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Un independiente de la generación del 27

En la historia de la música contemporánea española, la generación de 1927, a veces denominada de la República, cobra una significación, si no demasiado concreta, sí suficientemente inteligible. Sin embargo, se hacen necesarias algunas precisiones: por una parte, bajo cualquiera de los dos apelativos, se alude más que a una sistematización cronológica a una valoración sociomusical; prueba de ello es que los compositores de Barcelona -y por extensión, los de Cataluña- no suelen sentirse inmersos en la pretendida generación.La generación de la República o de 1927 nació en la capital, a partir del llamado Grupo de Madrid, que unas veces componían drid, que unas veces componían seis nombres y otras ocho, gracias a la pequeña batalla diaria -difícil y, en ocasiones, enconada, como lo es toda disputa española-. Nos encontramos, por ejemplo, que Ernesto Halffter aparece o desaparece en la nómina del grupo según corren los vientos de la pequeña política.

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Con mayor razón, el nombre de Joaquín Rodrigo jamás contó para los muñidores del grupo con pretensiones de generación. El futuro autor del Concierto de Aranjuez estaba en París, desde donde venían su música y sus siempre agudas crónicas. Había despertado el interés entusiasta de Paul Dukas y, con ello la atención de Manuel de Faba, quien, por cierto, luchó en todo momento para mantenerse por encima de las discordias partidistas desde su afán de contar con todos, pese a su no disimulada predilección por Ernesto Halffter, mucho más exagerada en Adolfo Salazar, lo que le valió algún rapapolvos del maestro.

La dispersión, por razones de residencia, exilio anticipado o tardío, de casi todo el grupo otorga a Rodrigo, cuando regresa a España al término de la guerra civil, un acusado carácter de figura aparte, de francotirador de la generación de 1927. Había en la actitud entusiasta hacia Rodrigo -como hacia Halffter- un consciente o subterráneo deseo de ligar con cuanto la contienda había hecho pedazos. Si a esto unimos un triunfo tan señalado, primero, y tan absolutamente fuera de serie, después, como es el del Concierto de Aranjuez, se comprenderá con aproximada exactitud el caso Rodrigo, lo que daba y cuánto se le pedía.

No se trataba sólo de un ambiente interior, de una reacción defensiva de país aislado. Buena prueba la encontramos en el hecho de que Manuel de Falla, en sus conciertos de Buenos Aires, programase, junto a otros, música de Rodrigo, y que a la vista de las pruebas de cierta obra sobre la música española se dirigiese al autor para hacerle observar que se dedicaba poca atención a Rodrigo. También el ambiente positivo de que Rodrigo gozaba en París, por no aludir al éxito del concierto para guitarra allí donde se estrenaba.

Rodrigo, valenciano, mantuvo siempre excelentes relaciones con los músicos catalanes.

Luego la figura y la obra de Rodrigo mantuvieron su activa presencia y, al roce con las nuevas corrientes, muy justificadas pero no compartidas por Rodrigo, tomó nuevos perfiles la significación individualista del compositor saguntino. Llega ahora Rodrigo, a los ochenta años, con catálogo de sutiles y considerables bellezas musicales y una obra aparte que viene a ser como el mote de su escudo: Concierto de Aranjuez.

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