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Tribuna
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La necesaria revisión del PEN

A los dos años de su aprobación parlamentaria, el Plan Energético Nacional (PEN) ha entrado en un profundo proceso de reforma que, todavía sin concluir, tiene por objetivo adaptar la todavía débil y defectuosa estructura energética española a los nuevos condicionantes y planteamientos que presenta el mundo de la energía tras el segundo choque del petróleo de 1979.Aunque todavía no existen datos fiables sobre las premisas en las que se basan los nuevos cálculos que realizan los responsables energéticos del Ministerio de Industria, más o menos se sabe que la intención gubernamental es presentar las líneas maestras de la llamada revisión del PEN en el curso de la rentrée posterior a las vacaciones, una vez que el Parlamento haya tenido acceso al "balance oficial" de los dos años de funcionamiento del PEN.

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Quizá hay que dejar bien claro, antes de entrar en el análisis de dicho balance -cuya exposición fue adelantada por este periódico hace un mes-, que el Plan Energético Nacional, en la versión aprobada por el Parlamento, no fue más que una reacción tardía y totalmente insuficiente para adaptar nuestra estructura energética a lo que comúnmente se entiende como el primer choque petrolero: el de la crisis de 1973.

En este sentido, el PEN, aunque modificado sobre la marcha durante su largo período de gestación (casi tres años antes de su aprobación parlamentaria), contiene importantes lagunas, adolece de una interpretación acertada de lo que era la denominada crisis energética y, desde luego, no preveía, porque sus autores no eran adivinos, los acontecimientos que se han registrado en la zona del golfo Pérsico en los dos últimos años y que evidentemente han convertido en simplista cualquier escenario anteriormente imaginado, incluido el más pesimista.

Otro de los grandes inconvenientes del PEN ha sido la ausencia en este país, hasta hace muy poco, de una política energética coherente. En España, hay que reconocerlo, se ha comenzado a hacer política energética recientemente y, como ha sucedido en otras áreas, quizá hay que achacárselo al hecho de que siempre se ha vivido bajo la impresión de que todos los problemas son pasajeros y, en cualquier caso, nunca son eternos. El cambio de óptica, en este sentido, ha sido más consecuencia de una necesidad económica perentoria que del convecimiento de lo mal que estaban las cosas.

El "puenteo" de la crisis

La tesis de algunos expertos de que la economía española podía puentear la crisis de 1973 ha probado ser uno de los errores más notables -y de los más caros -dada la continua pérdida de renta que experimenta la economía española- de los que se han cometido en este país en el último decenio, y, para darse cuenta de ello, sólo hay que mirar a los resultados. Desde que hace ocho años la guerra del Yom Kippur pusiera en marcha todo un dispositivo de relojería en la economía mundial, los españoles hemos hecho muy poco para adaptarnos a los nuevos condicionamientos, como lo demuestra cualquier análisis comparativo de la estructura energética de entoces y la de ahora.

Es cierto que estos últimos ocho años han sido traumáticos, en todos los órdenes, en este país, pero muy pocos expertos pueden justificar los sensibles retrasos en los que se ha caído en temas que no requerían especial imaginación, como parece que ha sucedido en el frente político.

La tardía creación del Instituto Nacional de Hidrocarburos (INH) es un ejemplo de esa ausencia de interés por adaptar la ventajosa situación anterior a la realidad de una casi inminente integración en la CEE. La misma necesidad de competir en el exterior, la configuració.i del comercio Estado-Estado en el mundo del abastecimiento del petróleo y la misma racionalización interna del mercado, donde competían absurdamente empresas del mismo propietario (el Estado), son razones suficientes que justificaban ese paso y que, sin embargo, se ha retrasado por conspicuos intereses personales de algunos directivos de las empresas que hoy forman el grupo.

Basta recordar, en este sentido, la absurda campaña de resistencia montada por el anterior equipo del Instituto Nacional de Industria (INI) contra la creación del INH, amparándose en falsos argumentos de, solidez y saneamiento financiero del grupo industrial. La reciente firma del crédito internacional al INI y la próxima, el martes, del crédito a Enagas, en las mismas ventajosas condiciones iniciales, echan por tierra aquellos irrisorios planteamientos de algunos que lo único que parecían defender era su propia poltrona.

