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Tribuna
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Un adiós, unas puntualizaciones

Hace 78 días celebré en estas mismas columnas, como gaditano, la concesión del Toisón de Oro a José María Pemán, y traté,de explicar en unas líneas el conflicto crítico personal en que, como escritor, me encontraba y encuentro respecto a la voluminosa obra -poesía, teatro, narrativa- de quien, desde muy poco antes de la guerra civil hasta hace aproximadamente un decenio, fue erigido por media España en Andalucía más señaladamente y, con carácter especialísimo, en la ciudad y tierras de Cádiz, como uno de los primeros y más significativos autores nacionales.Tal conflicto (afecto y respeto por el hombre, contra problemas de enjuiciamiento respecto a la mayor parte de su obra), compartido por otros colegas de mi generación en adelante y aun de algunas anteriores, va a ser necesariamente algo ahondado y fijado hoy, precisamente en un homenaje a su memoria que sin la presencia de una verdad -individual al menos- carecería de mayor sentido.

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Un gran señor jerezano

Empecé aludiendo a la larga y ancha popularidad de Pemán. Sin duda, y entre una vasta serie de factores, contribuyó a ella la de tentación de la presidencia de la Real Academia Española, que le fue ofrecida por Franco; no se ignora el carácter, de órdenes que solían encubrir por los cuarenta tales ofrecimientos y a ver quién es el guapo, que en los años más dictaduros, más inapelables, y en las circunstancias individuales de Pernán, se hubiera atrevido a rehusar el encargo.

Acrecentaron también mucho la nombradía del personaje su fecundidad (con rachas, por no hablar más que de la escena, de cuatro y hasta de seis obras teatrales en una temporada) y las diestras fluidez, galanura y numerosidad de sus artículos, o de su última serie televisiv.a y periodística del Séneca. Parece claro que, más acá y más allá de virtudes o de puntos flacos, Pemán supo llegar al gusto de un amplísimo público, y estoy convencido de que andan equivocadísimos, u, opinan de mala fe quienes, con un criterio superficial y tosco, adjudicaron a otras causas su prolongado encumbramiento, y creían o creen advertir en su figura y sus escritos un presunto espíritu fascista, tan lejano de Pemán como coincidente con circunstancias y presiones históricas que, durante la posguerra, pudieron configurar en ciertos dolidos -y, cómo no, en ciertos envidiosos- algunos rasgos de tal sospecha, rasgos acaso oratorios y aparentes, no reales.

Incluso en Radio Nacional, y como paisano del autor, fui interpelado sobre esto, a raíz de lo del Toisón. Repliqué entonces, y repito en esta ocasión de su muerte, que no era posible confundir con un fascista a un antiguo señor monárquico, liberal, de cuerpo entero, y que bastaba media hora de conversación con Pemán para percibir su ductilidad y su capacidad de comprensión, su generosidad, su apertura a discusión y a coloquio, sus cualidades humanas presididas por un humor elegante y por un espíritu amplio y cálido, cortés, acogedor, del que dio muchas pruebas en privado y en público, y cuya distancia a algo parecido al fascismo es la que pueda haber entre Saturno y este maledicente y lastimado planeta.

En aquella entrevista radiofónica la formulación de tal sospecha se extendió, por ejemplo, a la actitud hispano americanista de Pemán. Creo que tal actitud, si bien un tanto oficial, monumentalista y madre pátrica, no respondía en modo alguno a un loco afán de recuperaciones imperialistas, sino al muy peculiar sentimiento de América (la iberoamericana, claro, la morena), que, por razones portuarias y seculares, nos asiste a muchos gaditanos y la hace más nuestra, no en un sentido de «propiedad», sino de proximidad. Claro que la terminología pemantina, efectista en ocasiones (nunca olvidemos el poderoso componente oral y oratorio en la persona, en los trabajos de Pernán) y que el cuadro de ideas tradicionales (pero en lo más sano de la tradición decimonónica) abrigados por don José como monárquico de la vieja escuela, quedaban lejos de nuestrag propias ideas y terminologías. En cuanto a Iberoamérica como en cuanto a todo. Pero, ¿fascismo?... Y, además, como gran gaditano, ¿iba Pernán a ser eso, metido hasta las cejas como siempre lo estuvo en la ensoledada, firme escuela del Cádiz liberal, el de las Cortes y las calles? Ciertamente que no y «quien lo probó, lo sabe». Hoy, su Cádiz, nuestro Cádiz se enluta, seguro que del modo más cabal y espontáneo, y seguro que con una muy larga participación popular, mientras que, recordando al hombre excelente, de nuevo se nos espesan y nos pesan a muchos las objeciones en cuanto a su obra.

Todavía no hace mes y medio que, aprovechando una lectura mía y acompañado por el actor Ramón Rivero,visité brevemente a don José María en su casa gaditana de la plaza de San Antonio. Le llevaba un bizcocho grande de Setenil. Lo vi ya muy cerca del gran viaje y sentí por él, como figura familiar y amable, incrustado desde la niñez en mi ciudad y mis recuerdos, un fuerte afecto. Creo que hubiera faltado ahora a ese afecto, y a toda honestidad, limitándome a quemar una olla de hábiles inciensos, según lo hará más de uno, y silenciando las distanciantes contingencias que causaron y causan aquellas disensiones y objeciones literarias, fruto de cimas generacionales, sociales, biográficas, que el gran caballero desaparecido fue siempre el primero en comprender.

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