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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La militarización del pensamiento político

Estamos presenciando en Europa, en todo Occidente, el desarrollo de un proceso bastante, avanzado de militarización del pensamiento político. No se trata ya de que los temas de defensa recaben la atención de las clases dirigentes, sino de algo más radical: la reducción de los planteamientos internacionales, fundamental y casi exclusivamente, a formulaciones estratégicas. El diálogo entre culturas diferentes en un plano de igualdad -pretensión de base de la gran revolución que fue la descolonización-, la persecución de un nuevo orden económico internacional, la comunicación entre sistemas polítícos y sociales diferentes, los grandes temas apuntados en los años sesenta y desarrollados en los setenta han sido barridos del escenario principal.La reducción en curso, sea o no inducida por ellas, conviene a las dos superpotencias, empeñadas en cerrar el paso a una estructura multipolar que, pese a todo, empuja y se manifiesta en fenómenos y procesos no reductibles al estadillo de la relación de poder militar y político entre ambas. Surja la tendencia a recrear la bipolaridad por la ruptura -cierta o exagerada- de las paridades estratégicas, o se rompa ésta ante el esfuerzo para potenciar el carácter irreconciliable y agónico de la oposición, el hecho inocultable es que la tendencia alcanza a capas muy profundas que exceden con mucho al mismo planteamiento militar.

El amigo y el enemigo

Releía yo días Itrás a Carl Schmitt. Sobre todo, El concepto de la política y El fin de la neutralidad. Cuando abordé estas obras allá por los años cuarenta, encontré explicación para muchas cosas que se encontraban en el entorno europeo y en el proyecto, fallido en parte, de totalitarismo fascista español. Schimtt no desciende, como es sabido, a justificar una política totalitaria, ni siquiera explícitamente a fundar intelectualmente la reducción de toda la realidad social a una potencial realidad política ("nada sin el Estado, nada fuera del Estado"). Pero los totalitarios extrapolaron su pensamiento a lecturas concretas en términos de poder estatal.

El concepto esencial para Schimtt, en lo que se refiere a la política, es la distinción entre amigo y enemigo. Cuando el adversario, el rival, el competidor se transforma en enemigo hemos entrado en el terreno de la política. Lo mismo que cuando el socio, el colaborador, en amigo. Pero, ¿qué tipo de enemigo? No el enemigo personal que compite en asuntos privados, mesurables, en los que cabe la conciliación, el arreglo, la concertación de intereses, sino el enemigo público, el que pertenece a un grupo que pone en peligro la supervivencia de mí grupo. No el inimicus, sino el hostes. San Lucas y san Matías nos recomiendan amar a nuestros enemigos (Matías 5,44; Lucas 6,27). Pero estos enemigos a los que cabe amar son enemigos privados -inimicus-, no hostes. Frente a estos últimos no cabe amor -ni en los totalitarios, piedad-, porque su enemistad es existencial, su triunfo significa mi propia destrucción. Su enemistad no es agonal, sino existencial.

"El Estado", dice Schmitt, "que en la historia europea de los últimos siglos representa la forma clásica de la unidad política, trata de concentrar en sus manos todas las decisiones políticas para instaurar la paz interior". Pero frente al otro grupo extranjero no cabe la paz como estado permanente, puesto que puede poner en peligro existencialmente a mi grupo. No cabe la neutralidad; simplemente, la tregua. La conclusión es que tam poco cabe la neutralidad frente al miembro de mi propio grupo que no considera al otro grupo como un hostes potencial.

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La democracia y la guerra total

El pueblo llano ha intuido siempre que la guerra es poco compatible con el pleno ejercicio del orden político que rige en la paz. Cuando está en peligro la propia existencia del grupo está justificada la concentración en un solo objetivo -la defensa- y, por tanto, la concentración del poder. De hecho, jurídicamente, la guera significa la sustitución de la normatividad normal por la excepcional.

