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Una figura excepcional de la canción

Pasión y ternura de una generación

Al principio, en las fundas de los discos de Brassens había, junto a su retrato, el dibujo de una bomba: una bomba de las redondas, brillantes y negras, con una mecha encendida. Pronto se vio que iba mucho más allá que el anarquismo tópico de fin de siglo. Tenía una pasión y una ternura capaces de representar a toda una generación. Quizá la generación del desencanto, que durante un tiempo se detuvo en la angustia helada de Juliette Greco o en el jueco de nostalgia de Prévert y Kosma.Brassens fue el primero en romper el círculo mágico y cerrado de Saint-Germain de Pres, en desintelectualizar y devolverle la lírica. Una lírica humilde, donde los vocablos osbcenos- "soy el pornógrafo del fonógrafo», decía una de sus letras- estaban enriquecidos por el amor: un amor muchas veces cristiano, como en la canción para el Auvergnat, de un cristianismo primitivo y anticlerical. Un amor por las pequeñas musas del arroyo, por los animales maltratados, por el gato, el caballo y el perro, por el gitano, por el mismo vino que bebieron y cantaron los poetas.

El sarcasmo lo empleaba para lo establecido y para lo triunfante: los gendarmes, los burgueses, los guerreros, los señores, los curas.... una vieja vena francesa reverdecía en él; y también un viejo lenguaje. Brassens recuperó vocablos perdidos, expresiones desusadas; supo combinarlos con una dosificación poética, propia del genio, con la jerga de su tiempo. Hizo lo mismo con su guitarra: unas melodías sencillas, un acompañamiento de base que venían al mismo tiempo del fondo de los siglos y de la misma calle de cada día.

Probablemente, la poesía de Brassens -y como poeta figura en las antologías y en las colecciones dedicadas al verso francés contemporáneo- tuvo mucho que ver con el movimiento de mayo de 1968, que era un movimiento de protesta contra la codificación de la vida y la congelación de las ideas.

Brassens tuvo al principio la cólera de ese establecimiento y sufrió desdén: sus prohibiciones en la radio y en la incipiente televisión. Después fue digerido por el sistema con esa facilidad que tienen los grandes sistemas políticos de apoderarse sin tocarlas de las manifestaciones del arte de la protesta. Le quedaría a Brassens por sufrir una última cólera: la de la izquierda no menos fija en sus posiciones doctrinales que la derecha -el conservadurismo está en todas partes-, cuando en algunas de sus recientes canciones Brassens fustigó algo que resultaba confuso.

Tampoco esta nueva hostilidad -que en el fondo fue la misma hostilidad y el mismo orgullo que se enfrentaron con el movimiento de mayo- le hizo daño. La mujer, la guitarra, el buen vino, los compañeros, el lenguaje, el humor, la lírica, no le traicionaron nunca. Ni él a ellos.

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