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Nadie se responsabiliza de las 80 toneladas de aceite tóxico depositadas en un molino de Marchena

El día 6 de julio pasado, José María Abascal, un cuarentón sevillano bastante conocido en los círculos del aceite, salía del juzgado de Sevilla después de haber pasado dos días declarando ante la policía en la comisaría, «rodeado de chorizos, el pobre José María», y explicar una historia, previamente pergeñada, sobre su presunta implicación en el comercio de aceite de colza tóxico que, por aquel entonces, había originado la muerte de 58 personas. Abascal había vendido alrededor de 350 toneladas de aceite de colza comestible a Manuel Pablos e Hijos, de Brenes (Sevilla), y tenía los certificados de análisis de las pruebas, en los que se especificaba la bondad del producto. Sin embargo, los análisis de una partida devuelta por Pablos, almacenada todavía hoy en unos depósitos de Marchena, habían demostrado la leve toxicidad del aceite.

El día 25 de marzo, Abascal inició sus operaciones comerciales con la firma Sociedad Mediterránea de Barcelona para la compra de novecientas toneladas de aceite de colza, que esta última empresa había recibido de Lípidos Ibéricos, SA. Lípidos había introducido la mercancía fraudulentamente en España por el puerto de Barcelona. El negocio de Abascal, muy lucrativo en los últimos tiempos, le daba dinero para llevar un fuerte tren de vida, que se hacía ostensible a sus amigos y contertulios del bar Pitter, en la plaza de Cuba, a la entrada del residencial barrio sevillano de Los Remedios. Todo el mundo sabía que José María, el Largo, se dedicaba a intermediar en el comercio del aceite, y muchos sospechaban que había algo turbio, habitualmente turbio, en esos asuntos. El yate de diecisiete metros, que le costó cuarenta millones de pesetas, se hallaba fondeado en Puerto Banús, y era una especie de símbolo para este triunfador de cara ancha, pelo escaso y aplastado, ropa deportiva, cadena gruesa dorada al cuello y una pertinaz tendencia a inmovilizar la parte derecha de la boca al hablar.José María Abascal ya había sido multado gubernativamente por introducir fraudulentamente colza comestible en España, vía Portugal, con licencia de importación en la que no se especificaba el contenido de las cargas. Algo parecido a lo que realizaba, por otra parte, Lípidos Ibéricos en Barcelona, aunque Abascal fuera más modesto en sus objetivos de lucro. No obstante, en los primeros meses del año el pequeño despacho de Abascal, un intermediario que no huele el aceite que vende, se llenaba de llamadas en las que se anunciaba la existencia de colza, como agua, en el mercado aceitero. La posibilidad de revender aceite de colza comestible, fraudulentamente introducido en el país, no suponía un negocio demasiado sustancioso, pero, al fin y al cabo, era negocio.

Salvador Alamar, hombre de la empresa Sociedad Mediterránea, de Barcelona, fue el contacto de Abascal para la adquisición de novecientas toneladas de colza que, procedentes de Lípidos Ibéricos, se distribuyeron entre tres empresas: 350 toneladas a Ribasa, de Vigo; 250 a Pedro Alonso, de Sevilla, y trescientas toneladas a Manuel Pablos e Hijos, SA, en Sevilla. Las relaciones entre Abascal y Pablos eran frecuentes en los últimos tiempos. Abascal vendió el 28 de mayo cuatrocientas toneladas de aceite de girasol crudo a Pablos (doscientas a noventa pesetas el kilo, y otras doscientas a 92 pesetas el kilo) por alrededor de 38 millones de pesetas.

La venta de colza de Abascal a Pablos se inició en abril. Entre los días 6 y 10 de ese mes, Pablos recibió 126.597 kilos de colza cruda que, en cinco camiones, fueron trasladados desde Sociedad Mediterránea. Esa colza fue refinada, convenientemente mezclada para obtener aceite de semillas, y vendida por Pablos. El precio al que Abascal compró fue de 87,50 pesetas el kilo, y lo vendió a 88,75 pesetas a Pablos. El margen comercial era el habitual en estos casos. Entre los días 16 y 25 de mayo,_Abascal remitió a Pablos un nuevo envio de 188.335 kilos de colza cruda que transportaba Vicente Andani, de Valencia. Por aquellos días, desde el 1 de mayo, habían comenzado a morir los afectados por el síndrome tóxico, aunque, todavía, la administración sanitaria daba como buenas las hipótesis de una contaminación vírica o bacteriológica como desencadenante de la epidemia mortal.

