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Numerosos cultivos agrícolas tradicionales desaparecerán a causa de las investigaciones genéticas sobre semillas

Juan Arias

La 21ª sesión general de la FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura, agencia especializada de la ONU), reunida en este momento en Roma, y en la que participan 850 miembros de más de cien naciones, se ha visto constreñida a replantear uno de los problemas más graves que tendrá que afrontar el futuro de la humanidad: la conservación de las semillas de la tierra en bancos de germoplasma para evitar que las plantas que hoy dan de comer al hombre puedan desaparecer.La famosa revolución verde, nacida de los estudios en la posguerra de algunos agrónomos, como el premio Nobel americano Norman Borlaug, que teorizó el mejoramiento genético del trigo, se ha ido revelando poco a poco menos revolucionaria de lo que pudo parecer al principio. Y hoy existe toda una serie de movimientos, entre ellos la Coalición Internacional para la Acción del Desarrollo (ICDA), que se esfuerzan por desenmascarar los peligros que pueden suponer la manipulación de los gérmenes de las plantas privando a la tierra de aquella variedad de semillas que podían asegurar en cualquier momento, en cualquier terreno y contra cualquier tipo de enfermedad la supervivencia de un tipo de planta comestible.

Es verdad que con la revolución genética -afirman estos defensores de la variabilidad de las plantas- la ciencia ha conseguido crear ciertos tipos de trigo, por ejemplo, mucho más fértiles que los que usaban los campesinos del Tercer Mundo. Pero son también semillas expuestas con mayor facilidad a las erfermedades, "como los hijos nacidos entre familiares".

Esta "monotonía" de algunas semillas de un tipo de trigo o de cebada que acaba conquistando el mercado del mundo está expuesta al peligro de una epidemia mundial, contra la cual el hombre se sentiría impotente. Para obviar este inconveniente han nacido los llamados "bancos de germoplasma", donde se almacenan, a temperaturas muy bajas, miles de plantas diversas de la misma cualidad, para evitar que desaparezcan y para estar protegidos cuando surge una epidemia contra uno de estos tipos de productos mejorados biológicamente y lanzados al mercado. En este caso se busca en seguida en el almacén la variedad de ese producto resistente a dicha epidemia.

Pero si esta invención de los bancos de germen, existente hoy en distinta medida en casi todos los países del llamado primer mundo o mundo rico, no deja de ser una bendición para que no se pierdan en el mundo la diversidad de semillas que nos ha dado la tierra con tanta sabiduría, puede convertirse al mismo tiempo en un arma de doble filo, sobre todo para los pueblos del Tercer Mundo, los pobres, de donde, paradójicamente, provienen nada menos que tres cuartas partes de las semillas comestibles de la Tierra y sus diversas variedades.

Monopolio de las semillas

La razón es muy sencilla: se están apoderando de estas variedades de semillas toda una serie de multinacionales, que acaban siendo los propietarios a través de una acumulación de legislaciones a su favor. Y al mismo tiempo desaparecen de la tierra, de su ambiente natural, los diversos tipos de semillas que aseguraban su supervivencia.La denuncia de este enorme peligro contra los países pobres la ha hecho, entre otros, hace tres años, el canadiense P. R. Mooney, con su libro Semillas de la tierra, publicado en casi todas las lenguas, y que fue una bomba para la misma FAO. Moorley ha recogido una documentación preciosa e imponente con la ayuda de más de cien personas. En Roma ha declarado que su vida ha estado varias veces en peligro después de la publicación de este libro. En él ha descubierto que son las compañías del petróleo quienes se están hoy adueñando, monopolizándolos, de los mayores bancos de germoplasma del mundo. En sus manos están las semillas de la tierra del futuro. Y el gran peligro es que manipulan estos gérmenes produciendo tipos de cereales, por ejemplo, que resisten sólo a la acción de un determinado fertilizante. De este modo, obligan a los agricultores a comprar las semillas junto con su fertilizante. Se crea así una peligrosísima dependencia, que puede crear graves problemas, incluso de chantaje político.

Y el problema es más grave porque todo lo que el mundo come hoy proviene -ha dicho Mooney- de menos de una docena de centros de diversidad genética extrema. Son los llamados centros Vavilov, bautizados así por la obra del gran científico ruso que revolucionó el campo de la botánica. De las 300.000 plantas que conoce la humanidad, el hombre usaba para comer hace siglos 1.500. Hoy, el 95% de la alimentación humana se deriva de no más de treinta plantas. Y de ellas sólo ocho constituyen las tres cuartas partes del aporte del reino vegetal a la energía humana.

Tres cultivos, trigo arroz y maíz, constituyen más del 75% del consumo mundial de cereales. En el campo, hoy, se cultivan ya sólo veinte especies vegetales. Por tanto, se puede decir que la historia agrícola moderna, afirma Mooney, "es la historia de la reducción de las variedades alimentarias a medida que un número cada vez menor de especies vegetales". Y el resultado obvio es "un grado asombroso de interdependencia alimentaria".

Peligro de epidemias

Si no hubiera sido porque los agricultores del Tercer Mundo han cultivado durante 10.000 años "diversos tipos" de una misma planta para que pudiera resistir sin desaparecer ante las vicisitudes de clima, de terreno y de enfermedades, hoy el mundo se moriría de hambre. Por eso la uniformidad genética de un cultivo, como se pretende hacer hoy día para "mejorar" el producto y poderlo vender mejor a todo el mundo, "equivale a una invitación para que una epidemia lo destruya".La pregunta que se hacen hoy tanto los científicos y los impugnadores de la revolución verde, como la luchadora bióloga irlandesa Erna Bennet, expulsada recientemente de la misma FAO por sus denuncias en este campo, es si la técnica biogenética podrá suplir adecuadamente la sabiduría de la naturaleza. Es decir, si es mejor almacenar en frigoríficos los gérmenes de las semillas con sus diversidades o si no sería preferible dejar estas variedades en la tierra, en manos de los agricultores. La manipulación de los gérmenes en laboratorio puede ser útil, pero crea también graves riesgos. Por ejemplo, se van eliminando muchas especies y variedades por razones económicas. Conviene a los grandes mercados mundiales de semillas concentrarse sólo en algunas especies para vender mejor. Además, la continua manipulación de estos gérmenes congelados puede llevarles a su empobrecimiento genético. Hoy, al parecer, existen semillas lanzadas como preciosas por estos bancos de gérmenes, monopolizados por las multinacionales, que llevan en sus entrañas sólo un tipo de resistencia a las posibles enfermedades. Las semillas, en cambio, cultivadas por los labradores del Tercer Mundo poseían hasta diez y doce.

La gran acusación que se ha presentado estos días a la FAO por toda una serie de países del Tercer Mundo, sobre todo de América Latina y también por algunos países del Primer Mundo, como México, Canadá, España y Francia, es que los países industrializados del mundo rico están acaparando las semillas de la tierra, las están conservando, patentando y manipulando sin que el Tercer Mundo, de donde provienen estas semillas, pueda tener libre acceso a ellas. Tienen que comprarlas. Se ha pedido oficialmente que se cree un convenio de países que pidan la posibilidad de que estos bancos de gérmenes se pongan a disposición del Tercer Mundo sin que tengan que comprarlos incluso bajo chantaje político.

Lo ideal sería llegar a un banco mundial de estos gérmenes que se pusiera a disposición de todos los países que los necesiten.

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