Buero
Buero Vallejo ha escrito este verano una función que se llama Caimán y que ya está montando Manolo Collado. No sé nada de la obra, porque no he visto al dramaturgo ni he ido a los ensayos, pero por los mentideros madrileños y escalinatas de San Felipe (no existen hace siglos) se habla, naturalmente, de la nueva obra, que puede dar la tónica cultural a la rentrée.En la función, por lo que llevo recaudado en rumores, pasan muchas cosas, y una de ellas, de las más significativas, es que un matrimonio obrero (la cosa ocurre en un suburbio madrileño) ha perdido una hija, que se cayó de niña en un pozo. La actitud de la madre es de eterno retorno al pozo, de fe irracional en que la niña está viva (no ha aparecido el cadáver) y, posiblemente, de arrojarse ella misma al túnel vertical de la muerte. La actitud del padre es realista, resignada en cuanto a la tragedia familiar, que sublima en dedicación social a sus compañeros de barriada, como así se lo aconsejará a la esposa. Una moral muy de Buero y muy de actualidad otra vez: la nostalgia de la derecha y la desesperanza de la izquierda (Franco o la revolución se cayeron a un pozo, según unos u otros) son cosas que hay que superar mediante la acción, la comunicación, el trabajo colectivo, haciéndose soluble con la tragedia subjetiva en la problemática objetiva. Pero no voy a hacer, naturalmente, la glosa de una obra que no conozco, anticipándome a Haro-Tecglen, porque quedaría mal con todos (hasta con la niña del pozo) y porque a Buero, que se defiende de los elogios con la suspicacia, como si fueran insidias, tampoco le iba a gustar. O sea que no sé si la función es buena o mala.
Pero sí diré que me ha gustado, en principio, la metáfora del pozo (las metáforas de Buero suelen ser más políticas que metafóricas, pero metáforas en Fin), y que es una cosa que vale para todo y para todos: Franco no va a salir del pozo, señores ultras, por más que ustedes recojan firmas. Y tampoco parece razonable que se tiren ustedes al pozo de la nostalgia ciega, que tiene en el fondo un agua cenagosa con sapitos. Es mejor que se queden aquí para ayudar un poco. Asimismo, la revolución, la II República, don Manuel Azaña, Araquistain, tampoco van a salir del pozo, señores rojos, entre otras razones, por la muy tonta de que no están en un pozo, sino en unos libros, en la memoria nacional, en la Historia de España, en la herencia que nos dejaron. Hay etarras de antaño que son rockeros hogaño. Tampoco es eso, tíos. El desencanto, que no era más que el título de una película de Chávarri, y que tan elocuentes ha vuelto a los analistas políticos de Prensa durante unos años, es el pozo al que se nos ha caído a todos la niña de la democracia, porque unos querían una democracia más franquista y otros una democracia más democrática. En todo este mogollón, a mí me parece que tiene razón El Sócrates (así se apoda el padre desgraciado y obrero solidario), aunque en algún momento diga «escánciame una cerveza», cosa que ya no es de Arniches, ni de Buero, ni de Ramoncín, ni de Umbral. Tiene razón El Sócrates en que es mejor olvidarse del pozo («olvida los tambores», nos aconsejaba oportuna mente Ana Diosdado, hace unos años), porque el pozo es la guerra civil, curiosamente reproducida, aposterior a la gran aventura democrática.
Premática que Buero. como autor de ida y vuelta, seguramente da a todos, no limitándose a aleccionar a un bando desde el otro (y esto, perdón, no es más que la glosa de un rumor o el rumor de una glosa). He usado mucho la frase de Simenon: «Toda familia esconde un cadáver en el armario». A todos se nos ha caído una niña al pozo. Pero no por eso vamos a suicidarnos colectivamente, como las ballenas. (Además, y afortunadamente, lo de las ballenas también es mentira.)
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