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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Interminable, en verdad

A Franco Zeffirelli empiezan a irle ya bien las cosas. No tuvo éxito cuando intentó el camino del vodevil ni fue muy apreciado por la crítica cuando quiso emular el mundo poético de Visconti adaptando algunas obras de Shakespeare -La fierecilla domada, Romeo y Julieta-; no había en ellas la reflexión y el compromiso de Visconti ni había tampoco la inteligencia y el riesgo de Pasolini en el Jesús de Nazaret, que Zeffirelli acometió más tarde.No le quedó más remedio pues, que hacer lo que realmente le apetecía: viejos folletines a la usanza de aquellas películas mexicanas e italianas que abarrotaron el mercado tercermundista de los años cincuenta y que tuvieron una inagotable continuación en los seriales radiofónicos españoles. Campeón, en este sentido, fue la carta de presentación del nuevo estilo del director: los hijos abandonados, los padres y las madres separados, las desgracias imprevisibles, las frases huecas, las tragedias grotescas, sintetizaron lo que en sus películas anteriores se había camuflado con la coartada de lo cultural.

Amor sin fin

Director: Franco Zeffirelli. Guión: Judith Rascoe, basado en la novela de Scott Spencer. Productor: Keith Barish. Intérpretes: Brooke Shields, Martin Hewitt, Don Murray, Shirley Knigth. Norteamericana. Melodrama. Locales de estreno: Gran Vía, Bulevar, Palace, El Españoleto.

El truco de Zeffirelli fue el de repetir los viejos folletones con mejores presupuestos económicos, de manera que el reparto de actores, la calidad de la fotografía y los decorados ofrecieran una disculpa a quienes no consumían ese cine por considerarlo menor. Zeffirelli juega a la calidad con la misma banalidad de siempre.

Repite ahora su afortunada fórmula en Amor sin fin, melodrama que protagoniza una bella parejita de adolescentes capaz de hacer el amor como ya no se hace, es decir, con el lenguaje propuesto en los más tenebrosos años de la censura, con la cara de bobos que los ancianos intransigentes exigen para tolerar ciertas libertades y con la incoherencia que Zeffirelli aporta para llevar la historia por los más desmelenados caminos de lo gratuito. Hay muertos y muertos, incendios, locuras, un despiporre grandilocuente de tragedias sólo porque un padre quiere que su hija estudie hasta que lleguen los exámenes.

Visto con humor, el filme puede entretener, pero es difícil mantener esa postura cuando Zeffirelli se dedica a hacer poesía y se lanza vertiginoso a los desenfoques, a los simbólicos fuegos de chimenea o a la creación de un suspense inútil que el espectador no necesita para saber que una nueva desgracia va a caer sobre los angelicales protagonistas. Si estos chicos se hubieran dedicado a vivir su tiempo y a ver cine serio, quizá no les hubiera ocurrido ninguna de tales desdichas. Pero, seguramente, tampoco Zeffirelli hubiera tenido nada que contarnos. El caso es que el pasado vuelve y habrá que defenderse: Zeffirelli, de entrada, no.

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