Los delirios de Beguin
"Los árabes tienen que saber que nos hemos fijado un centenar de objetivos vitales, cuya destrucción cambiará el mapa de esta región", declaraba al periódico israelí Haaretz (29 de junio de 1981) el profesor Shlomo Aharonson, íntimo amigo del general Dayan.A la hora de analizar la situación de Oriente Medio y, más concretamente, el conflicto árabe-israelí, no hay que dejarse llevar por las tortuosidades de la vida política interna de cualquier país, y menos aún de un Estado, como el judío, cuyos postulados y planes estratégico-políticos sobre el mundo árabe y la cuestión palestina no reposan en absoluto sobre unos partidos o tendencias personales de sus líderes.
Toda la política israelí en la zona depende, en última instancia, de la estrategia fijada por el sionismo militarista en el congreso de Basilea de 1897. Este es el marco elemental del que ningún líder o Administración judía ha podido salir.
Esta ideología del sionismo militarista queda resumida por el general americano Patrick J. Hurley, representante del presidente Roosevelt en Oriente Próximo, quien, el 3 de mayo de 1943, escribía: "La organización sionista en Palestina acaba de indicar las perspectivas de su programa futuro: creación de un Estado judío soberano en Palestina y, eventualmente, en Transjordania; transferencia eventual a Irak de la población árabe de Palestina; dominio judío sobre el conjunto de Oriente Próximo para controlarlo y asegurar su desarrollo económico".
El texto es tan claro que no hace sino confirmar los objetivos y métodos utilizados por cualquiera de las sucesivas Administraciones israelíes. ¿Qué han hecho, si no hasta ahora los Rabin, Peres, Meir, Dayan o Beguin? Desde junio de 1967, ¿cuántas colonias no han sido creadas? En la primavera de 1973, los laboristas israelíes se presentaban al mundo como los demócratas respetuosos de la Carta Universal de los Derechos del Hombre. Y, sin embargo, fueron los laboristas quienes más represión ejercieron contra los palestinos, quienes más palestinos encarcelaron, quienes más colonias instalaron.
Todos quieren crear el Gran Israel
En este sentido, poco importa que no haya vencido Peres y que siga Beguin, o que se haya eclipsado totalmente Dayan y que Sharon brille.... porque entre ellos no hay diferencias en cuanto a la filosofía de la paz o de la guerra en Oriente Próximo. Todos ellos creen en la necesidad de crear el Gran Israel. El ejemplo elocuente es que, tras los acuerdos de Camp David, la apertura de fronteras egipcio-israelíes, el intercambio de embajadores y el cese de hostilidades, el mapa distribuido oficialmente por el Gobierno judío en 1980 está incluido en el libro titulado Esto es Israel, junto a la cita del libro del Génesis, 15.18: "El Señor hizo un pacto con Ibrahim: he dado a tu descendencia toda esta tierra, desde el río de Egipto (Nilo) al río Grande (Eufrates)".
Esto es lo que, después de tanta trama diplomática reconoce el Gobierno judío. ¿Cómo Estados Unidos, Israel y algunos otros países occidentales pueden pedir que la OLP renuncie a su Carta Nacional?
Muchos analistas, americanos, europeos y, por supuesto, israelíes, se empeñan en hacer desaparecer de sus análisis la componente palestina. Error que reposa en una falsa idea: que el factor palestino, dentro del conflicto más generalizado, que es el árabe-israelí, sólo existe en función de su fuerza de organización, de sus éxitos militares o de la dependencia de los Estados árabes. Hay que comprender que una desarabización de Palestina es también una desarabización de parte del territorio árabe. ¿Hasta dónde llegará la tolerante generosidad árabe? ¿Dónde se detendrán las ambiciones expansionistas de Israel?
Por muy excesiva que pueda parecer la reacción palestina o árabe, no lo es tanto. Lo que hoy ni EE UU ni Occidente quieren ver claramente es el papel constructivo de la OLP. Toda la estrategia occidental está guiada por la creencia en una autonomía del principio de la razón de Estado en el mundo árabe. Esta ha sido una de las formas de la incapacidad del colonialismo europeo para comprender el nacionalismo afro-asiático. Además, a partir de esta visión errónea, norteamericanos, europeos e israelíes todavía creen en la teoría del dominó al revés: una vez Sadat en el saco, le seguirían Jordania, Arabia Saudí, Siria..., creyendo que, entre tanto, la causa palestina caería en el olvido.
Dos cosas deben quedar bien claras: la primera es que, para los árabes, el conflicto que les opone a Israel deriva esencialmente de la no solución del problema palestino. Y es esto lo que conviene tratar correctamente antes de buscar una solución al otro conflicto, que no es sino su consecuencia. La segunda: que a los árabes no se les dejará en paz mientras tengan petróleo en abundancia, y que muchos, en Occidente, desearían que estos pueblos siguieran siempre metidos en el subdesarrollo y en situación de dependencia.
Beguin, sin embargo, sigue mamando las ideas de su maestro Jabotinski, para quien los árabes del Gran Israel deben ser una minoría en la Gran Palestina gobernada por los judíos. En definitiva, se trata de eliminar al pueblo palestino y obligarle a vivir en la diáspora; es una declaración de guerra, no un plan de paz.
Es decir, que los planes de Beguin -o de Peres, porque, en definitiva, da igual- arrancan de una de esas aberraciones de finales del siglo XIX. Hoy, sin embargo, estamos ya a las puertas del siglo XXI.
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