Peripecias muy simples
Ladrón.
Heredero de los telefilmes, Michael Mann no ha podido eludir en su película Ladrón (presentada con escaso éxito en el último Festival de Cannes, con el título de Calles violentas) una continua referencia a ese mundo estético de la televisión en el que importan más los datos esquemáticos de una historia superficial que otra lectura de mayor complejidad.Contrastan claramente en su película los vicios expresivos proplos del telefilme, con pretensiones de hacer una obra más rica, no ya en el sentido que dice la publicidad, por el que se pretende que Ladrón es una profunda radiografía del mundo del hampa, sino en el de la vida íntima del personaje principal.
Michael Mann sigue la trayectoria de un personaje único, que no representa a nadie, y que se encuentra en la difícil tesitura de querer abandonar su vieja profesión de ladrón para abrazar una estable vida matrimonial con niño y todo. En uno de los últimos atracos que realiza para retirarse con dignidad, se ve complicado con una red de ladrones más fuertes que él; su enfrentamiento y supuesta victoria final se limitan a reproducir los de cualquier película de acción norteamericana.
Director: Michael Mann
Guión, del mismo, basado en la novela de Frank Hohimer. Fotografía: Donald Thorin. Música: Tangerine Dream. Intérpretes: James Caan. Tuesdav Weld, Willie Nelson. Norteamericana. 1980.Aventuras. Locales de estreno: Amaya y Tívoli.
Aderezado todo ello con la música de Tangerine Drean, Ladrón aspira a ser algo más que un filme de serie que se olvide al poco tiempo de acabar su proyección. No lo consigue.
Hay que señalar, en beneficio del director, que las secuencias donde el personaje central se limita a vivir su intimidad tienen un cierto encanto, al que no es ajeno la eficacia de la actriz Tuesday WeId. Pero es poco para compensar la obvíedad de Iresto. Ese encanto se deriva del sistema de trabajo de los actores, tan frecuente en otras películas actuales, que alejados ya de la rimbombancia de unos textos aprendidos de memoria desarrollan en su lugar una suerte de improvisación que, cuando es inteligente, aporta calor a momentos dramáticos muy simples. No hay que creer, sin embargo, que James Caan o Tuesday Weld son unos genios del método; se trata sólo de encontrar alguna razón que hiciera proyectable esta película en el pasado Festival de Cannes.
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