_
_
_
_
Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La Magdalena

Península de la enseñanza y la libertad, La Magdalena (Universidad santanderina de Menéndez Pelayo), es, ya, vista desde Madrid, el último instituto, perdido casi en el mar, de la Institución Libre de Enseñanza.El espíritu institucionista pasa a la generación del 27, ahilado en estética, y del 27, a través de Pedro Salinas, a la Universidad Internacional de Verano Menéndez y Pelayo. El túnel de los 40/40 lo salva allí luminosamente, entre otros Y sobre todos, el magisterio liberal y literario de Francisco Ynduráin, con Emilio Lorenzo, Alonso Zamora Vicente, José Hierro, Emilio Alarcos, y otras esclarecidas gentes. Así hasta hoy, días de Raúl Morodo y Francisco Bobillo, en que lo institucionista coincide con lo ilustrado/ progresista de Tierno Galván (a través de Morodo) en unos cursos múltiples y ricos que van del surrealismo a la producción lechera de Santander y de Fernando Savater (una idea de la democracia, a la que él le quita importancia, cuando me la cuenta, a su manera estentórea) a Rafael Santos Torroella, que me dibuja un perfil en un almuerzo y me cuenta los amores de Ana María Dalí por su hermano, aunque ahora diga en Interviú que el pintor es un payaso. Luis Racionero, filósofo del underground, habla de los locos del Ampurdán y me cuenta una novela histórica del año 1000, que ha escrito, y Gómez de Liaño busca y encuentra por la montaña ángeles parnasianos integrados en el paisaje. Francisco Calvo Serraller, Angel González, Antonio Gala. Con Domingo Ynduráin hemos estado recordando nuestros primeros veranos de La Magdalena, en los sesenta, cuando los rusos invadían Checoslovaquia y nos quedábamos sin argumentos frente a las estudiantes yanquis Y su indignación rubia.

La Magdalena, palacio y Universidad, curso y tertulia, es hoy, en la postal de la memoria inmediata, metáfora, emblema (tan apurado su perfil contra los mares plata de José Hierro y Amós de Escalante) de una España otra, del institucionismo, del regeneracionismo (purgado de prefascismo), del liberalismo que le lleva a decir a Machado que «las masas son una revelación de las ametralladoras».

O sea, que el hombre soluble en la gente es una triste consecuencia, de las guerras y los totalitarismos. Lo que España quiere hacer en grande, en la península de La Magdalena se hace en pequeño todos los años, de modo que el edificio convencional y su bosque municipal emergen como una Atlántida de los idiomas, las ideas, las tertulias y los encuentros. De Unamuno a Savater, el pensamiento español ha veraneado aquí medio siglo, de uno u otro modo, y esta península un poco más grande que La Magdalena, o sea España, quiere hoy entenderse con Mitterrand en el francés de Soledad Gómez Acebo y entenderse con Europa en el castellano tan niadrileño/parisino de Juana Mordó, primera colegiala del gran colegio del mar. Cebrián, Javier Pradera, gentes que hoy hacen opinión, han opinado aquí, allí, durante este verano, y la noche ha levantado una verbena surrealista a la orilla del mar, con patinadores rusos y cierta Ofelia gorda y perdida. La francesa Virginia Noel me está traduciendo al francés Balada de gamberros.

Lo que hoy queremos hacer de España, en España, lo que tanto asusta, incomoda, inquieta a apóstoles y retenes es sólo eso, una cosa como La Magdalena, un poco de convivencia, comunicación, cultura, un echarle el ojo a la tarea del vecino por encima de la propia tarea. ¿Es que ante la cultura, aunque sea de verano, van a sacar siempre la pistola?

Las feministas, los surrealistas, los abogados, los lecheros. Mercedes Milá y Marisa Torrente graban un coloquio para su radio. Rojas Marcos va y viene desde cierta aldea cantábrica (y nativa, ay). Una sobrina de García Lorca me comenta lo que he dicho de Federico: el Romancero como poesía social. Todos heterodoxos a la sombra de don Marcelino.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_