Los rusos
Estreno en Madrid de Moscú no cree en las lágrimas. En el cine, poetas que alguna vez creyeron en Moscú, como Alvarez Ortega, o periodistas como Raúl del Pozo Viendo este filme se diría, más bien, que Moscú no cree en el cine. Parece ser que Sancho Gracia tiene una productora y les ha cambiado a los rusos esta película por su Curro Jiménez, con lo que el buen Sancho sale perdiendo. Esto es el más reciente cine ruso y yo no voy a entrar en detalles ni deficiencias, porque no es lo mío, sino a sintonizarla alarma: los soviéticos, según sospechábamos, están empezando a imitar el modelo de sociedad occidental muñido por Hollywood. Esto quiere decir, ante todo, que en Rusia, después de tantos años de Revolución -congelada largamente por Stalin-, no tienen un modelo propio de sociedad. No es que rechacen el vértigo occidental del consumo, sino que lo adoptan con treinta años de retraso. Como diría Rubert de Ventós, siempre se es fiel a alguna moda, y el rehuir la última sólo significa caer en la penúltima o en la más anacrónica. Puesto que el modelo yanqui resulta excesivo, saturante, sofisticado (aquí sí que vamos a utilizar la palabra, que significa falseado y todo el mundo confunde hoy con refmado), puesto que el modelo yanqui/Robert Redford es directamente estúpido y está agotado, esperábamos del otro hemisferio un modelo nuevo, distinto, opuesto, pero las locas chicas de Moscú parecen vestidas en un Sepu/Gulag (Sepu es mucho más bonito) y los concienzudos ingenieros de algo llevan corbatas mustías de cobradores de las pompas fúnebres en los años cincuenta españoles.
La serie por la que se ha cambiado este filme soviético pudiera ser un camino para rusos y españoles: la historia nacional, el paisaje nacional, los problemas nacionales, el tempo y el tiempo nacionales. Pero Curro Jiménez era un western pasado por la imaginación centrista de Adolfo Suárez, y, en cuanto a los rusos, parece que han acertado filmando cuentos de Chejov y así. El que ahora incurran en el mimetismo de la comedia de Hollywood y nos ofrezcan un vacilante modelo social que está entre Moratalaz y los murales soviéticos de las fábricas es un síntoma acongojante de que no hay alternativa, de que Moscú, aparte no creer en las lágrimas, no cree en lo que está haciendo y no cree en la autocensura, porque alguien tenía que haberles dicho que este filme es antirrevolucionario, anticomunista, didáctico, mimético, incierto y revelador, como un psicodrama, de que la sociedad rusa tiene mala conciencia anticapitalista y mala conciencia capitalista.
¿Por qué no ha conseguido la URSS, en tantos años de potencia mundial, un modelo de sociedad socialista, cuando lo tenía todo en la tradición revolucionaria y en la tradición sin más? Porque la burocracia y el armamentismo han prevalecido allí sobre la imaginación, y el misticismo del futuro, sobre el hedonismo del presente. El monstruo oblicuo de Oriente y el monstruo pelirrojo de Occidente se observan de reojo. En este filme, la secuencia pareja desparejada/ hijo víctima I parque público, remite a Krámer contra Krámer. Lo que en Hollywood es empanada mental nuclearizada de charcutería psicoanalítica, en Moscú es folletín socialista. La madre/victima americana se remite a Freud, y la madre/víctima soviética se remite a Lenin: una se redime por el autopsicoanálisis, y la otra, por el trabajo.
USA se psicoanaliza histéricamente y se entrega al padre: Reagan. La URSS produce y produce histéricamente y descansa también en el padre: el Estado. Los mons truos tienen una crisis de identidad y por eso ambos quieren la guerra. De momento, los papeles pintados son menos horteras en Occidente.
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