Timidez inicial

Con todo, el INH parece haber comenzado a andar con una cierta timidez, consecuencia quizá del reparto amplio que existe todavía en las responsabilidades energéticas en este país. La compra de crudos, por ejemplo, es un caso claro de esta indecisión, al confluir, bajo la batuta de Hispanoil, una de las empresas del grupo, responsabilidades políticas y las meramente económicas. En el reciente conflicto de las compañías internacionales con México, el Gobierno español jugó una carta que, aparentemente irreprochable desde el punto de vista político (estaba pendiente el viaje de Calvo Sotelo y se pretende convertir dicho país en un nuevo dorado para los intereses españoles), era una clara estupidez económica. Pagar por el crudo mexicano tres y cuatro dólares más por barril de lo que cuesta en el mercado es tan absurdo como librar con Argelia una batalla semisecreta por los precios del gas (donde la oferta es mucho más restringida, al existir menos productores) cuando se cede abiertamente con Libia en el precio del crudo.

Con todo, el cumplimiento del PEN ha servido, en este tema de los sumnistros, para dar algún paso adelante. Nuestros proveedores de crudo son hoy más variopintos que hace unos tres años, y el precio medio del barril importado, en una comparación libre con países en nuestra misma situación, es bastante aceptable. Aquí, afortunadamente, no ha habido necesidad de recurrir a restricciones en los días malos del conflicto irano-iraquí ni en los inesperados de la revolución que derrocó al sha.

Asimismo, y según datos que el Gobierno incluye en el documento anteriormente mencionado sobre análisis de situación del sector energético, el consumo de energía primaria ha descendido el 1,1 % entre 1979 y 1980 (mientras ha aumentado el crecimiento del PIB en 1,7%), la energía se está utilizando hoy más eficazmente (ha aumentado la cantidad del PIB generada por unidad energértica) y la participación del carbón y del gas natural en nuestra estructura energética ha aumentado considerablemente. El primero ha pasado, de representar el 15,3% ' al 18,3%, y el segundo, todavía muy insuficientemente aprovechado, del 1,9% al 2,4%.

En el campo de la planificación, los dos últimos años han constituido una importante carrera de realizaciones. Se ha presentado un plan de construcción de centrales de carbón, un plan de reconversíón de las refinerías, un programa de aprovechamiento de pequeñas centrales hidroélectricas y un plan de sustitución del fuel por carbón en el sector cementero. Asimismo se prepara un plan de investigación energética.

No obstante, se sigue actuando con excesiva precaución en otros asuntos, como el nuclear, donde el retraso que se lleva en el cumplimiento del plan nuclear puede pagarse caro algún día, si es que no se está pagando ya. Entre el hacha socialista y el temor electoral, el Gobierno no ha sabido encontrar una vía que armonice la lógica preocupación por la seguridad en las centrales y las necesidades perentorias de buscar en el átomo un sustituto a las energías no renovables.

Algo muy parecido está sucediendo en la batalla del gas, donde los intereses particulares parecen estar primando sobre los generales. Este país tiene una participación del gas, en la estructura del consumo energético, claramente desproporcionada con respecto a Europa; y lo malo es que, con aparentes expectativas en el frente de los recursos nacionales, no se toman decisiones para, de una vez por todas, eliminar la incógnita que esta fuente puede suponer en la solución de los problemas energétícos del país.

El carbón y los nuevos FCC pueden convertirse, a plazo fijo, en cuchillos de doble.filo y, a la luz de cómo evoluciona el mercado del petróleo, el control sobre el desarrollo de ambos planes debería estrecharse. Algunas voces se han escuchado ya en este sentido y, sin negar la importante aportación que sin duda tendrán en la racionalización del sector, el creciente monto de las inversiones a realizar en ambos capítulos aconseja un debate a fondo del asunto.

Puede que aquí suceda lo que ya ha sucedido en otros asuntos y lo que muy bien puede pasar en el tema nuclear. Poco, malo, caro y tarde. Y nuevas inversiones, desproporcionadas a veces, para coger el último coche del tren cuando el siguiente expreso está esperando para entrar en la estación.

En otras palabras: a los ocho años de la primera crisis, cinco del cambio de régimen y dos de la segunda crisis, este país lucha por ponerse a la altura de donde comenzaron otros. Por eso es importante que ese algo que se está haciendo, que no es poco, se haga bien.

Alberto Valverde es subjefe de la sección de Economía de EL PAIS e informa regularmente sobre temas energéticos.

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