Irregularidades habituales

Pese a las afirmaciones de muchos implicados en la venta y comercialización de la colza comestible fraudulenta, en el sentido de que no sabían lo que vendían, existe la constancia de un documento, liquidación de una partida, la primera, vendida por Pablos a Abascal. Mientras las facturas de aceites legales se realizan en papel timbrado con el membrete de Pablos, la venta de esa colza, todavía no maldita, sino, simplemente defraudada al fisco, se hace en papel no timbrado, sin firma. Sin embargo, la factura, en idéntico papel, realizada con la misma máquina de

escribir y el mismo detalle mecanográfico (punto y coma después de la fecha), refleja el detalle de las entregas en efectivo (con el aceite legal se hace mediante talones o pagos aplazados) por las que Pablos liquidó la compra de colza a Abascal.

El día 10 de junio, el Gobierno hizo oficial las sospechas que, desde bien antes, un equipo de médicos había reflejado: esa peste que originaba muertes de forma discriminada (gente humilde), tenía su origen en la ingestión de un veneno y, presumiblemente, aceite. En esos momentos, Pablos tenía en sus depósitos más de 180 toneladas de colza, conseguida de forma pícaramente tradicional. Sin embargo, nadie podía sospechar que una semana después, el día 17, al venerio se le habría de poner nombre y apellidos: aceite de colza desnaturalizado.

Mariano Pablos es un hombre de 62 años, casado, sin hijos, y uno de los dos herederos de Manuel Pablos, el fundador de la empresa, hace cincuenta años. Los que le conocen dicen que invierte cada peseta que gana en el negocio. De hecho vive en un modesto piso de Sevilla y viaja en un destartalado erredoce. Con sus ademanes, a la vez reservados y desenvueltos, seniles y juveniles, Mariano Pablos se descompuso cuando pensó en la posibilidad de que alguien pudiera relacionarle de alguna manera con la colza, aunque no fuera tóxica; estaba en juego el prestigio de la empresa, conseguido por su padre, su hermano Manuel, su mujer, Consuelo Jarauta, hermana de Adela, detenida en relación con el aceite tóxico, y él mismo. En esos momentos no se fiaba de José María Abascal. A primera hora del día 18 de junio, día del Corpus, Mariano Pablos pretendió que Abascal retirase urgentemente de Brenes una partida de noventa toneladas de colza que le estorbaban. Abascal le replicó que no podía ser, porque esa colza estaba firmemente vendida, pero Pablos amenazó con no pagar los 38 millones de girasol vendido en mayo. Abascal localizó urgentemente unos cuantos camioneros dispuestos a trabajar en día de fiesta y transportó los 92.885 kilos del colza refinada a un molino de Marchena.

Dos diferentes tipos de aceite en una misma partida Dos días después, Mariano Pablos volvió a llamar a Abascal. Seguía muy nervioso porque aún tenía en sus depósitos otras 96 toneladas de aceite sospechoso y los inspectores podían aparecer en cualquier momento. Abascal se negó en rotundo porque, entre otras cosas, no tenía dónde disimular esa partida. No obstante, la fuerza del dinero adeudado volvió a imponer su ley, y Abascal contrató camioneros para que retiraran esa mercancía de Pablos. bel aceite permaneció más de diez días almacenado en las cisternas de los camiones, mientras aumentaba día a día el nerviosismo de Abascal, fundamentalmente por la presión de los camioneros que, precipitadamente, habían retirado la mercancía aceptando las muestras que les daban y sin pararse en demasiados detalles de control. Tras nuevas discusiones, Pablos aceptó la mercancía y la almacenó en el tanque número once de su fábrica de Brenes. Inmediatamente extrajo muestras de ese aceite y las remitió a Comercio, en Sevilla. Abascal hizo lo propio con el aceite de Marchena y pocos días después descubrió que el aceite del molino de Marchena, que le había devuelto Pablos, era tóxico. El día 11 de agosto, Mariano Pablos recibió una comunicación de la jefatura de Comercio de Sevilla en la que se le daba el visto bueno para mover el aceite del tanque número once; los análisis habían demostrado que no era tóxico.

