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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El paro y los empresarios

EL CRECIMIENTO del paro en España ha superado al de los restantes países de la OCDE, y, sin embargo, la evolución de¡ producto interior bruto (PIB) en los últimos siete años ha sido bastante parecida. Dejando a un lado la mayor influencia del factor demográfico en España (llegada a la edad laboral de los niños de los primeros años del desarrollo económico, retorno de los emigrantes), la principal razón ha venido de la débil demanda de trabajo por parte de los empresarios, justificada en buena medida por la atonía de la actividad. Sin embargo, mientras que en nuestro país la población empleada ha disminuido constantemente, en Estados Unidos aumentaba, en los mismos siete años, en dieciséis millones de nuevos puestos de trabajo, con crecimientos comparables del PIB.Este comportamiento malthusiano del empresariado español se ha justificado en lógica económica por el continuo incremento de los salarios reales (es decir, los salarios nominales corregidos por las subidas de precios), que comprimían los beneficios. Los Sindicatos han aceptado este argumento económico-empresarial, y de ahí el Acuerdo Nacional de Empleo (ANE) y las actuales negociaciones salariales, con aumentos del 7% y 5%.

Pero la segunda justificación de nuestro singular número de parados ha sido la de las propias rigideces del mercado laboral: plantillas fijas, falta de flexibilidad y operatividad en la regulación de los contratos temporales o a tiempo parcial, salarios mínimos para los jóvenes que limitan su entrada en el mercado de trabajo, etcétera. En definitiva, la herencia de un pasado franquista, paternalista y burocrático, que frena la contratación cuando se presenta la oportunidad de aprovechar una coyuntura favorable. Seguramente, igual que ya ha ocurrido con las correcciones en la indiciación salarial, los sindicatos, ponderadas las circunstancias, estarían dispuestos a revisar las actuales normas de contratación si se presentan unas contrapartidas de crecimiento del empleo verosímiles.

En primer lugar está la actitud de los empresarios sobre la asignación de beneficios. No es lo mismo para el empleo del mañana distribuir los beneficios entre los accionistas que destinarlos a reservas para nuevas inversiones. Muchas empresas prefieren distribuir dividendos y congelar los proyectos de expansión, que, en última instancia, se financiarán, cuando existan, mediante créditos que incrementen los costes de explotación. Y estas prácticas se acompañan de reducciones a tumba abierta de plantillas. Las indemnizaciones se prefieren al riesgo de la actividad, y el resultado es un aumento del ejército de parados o de pensionistas anticipados que caen sobre los presupuestos del Estado y de la Seguridad Social.

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Este tipo de comportamiento se está agudizando además en las empresas extranjeras residentes en España, que acumularon grandes reservas en los años en que disfrutaron de un mercado de expansión, retenido cautivo por una alta protección arancelaria, y donde se beneficiaron de un dinero más barato que el del mercado internacional. Actualmente, las reservas se convierten en capital a través de ampliaciones gratuitas, mientras sé mantiene el mismo porcentaje de dividendos por título. Las posibilidades de nuevas inversiones se desvanecen y los beneficios acumulados antaño pasan las fronteras hogaño : Se tiene incluso la sospecha de que estos comportamientos se han intensificado en empresas cuyos centros matrices están ahora nacionalizados y buscan preeminentemente desarrollar el empleo en su propio país. En estos casos habrá que tener sumo cuidado al renovar las autorizaciones por cambio de propietario o extenderlas por períodos cortos que permitan comprobar el comportamiento de tales sociedades. Incluso habría que regular la composición de sus consejos de administración, en los que los españoles tienen poca voz y autoridad escasa. En definitiva, un mínimo de reciprocidad normativa, sin dejar de ofrecer oportunidades a nuevas inversiones, extranjeras o nacionales, que reanimen la competencia.

Estas exigencias plantean obviamente un nivel de profesionalización de la administración y un sentido nacionalista de la clase política que hoy ni siquiera se busca. Porque es incluso posible que una acción de esta naturaleza desde el Estado despertase a los capitanes de empresa antes ilusionados por el desarrollo y ahora convertidos en gestores cicateros obsesionados en reducir plantillas y conseguir márgenes de seguridad. El riesgo como motor del progreso capitalista se está desvaneciendo en algunos sectores, y cada vez se hace más patente la impresión de incredulidad de una gran parte de los empresarios respecto a las decisiones de la actual política económica.

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