que también se nos vende como paz).
Polonia es un piano entre llamas de nieve. Por la alcoba de infancia del gran Kantor vuelve a pasar su padre reclutado. Sajarov es un Chopin del Este que tose su protesta. Polonia, Ana, muchacha, es cualquier parte.
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