Obviamente, Abascal culpabilizó inmediatamente a Pablos de la toxicidad de ese aceite que debía haber sido manipulado con aceite de otras partidas tóxicas en Brenes. Mariano Pablos negaba rotundamente que él hubiera comprado aceite de colza a nadie más que a Abascal. El día 16 de julio, festividad de la virgen del Carmen, José María Abascal, el Largo, fue voluntariamente a la policía a contar la verdadera historia de su colza. Durante tres días permaneció en las dependencias policiales de Sevilla. El misterio se centraba en el origen de la toxicidad de ese aceite. Poco después, su foto apareció entre las de los responsables de la colza, que el Gobierno distribuyó a los medios informativos. Su foto también apareció en un programa de televisión en el que se preguntaba a una serie de niños afectados por el síndrome tóxico qué harían ellos con las personas que les habían envenenado. Los niños de José María Abascal preguntaban a su padre si realmente él había hecho aquello.

Giresa recibió dos cisternas de Salomó

La toxicidad del aceite de Marchena puede venir del contacto con otros aceites que Mariano Pablos hubiera comprado a otro vendedor. Las investigaciones policiales han llegado a la conclusión de que Giresa, empresa refinera ubicada en la carretera de Alcalá de Guadaira, en Sevilla, recibió dos cisternas servidas por Salomó, una de las empresas que recibió aceite de colza desnaturalizado de RAPSA Esta industria recibió dos cisterna (alrededor de 50.000 kilos) de aceite desnaturalizado que Enrique Salomó le había vendido a través de un intermediario, Ramón Surrat, hombre de la empresa Comintex, SL. Abascal no ha tenido relaciones comerciales con Giresa en las fechas clave, y Mariano Pablos asegura que sus únicas compras a Giresa, en los últimos tiempos, han sido «dos o tres cisterna de algodón y girasol», aunque reconoce que Giresa y ellos son en realidad competidores y que esas compras sólo pueden atribuirse a «un beneficio que se puede obtener por ahorro en los costes de fábrica», es decir, por el sistema de no tener la fábrica parada.

José Ramón Cisneros, abogado de Giresa, puntualiza que efectivamente esta empresa recibió dos cisternas camadas en Salomó. Antonio Gallego Jurado, un joven tímido y atildado que desempeña el carqo de gerente en la empresa refinera Giresa (4.000 toneladas de aceite refinado cada mes), recibió un pedido de Ramón Surrat. Giresa vendió dos cisternas de aceite de cártamo a Industrias Titán, en Barcelona, por medio de Ramón Surrat. El pedido de Surrat se completaba con una oferta de vender a Giresa dos cisternas de oleínas («para que no vuelvan los camiones de vacío»), que deberían ser cargadas en Reus. El envío de cártamo se produjo el 4 de mayo y el regreso de las cisternas, conteniendo 40.000 kilos de oleínas (impurezas sobrantes del refino), el 9 de mayo.

Según José Ramón Cisneros, las oleínas recibidas por Giresa se almacenaron en uno de los tanques rojos (para aceite no comestible) que esta empresa tiene en la fábrica de la carretera de Alcalá. Giresa niega que ese aceite fuera vendido a empresa refinera alguna, que el proceso de refino se hizo en los círcuitos adaptados al aceite no comestible y que en modo alguno ellos vendieron parte de esas oleínas o aceite que hubiera estado en contacto con ellas a Mariano Pablos. Sin embargo, y según las investigaciones policiales, el único aceite presumiblemente tóxico que pudo llegar a Andalucía, fue el que contenían las dos cisternas vendidas por Salomó a Giresa, mediante la gestión de Ramón Surrat, y que lo cierto es que el aceite tóxico (levemente tóxico, según los análisis) amaneció el día del Corpus en un molino de Marchena.

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