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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El regreso de Pinto Balsemao

PINTO BALSEMAO vuelve a formar Gobierno en Portugal, diez días después de haber dimitido porque no encontraba suficiente confianza en su partido y por la política de desgaste, resistencia pasiva y presión del partido aliado en la coalición gubernamental, la Democracia Cristiana de Freitas do Amaral. En la breve crisis se ha comprendido que Pinto Balsemao seguía siendo la figura clave del eje centro-derecha desde la muerte de Sa Carneiro y a pesar de que no sigue estrictamente la política que aquél intentó: desmontar al presidente Eanes, colocar un presidente adicto en su lugar -Soares Carneiro- y reformar la Constitución y las leyes electorales, de forma que se hubiese cerrado un círculo de poder absoluto dentro de las premisas formales de la democracia.Pinto Balsemáo vuelve, por tanto, reforzado por su condición de hombre imprescindible, hasta el punto de que, desde la oposición posible como alternativa -la de Mario Soares y el Partido Socialista-, se denuncia su dimisión y su regreso como una simple maniobra, y se le acusa de haber puesto en juego los intereses del Gobierno y del país para conseguir estos mejores cimientos personales, aunque caiga Soares en la contradicción de decir que para su vuelta ha tenido que hacer concesiones importantes a la Democracia Cristiana: es decir, que la coalición va a seguir ahora una política más a la derecha, que es precisamente lo que se exigía de Pinto Balsernáo antes de su dimisión. La realidad objetiva es que el regresado presidente supone, por el momento, la única garantía de que el poder presidencial de Ramalho Eanes no será invadido y que el más sincero juego constitucional, en el sentido del respeto a lo votado en las dos últimas elecciones consecutivas -para la Asamblea y para la Presidencia- va a continuar.

No hay que descartar tampoco, en la rápida solución de la crisis, la presión personal de Eanes en el sentido de que podría ser disuelta la Asamblea y convocadas elecciones generales. A la coalición gubernamental le preocupaba seriamente que el resultado no fuera esta vez el mismo de las elecciones de octubre de 1980: parece que un cierto número de portugueses -como sucede en otros países- tiene el reflejo de votar más a hombres que a partidos, y la desaparición de Sa Carneiro podría disminuir las oportunidades de la socialdemocracia. Era indudablemente la solución que esperaba Mario Soares: una crisis larga y difícil, un desgaste considerable del centro-derecha y unas elecciones generales que, en esas condiciones, podrían haberle favorecido. Tiene que esperar ahora, por lo menos, a las municipales de 1982 -si no se produce antes una disolución- para tomar el verdadero pulso de su situación electoral, y ello dependerá de la habilidad con que Pinto Balsernáo, pueda mantener su coalición, su política, y de la capacidad de restaurar una economía gravísimamente dañada, con sus Inevitables repercusiones sociales.

No es un camino fácil el que tiene el nuevo Gobierno. La solución ha sido coyuntural, las aspiraciones de Freitas do Amaral son infinitas, las angustias internas de la socialdemocracia no han tenido fin, ni las diferencias entre los dos partidos de la coalición -la salida de ahora es meramente coyuntural y apurada- han terminado. Tampoco está el mundo ni la estructura interna portuguesa -sacudida por el largo fascismo, por las secuelas del esfuerzo colonial y por las dificultades del esfuerzo poscolonial, y con el fondo siempre presente de las esperanzas, ilusiones y posibilidades que pareció despertar la revolución de los claveles- como para realizar cambios espectaculares.

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