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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Carabanchel

Patios de Carabanchel, patios de la cárcel, gentes de la tercera y de la quinta, el bajorrelieve alto de una juventud como una cosecha violenta, fruta muy madura o fruta verde, la sucesión férrea y simétrica de los corredores, de las galerías, de las escaleras y los despachos, la gente más dura y la gente más suave, Ramoncín en el patio, con su conjunto y su estereofonía, con su paraguaya, su Diana y su marcha.Rock en la cárcel, música en las extensiones interiores de lo cerrado, Ramoncín (se anuncian otros cantantes y conjuntos para los próximos días) es uno de ellos, uno entre ellos, «aquí en las caras veo muchos amigos», no el marginal improvisado, el rockero de tiendas unicentro, Ramoncín es el ángel de cuero de Legazpi y Vallecas, sólo que con un tocata, y enfrente están las torretas con los vigilantes, y al fondo, a nuestra espalda, el acantilado de la reclusión, una inmensa pared de ladrillo con rejas y ventanas donde cuelgan pancartas, las piernas de los presos y las caras, como altísimas apariciones, pegadas a los barrotes. «Las cárceles no sirven. Libertad». Pero han colgado el trapo del revés y desde el patio hay vacile e indicaciones para que lo pongan bien. Los pinchadiscos de las emisoras también se dirigen a los presos. Hay, en todo este mundo rockero, como una necesidad de amalgamarse con esta isla de juventud otra, de autentificarse entre esta aristocracia inversa de la marginalidad y la reclusión. Se diría que se dicen: «Estos son los de verdad; nosotros sólo somos su sombra platónica de multinacional y disco ».

Mientras Ramoncín canta la balada del Chuli, se me acercan unos chicos con un recorte de este periódico, una información de Francisco Gor que, al parecer, les tiene muy esperanzados. Quieren que yo la verifique. Denunciaba Gor, en su puntual información, el estado de los «preventivos», que a veces se tiran años esperando que se aclare lo suyo, cuando lo suyo, a lo mejor, no es nada. Paco Gor hablaba de una posible corrección judicial de esto. Creo que él, inejor que nadie, debe volver a informar de ello.

Un hombre solitario, joven, con el cuello del chaquetón subido, estático y místico, amarillo y hermético, se me acerca fijo:

-¿Tú eres Umbral, no? Bueno, pues le das recuerdos a, a, a... Beatriz Escudero.

La juventud reclusa escucha rock duro por la radio. Les gusta tener aquí ahora a los rockeros tal cual. Están en el tema, como lo prueba un espontáneo que se sube al tablado y hace su número al micrófono, con la comunicatividad de lo improvisado. «Y el Chuli murió, y el Chuli murió ... ». Tarde de sol frío, rock hueco, una comunicación que se establece y se interrumpe. Hay un comedor para trescientos, que en cualquier tabernón libre sería para treinta. Esta generación de sueño y noche, esta mocedad surtida, dura y lenta, esta geografía de rostros congestionados en blanco (mucho más grave que la congestión en rojo), nos da la pluralidad de lo marginal y la monotonía de lo penitencial. Luego voy a Radio Madrid, para contarlo, y allí está Augusto Algueró, el gerente melómano de una música para olvidar y reprimir tensiones o lo que sea. Patio de Carabanchel, galerías de luz violenta, como espadas, y galerías en paz, como conventos. El rock es la voz de quienes no tienen voz: los recluídos. El amogollonamiento personal/ cantante es los dos filos de lo mismo: aire y música, voz y reclusión. El rock expresa a los que no se expresan porque les falta luz o libertad. El rock es la navaja de la música. Se lo preguntaba Ramoncín a sí mismo, en el micrófono/teléfono: «¿Y por qué yo estoy fuera y ellos dentro?».

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