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25.000 personas han visitado este verano las exposiciones de la Fundación Santillana

Tras la clausura, cinco de ellas pasarán a Madrid y Barcelona

Cinco de las nueve exposiciones presentadas durante los meses de julio y agosto por la Fundación Santillana, en Santillana del Mar, serán trasladadas próximamente a Madrid y Barcelona; a la sede de la Biblioteca Nacional, las monográficas sobre los centenarios de Juan Ramón Jiménez y Eugenio d'Ors; al Museo de Arte Contemporáneo, las de la Escuela de Altamira, y a la Fundación Miró de la Ciudad Condal, las numerosísimas piezas recogidas de Angel Ferrant y Llorens Artigas. El número de visitantes que pasó por la Torre de Don Borja, sede de la Fundación Santillana, triplicó los cálculos previstos, superando las 25.000 personas en los dos meses.

Clausuradas las nueve exposiciones con las que inició su andadura la Fundación Santillana, el balance, en opinión de sus promotores, no puede ser más positivo. Las exposiciones, en unos 3.000 metros cuadrados, distribuidos en salas de muy distinta estructura, incluían 235 cuadros, sesenta esculturas, 28 cerámicas, un tapiz, 425 libros y 185 documentos. Entre los pintores estaban representados Picasso, Miró, Baumeister, Pancho Cossío, Tàpies, Nonell, Vázquez Díaz, Benjamín Palencia, Sorolla, Rusiñol, Casas y Solana, además de la amplia nómina de miembros de la Escuela de Altamira. La riqueza de las salas dedicadas al marqués de Santillana y Juan Ramón Jiménez es incalculable, al igual que la de María Blanchard, en cuyo centenario recibió un nuevo homenaje en la Torre de Don Borja.

1981 es el año de recuperación de la Escuela de Altamira, el movimiento artístico de finales de los años cuarenta con el que quiere entroncar la Fundación Santillana. Exhaustiva en cuanto a miembros de la escuela, esta exposición que se presentará también en Madrid, incluía cuadros de Dau al Set.

Una de las mayores novedades de la exposición son los tres cuadros de Willi Baumeister. Se consiguieron muy difícilmente y llegaron a Santillana del Mar, después de alguna gestión diplomática, el día antes de inaugurarse la muestra. Críticos como Azcárate, Bonet Correa o Corredor Matheos han afirmado que la contemplación de esos cuadros justificaba un viaje a la villa del marqués. Nunca habían visto, dijeron, ninguna obra tan importante de este artista, que vio destruida gran partede su producción por los nazis, debido al doble pecado de Baumeister, que era judío y pintor abstracto.

En relación con el fundador de la Escuela de Altamira, el alemán Mathias Goeritz, aparte de los cuadros que de él se exponen, figuran documentos de gran interés, como el boceto (o serie sucesiva de bocetos) para el cartel anunciador de la reconstrucción de Santander, tras el incendio de 1941, boceto que no llegó a realizarse. Si se imprimió, en cambio, el cartel suyo para anuncio de las Cuevas de Altamira, ejemplar hoy inencontrable puesto que no llegó a distribuirse porque los eruditos locales, celosos guardadores de la ortodoxia artística de las pinturas de Altamira, se negaron a aceptar el anacronismo introducido por Goeritz en su cartel, al hacer figurar en él una leve alusión al hombre prehistórico.

Artigas, Miró y Ferrant

Tres grandes artistas de aquella escuela, pionera del abstracto en España, tuvieron en la sede de la Fundación Santillana sus salas monográficas. La dedicada a Llorens Artigas era un conjunto impresionante de piezas, instaladas muy originalmente, que reunía veintiseis jarros de muy diversas procedencias. Junto a ese material, la sala ofrecía curiosos testimonios gráficos de la estancia de Joan Miró en la cueva de Altamira, acompañado por Artigas, Ricardo Gullón y Pablo Beltrán. Miró estaba, a la sazón, trabajando en el gran mural de la Unesco de París, y dijo: «Necesito conocer el mural de Altamira». De la sala Joan Miró hay que destacar el número de obras reunidas y su variedad, sólo superadas por la propia Fundación Miró, de Barcelona, que cedió cuatro esculturas y tres grandes cuadros. De colecciones particulares, nunca expuestas hasta ahora, merecen destacarse tres dibujos de Gustavo Gili, los dos dibujos originales enviados por Miró a Ricardo Gullón para ser reproducidos en las publicaciones de la Escuela de Altamira, y hasta diez obras de la colección de Santos Torroella.

Pero, según los expertos, la más extraordinaria novedad de la exposición sobre la Escuela de Altamira es la sala dedicada a Angel Ferrant. El número y la calidad de la obra, reunida en mayor cantidad que nunca, permiten descubrir en este escultor a una de las figuras universales de nuestro arte, «con una capacidad imaginativa creadora que no la ha tenido en España ningún otro artista», según Beltrán de Heredia, citando palabras del escultor Pablo Serrano.

El 60% de las obras de Angel Ferrant presentadas en Santillana no había sido expuesto nunca, afirmando el crítico Eduardo Westerdahl que cuando hace años una editorial le encargó una extensa monografía sobre Ferrant tuvo que desistir por no (conocer suficiente obra del escultor, pudiendo hacerlo ahora a la vista de la exposición de la Torre de don Borja. De este escultor, que creó los móviles antes que Calder y con mucha más gracia y sentido irónico, así como los grandes espacios interiores para configurar y definir el volumen de la escultura antes que Henry Moore, se presentan, además, documentos y materiales vivos desconocidos, desde pruebas de imprenta para la ilustración de un libro de bibliófilo de José Hierro a un boceto para el cartel del Festival Internacional de Santander que, por no realizarse entonces, podría ser válido para una edición actual.

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