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La Mostra de Cine de Venecia, marcada por la desorganización y la crisis

Buena acogida a las películas de Marco Ferreri y Sidney Lumet

Mañana se clausura, con la proyección de la película de Zanussi sobre el papa Juan Pablo II, la Mostra de Cine de Venecia. Se ha desarrollado entre una cierta desorganización y las luchas internas por la sucesión en la dirección a Carlo Lizzani. También ha estado marcada por el día de huelga para debatir e intentar resolver la grave crisis que atraviesa la industria italiana. Los cambios de una sección a otra de las películas presentadas hace difícil predecir quien podrá ganar los Leones de Oro. Las obras que han despertado mayor interés son las de Marco Ferrari, Ulu Groshard y Sidney Lumet.

El mercado cinematográfico italiano era uno de los más importantes de Europa. Cuando en 1975 comienzan a funcionar las televisiones privadas, tiene 513 millones de espectadores. En 1980 hay más de quinientas emisoras de televisión, con una programación diaria de más de 2.000 espacios, y el mercado cinematográfico ha descendido a 241 millones. Las cifras obtenidas durante los primeros seis meses del presente año indican que continúa disminuyendo. Esta alarmante situación ha hecho que el pasado lunes se paralizaran las actividades de la Mostra hasta las seis de la tarde para celebrar reuniones entre profesionales, miembros del Gobierno y público. Y da una clara idea de la crisis del cine italiano, en particular, y del mundial, en general. Mientras tanto, las películas se suceden en las pantallas de los cines del Lido. Vistas con esta óptica parecen los últimos aleteos de una forma de expresión que lucha inútilmente por su supervivencia. Aunque lo que se plantea no es un enfrentamiento con la televisión, sino la búsqueda de una forma de convivencia que permita la colaboración de ambos medios. En la actualidad los espectadores ven más películas que nunca, pero las ven en el aparato de televisión de su casa en lugar de en los locales de exhibición.

Bodas de sangre, de Carlos Saura, consigue una interesante revalorización del más desprestigiado cine folklórico de los años de la dictadura, gracias a partir de un texto de García Lorca y contar con la colaboración de Antonio Gades. También hay que destacar La caída de las estrellas, del soviético Igor Talankin. Con un ritmo extremadamente lento relata una romántica historia de amor entre un soldado herido y una enfermera, con el Romeo y Julieta, de Chaikovski, como fondo. Los países socialistas son los únicos que siguen haciendo películas sobre la segunda guerra mundial, y los soviéticos los únicos que pueden contar una historia entre dos jóvenes que se besan por primera vez sin caer en el ridículo.

La escuela brasileña

No llevan smoking, de Leon Hirszman, uno de los nombres claves del viejo movimiento brasileño Cinema Novo, narra con habilidad y en clave en exceso realista los efectos de una huelga sobre una familia que vive en São Paulo en 1981. Mucha más expectación ha tenido Silvestre, de João Cesar Monteiro, por el tono lento y los decorados teatrales que utiliza en una historia que se desarrolla en el siglo XV con múltiples influencias españolas. Que el procedimiento narrativo sea similar al que emplea Eric Rohmer en su fallido Perceval, le gallois (1978) resta interés al intento. Por último, la coproducción Caza la bruja, de Anja Brein, que como su nombre indica, trata de la vida de una bruja y cuyo único interés son la belleza de sus paisajes y de Lil Terselius, su protagonista.

El resto de la producción norteamericana exhibida busca la comercialidad por los caminos habituales. A la manera de Cutter es un interesante policiaco de Ivan Passer, el ex colaborador de Milos Forman, que también emigró a Estados Unidos después de la invasión soviética de Checoslovaquia, que hasta ahora había tenido secuestrado United Artists por no estar de acuerdo con su ataque frontal a los poderosos. La divertida comedia de Blake Edwards S. O. B., famosa por el tenue desnudo de la asexuada Julie Andrews que contiene, es una crítica al mundo de Hollywood que funciona mucho mejor en la primera parte.

Y, por último, El príncipe de la ciudad, una minuciosa agotadora encuesta de tres horas de duración sobre la corrupción de la policía norteamericana, hecha con actores desconocidos y sin concesiones a pesar de su final esperanzador. Es la mejor obra del irregular Sidney Lumet, pero, en cualquier caso, sus 183 minutos son demasiados para una historia que se podía contar en menos.

Los buscadores del arca perdida de Steven Spielberg, para quien no existe la crisis, dado que ha batido todos los récords al recaudar en tres meses treinta millones de dóIares sólo en Estados Unidos. Es una de las tradicionales películas de aventuras que produce George Lucas, donde el héroe debe correr peligros para realizar su misión, salvar a la heroína y vener a los malos, que esta vez son los nazis del año 1936.

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