Ahora bien, todavía en la época de Schmitt subsistía la distinción entre guerra y paz. La línea pasaba por la declaración de guerra. En el terreno, no jurídico, pero real, por la existencia de un teatro de operaciones -frente- y una retaguardia. Hoy tales distinciones no existen. Ni siquiera el término guerra quiere decir mucho: ha sido sustituido por el de conflicto. Así, los belicistas de hoy -Nixon, por ejemplo- pretenden que la tercera guerra mundial hace años que comenzó. Desde el enfoque de la enemistad existencial hay que dar la vuelta a la frase de Clausewitz: "La política es la continuación de la guerra por otros medios".

La división del mundo en bloques militares, sobre el supuesto de la posibilidad de un conflicto nuclear, es compatible en el occidental con el orden interno constitucional de los miembros que lo integran, pero mucho menos compatible con la decisión de un pueblo alineado en un bloque de convertir a un hostes en inimicus, es decir, con la voluntad de reducir el carácter existencial de la enemistad. Por eso, todo proceso de distensión implica, a partir de un punto, una tensión respecto al mantenimiento de los bloques. El reforzamiento de los bloques es la respuesta disciplinaria de las superpotencias cuando el proceso de distensión cualifica a ciertos actores distintos a sí mismas.

La democracia es algo más que la existencia de derechos y libertades garantizados en un texto y alegables ante una instancia jurídica, y que la participación en la formación de la voluntad política a través de la representación. Es eso, y sin eso no hay democracia. Perase alimenta de unos valores que se asientan en la creencia de que una realidad no puede ser absolutizada, de manera que prevalezca sin contestación posible sobre otros valores y realidades. La guerra es una simplificación de objetivos que siempre erosiona a los supuestos de la democracia. Por eso, la compatibilidad de la guerra y de la democracia reside en que la primera sea un estado excepcional, fijado en el tiempo con definición jurídica precisa. La política de bloques, junto al carácter total del conflicto, y sobre todo la indefinición entre guerra y paz, arrojan una densa sombra no ya sobre las formas democráticas, sino, lo que es más decisivo, sobre la cultura de la democracia.

La tensión entre valores democráticos pluralistas y tendencia a la reducción de todos los valores a la preservación de la supervivencia del grupo es Peligrosa en un país de cultura como es la española y en un momento tal como el que atravesamos.

En nuestra cultura predominan los factores autoritarios y, por tanto, simplificadores. Cultura asentada en un aporte religioso muy profundo, con manifestaciones agónicas en el momento de la fundación de la nacionalidad -la guerra divinal de que habla Sánchez Albornoz-y en el que, a diferencia de otros pueblos europeos, el principio de la libre interpretación ha jugado nulo o muy reducido papel. Cultura en la que han prevalecido durante tiempo valores absolutos, como consecuencia de la debilidad de la revolución burguesa entre nosotros.

La modernización, que se ha anunciado en varios momentos históricos, y una de cuyas manifestaciones podría ser la actual reconstrucción democrática, pasa por la reducción de absolutos. En esta perspectiva, la introducción de un clima tenso con la división del mundo en amigos y enemigos potencialmente existenciales, la concentración de la visión internacional del español en el exclusivo planteamiento estratégico -de una estrategia decidida y pensada por otros en términos globales-, no es ya un desvío de los propios objetivos de nuestra acción exterior, sino que es, sobre todo, entorpecer la asunción de la pluralidad y la coexistencia de valores y sistemas. Es una acción bloqueante en un momento decisivo.

Es claro que toda sociedad nacional debe poseer una visión y una doctrina en materia de defensa. Renunciar a ellas sería caer en un pacifismo utópico. Pero la mentalidad de bloques en el clima de la guerra fría conduce a una globalización de ideas y objetivos que pueden separarse -y se separan- de los datos concretos.

Hoy, en Europa, en España, la libertad no está solamente amenazada por credos y estrategias que vienen de otro bloque con sistema político diferente. También lo estará si en el clima de globalización de los bloques se va subordinando el análisis crítico -sin el que la libertad perece- y la libertad de opciones concretas a una adscripción sin reservas, a la globalización rampante siempre y ahora vigente en la guerra fría. La democracia es un factor de paz, pero sin la: lucha por la paz y la distensión es difícil que la libertad, perdure.

Fernando Morán es diplomático y senador del PSOE por Asturias.

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