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Aranjuez conmemora, con una exposición antológica, el 50º aniversario de la muerte de Rusiñol

La muestra se presenta en el Palacio Real

El 1 de junio de 1931 moría, en Aranjuez, Santiago Rusiñol, en su habitación de la Gran Fonda del Comercio, que, más tarde y hasta hoy, adoptara el nombre del artista. Al cumplirse, pues, este año, el cincuentenario de la desaparición del pintor catalán, el Ayuntamiento de Aranjuez tomó la decisión de organizar una exposición conmemorativa como primera edición de un salón de otoño de la ciudad.

Con el patrocinio del Departamento de Cultura de la Generalidad de Cataluña, el proyecto se ha resuelto en una muestra antológica que, a lo largo de las 78 obras que recoge, ejemplifica con suficiente precisión todos y cada uno de los momentos cruciales en la trayectoria del pintor.La exposición tiene como pórtico el célebre retrato satírico en el que Casas nos presentó a Rusiñol colgado de una lámpara Se abre con la Vista del puerto de Barcelona, considerado como e primer trabajo pictórico del artista, y nos da paso a lienzos y dibujos de un período inicial prendado del realismo a lo Vayreda y de los tópicos de un pintoresquismo social.

Una colección de espléndidos paisajes de Montmartre presentan ya al Rusiñol pictóricamente adulto en su etapa parisiense, donde se inclinaría a seguir los pasos de Whistler, frente a una ortodoxia impresionista que jamás llegaría a cuadrar con su ánimo. Esta vertiente, que tuvo su traducción en las escenas y paisajes de Sitges aquí presentes, posee un contrapunto en aquellos lienzos que hacen de Rusiñol cronista de un impagable y heroico período de la bohemia; así, el retrato de Utrillo, frente al legendario Moulin de la galette, el de Erik Satie en su estudio y esa sorprendente imagen del escultor Carlos Mani.

Herencia simbolista

La herencia simbolista se deja sentir más tarde con el decadentismo de obras como Novela romántica o La morfina, idealización patética de un tema que conocía bien. El cenit de esta actitud queda reflejado en la exposición con las alegorías medievalistas del 95.Con las figuras de andaluzas y un paisaje mallorquín, el fin de siglo nos trae un nuevo cambio de tercio. Empieza con él un cierto itinerario ibérico en pos de un tema que va a marcar obsesivamente la práctica totalidad de sus últimos treinta años como pintor El jardín tiene para Rusiñol unas connotaciones muy concretas: las de una naturaleza humanizada ordenada y estructurada mediante el artificio.

El de los Jardines de España es el período más célebre del pintor hasta el punto de que ha sometido con frecuencia el abuso de tomar la parte por el todo, identificando su quehacer con lo que no es sino etapa final de una trayectoria más compleja. Y con eso se le hacía un mísero favor. De hecho, el Ruisiñol pintor de jardines presenta en ocasiones sus punto más flacos: reiteración, cierto esquematismo estructural y el recurso a tópicos de un luminismo seudoimpresionista. En esta exposición se ha sabido reducir dicho período a su lugar específico, equilibrándolo en el contexto de la realidad global del artista.

De hecho, Rusiñol pagaba con ello también la deuda acumulada por su propio personaje, figura central de una época, que lo subdividía, más allá de sus vertientes de pintor y literato, en innumerables facetas: organizador de fiestas modernistas, animador de Els quatre gats, coleccionista, paladín de el Greco y protagonista de un sinfín de anécdotas jocosas. Y esa leyenda de hombre-orquesta ayudaba a eclipsar los vericuetos de su línea creativa, en favor de aquellos trazos más pintorescos y que mejor acababan por cuadrar en el conjunto. Por ello, son deseables acercamientos al pintor real como el de esta muestra.

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