Recuerdo y actualidad del riesgo nuclear
LOS ANIVERSARIOS con fecha de cifra quebrada no suelen cuajar; sin embargo, el 36º de la explosión atómica de Hiroshima, seguida de la de Nagasaki, ha tenido el 6 de agosto recuerdos muy especiales no sólo en Japón, país víctima no sólo de entonces, sino de cada día, puesto que las secuelas de entonces no cesan, y en París, donde ha llegado la marcha de la paz -o del desastre, por otro nombre- que recorre el mundo, sino en todas partes. No es una rememoración innecesaria. El hecho de su nueva actividad procede principalmente de la extensión de las corrientes pacifistas, sobre todo en Europa. No hay que excluir que esté también alimentada por la gran corriente de opinión contra las centrales nucleares. Una mezcla impura, aunque esté unida por la misma palabra y por el mismo material -o antimaterial.No ha faltado en este mismo aniversario la, por lo menos, arriesgada opinión del científico mexicano Salazar Bañol, para quien continentes enteros, como la Atlántida y Lemur -altamente improbables desde un punto de vista de rigor histórico, aunque muy conjeturables-, desaparecieron por el exceso de su desarrollo nuclear; opinión, en cambio, muy bien nutrida por un inquietante dato actual: las grietas de 90.000 kilómetros que se prolongan por el Pacífico, el Atlántico y los mares de Asia se han ampliado notablemente con las explosiones experimentales de las grandes naciones. Explosiones, en este caso, de bombas: de algunas de las, por lo menos, 50.000 que se almacenan en los grandes silos.
El aniversario, aun quebrado, puede reavivar una gran discusión histórica acerca de las bombas sobre Japón. La tesis oficial de Estados Unidos es la de que las bombas se lanzaron para acortar la guerra y evitar pérdidas superiores en vidas humanas; la contraria" que Truman -dando su nombre al estamento militar y científico que tomó la decisión- lanzó las bombas antes de que la guerra se acabase -Japón había iniciado ya las negociaciones de paz- por tres motivos básicos: 1, probar las bombas en vivo, para lo que se presentaba una úItima oportunidad; 2, acelerar la rendición incondicional de Japón antes de que la URSS participase en ese teatro de la guerra y obtuviese un botín (la URSS atacó a Japón el 8 de agosto, dos días después de Hiroshima, uno antes de Nagasaki), y 3, mostrar ya a la Unión Soviética, con vistas a la guerra fría, la posesión de lo que se consideraba el arma absoluta (la guerra fría comenzó el 16 de julio de 1945, cuando Truman, en la Conferencia de Potsdam, varió radicalmente frente a Stalin la actitud sostenida por su predecesor, Roosevelt; en ese mismo día se ha probado con éxito la primera bomba atómica americana, y Truman fue informado en plena conferencia por un telegrama en clave: «Baby well borned», el niño ha nacido bien). Hay probablemente una variación en los matices de juicio moral según se acepte una u otra versión sobre el ' hecho; pero en ningún caso serán más que matices ante él caso fundamental de que las dos primeras bombas atómicas fueran lanzadas sobre poblaciones civiles, alejadas del escenario de la guerra, y elegidas exclusivamente por razones de conveniencia meteorológica.
Este dato no ha dejado nunca de impresionar a los civiles de todo el mundo, así como la seguridad de que el arsenal actual puede destruir varias veces -una metáfora lingüística suficientemente expresiva, a pesar de su incongruencia- la vida sobre la tierra, El pacifismo -en el sentido de reacción activa- contra una situación internacional en la que no sólo no se alcanza la neutralización o reducción de los armamentos atómicos, sino que se incrementan y se aumentan sus posiciones en Europa, y en la que la suspensión o adormecimiento de negociaciones para una coexistencia se agudiza, ha utilizado este funesto aniversario, con lo cual la efeméride se convierte, y de ahí su fuerza en estos momentos, en un tema de absoluta actualidad. No hay que excluir que haya una propaganda y una ayuda soviética a este pacifismo, que coincide con su campaña mundial contra la instalación de los euromisiles, la coincidencia objetiva no tiene por qué anular los fundamentos de los argumentos contra el arsenal y el riesgo de guerra nuclear, y no debe, en ningún caso, conducir a la descabellada tesis de la URSS inocente y cercada: su arsenal nuclear y el desarrollo de sus vectores de toda índole la colocan en el mismo grado de peligrosidad. El pacifismo que acomete contra la guerra nuclear, en el recuerdo y en la actualidad, y que exige la limitación y hasta la anulación de riesgos, no tiene ningún valor si discrimina a buenos y malos, ni siquiera si se limita a los dos grandes países de los aterradores arsenales, sino también a los que tienen y trabajan bombas menores y a los que pretenden desarrollarlas.
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